¡Qué nadie se confunda, gano el chavismo!
Como siempre, después de una cita electoral, suele llegar el período sosegado para los análisis e interpretaciones. Esta vez la calma no llegó con los resultados definitivos.
Nicolás Maduro ganó las elecciones; Henrique Capriles las perdió. La diferencia fue más estrecha que otras veces (262.473 votos; 1,7%) aunque ésta no impide alcanzar una cifra record en cualquier democracia: el chavismo consigue así ganar en 17 de las 18 elecciones en los últimos 15 años. La novedad en esta pelea, como todos ya saben, es que Chávez no fue el candidato aunque haya tenido un gran protagonismo durante toda la campaña. Maduro se postulaba como representante oficial del chavismo; Capriles como nuevo gran intento de ser el exitoso líder opositor posneoliberal en América latina que desbanque una alternativa de izquierdas. De nuevo, lo que sucede en Venezuela es más que una disputa interna; toda la región y buena parte del mundo continúan atentos a los hechos que se vienen produciendo en estos días pos electoral.
A pesar que las primeras fotografías mostraban a un Capriles radiante y a un Maduro cabizbajo, la verdad es que es Maduro quien ganó su primera elección y Capriles el que pierde consecutivamente su segunda (presidencial) en menos de medio año. Esto no quiere decir ni mucho menos que el candidato perdedor se debiera sentir derrotado después del amplio caudal de votos que se han declinado por su propuesta. Capriles lograba el domingo un objetivo muy perseguido: construirse a sí mismo como un nuevo referente de masas que dejara atrás la imagen del asalto a la embajada de Cuba en aquel golpe de Estado del 2002. La derecha latinoamericana seguramente también se puso muy feliz con esos más de siete millones de votos a favor de una suerte de adalid de la nueva corriente latinoamericana, que sabe que no puede vencer a las revoluciones progresistas (nacional-plebeya-popular) si no es aceptando que el nuevo campo político ya no es el del neoliberalismo. De nuevo, Venezuela se pone a la vanguardia en lo regional. Si antes fue Chávez quien primero ganara las elecciones de 1998 en pleno auge del capitalismo neoliberal; es ahora Capriles el primer candidato de derechas que obtiene desde el juego democrático un grandísimo resultado electoral sin proponer libertad de capital. Por ejemplo, Chávez puso a Bolivar en el centro de la escena venezolana, como el gran prócer libertador; Capriles lo tomó hasta en el nombre de su comando de campaña. Y no le puso Comando Hugo Chávez porque esto sí hubiese sido demasiada provocación para su ala fascista.
Bromas aparte, es cierto que la gran victoria del chavismo es que la oposición tuvo que acudir a sus símbolos y sus propuestas. Capriles consiguió de esta forma ampliar el espectro de su electorado: le dio cabida desde a esa clase ultra enriquecida hasta un nuevo público menos fiel que le creyó su discurso de socialdemócrata. Logró en esta elección tener de su parte a ese otro pueblo no tan movilizado, aparentemente menos politizado e ideologizado, pero que cuenta mucho cuando se trata de tener los votos suficientes para ganar.
Era el momento de la verdad: saber si Capriles era el demócrata que había obtenido muchos millones de votos o se desvestía para seguir siendo el golpista que siempre fue. La tarea de gestionar tanto apoyo no siempre es sencilla. Y a Capriles se le atragantó tanto voto, no suficiente para gobernar. Nunca resulta fácil digerir este tipo de éxito sin medalla de oro: “Sí llegué a la final, jugué genial, pero en el último minuto, volví a salir vencido”.
Por ello, después de perder las elecciones, Capriles no fue ni caprichito ni burguesito tal como lo llamó Nicolás Maduro tantas veces en la campaña. Capriles, desde la máxima seriedad y en conciencia, desconoció la voluntad del pueblo. Todavía no sabemos si esta decisión es pura táctica para seguir siendo protagonista mediático, o es una estrategia duradera de acuse y derribo por la vía más anti democrática que pueda existir. A Capriles no le había ido tan mal alejándose de aquel que participó en el golpe de Estado. Pero, esta vez, ha tirado todo por la borda en menos de 48 horas desconociendo los resultados de una elección popular, incitando a la violencia y a la desestabilización, y procurando buscar un clima de ingobernabilidad para proponer su pretendido Gran Pacto de transición. Es la transición el deseo de la derecha venezolana desde la muerte de Chávez. Y como esta vez tampoco hubo lugar para transición alguna, ellos (con Capriles a la cabeza) decidieron forzarla por la vía anti democrática.
Capriles se ha equivocado con su forma de asimilar esta derrota siendo ahora el único responsable de los 7 muertos y de los heridos. Desconoció al nuevo presidente constitucional elegido por el pueblo. Esta jugada no fue casual porque se vino preparando desde hace días: en un primer momento, fue cuestionar la enfermedad de Chávez, luego fue afirmar que no habría elecciones, y cuando las hubo, y las perdieron, pues fue el momento de inventar una nueva excusa para seguir desestabilizando. Pidieron recuento del voto a pesar que por norma ya se ha procedido a una auditoría del 54%; el propio rector del Consejo Nacional Electoral (CNE), Vicente Díaz, muy opositor al chavismo, afirmó que “todo fue limpio”. Es preciso además recordar que en todos los colegios electorales, al menos en una mesa, los comprobantes de voto fueron recontados y auditados (así lo índica el artículo 439 del Reglamento general de la Ley Orgánica de Procesos Electorales). El acompañamiento internacional también ha destacado la limpieza del mejor sistema electoral del mundo (en palabras del ex presidente estadounidense, Carter). Ya son muchos los presidentes que han felicitado al nuevo Presidente electo Constitucional, legal y legítimo, de Venezuela: los Brics (con Rusia y China a la cabeza) y la Unasur (con Brasil, Argentina y Colombia). Lo curioso ha sido España que dijo que no para decir luego que sí cuando habrá pensado el coste económico que le supone amenazar sin credibilidad a su proveedor de petróleo. A Capriles sólo le queda lo de siempre, pedirle a Estados Unidos que diga algo, o que resuelva la dolida OEA en tono revanchista después de sentirse cada vez más eclipsada por la CELAC (donde está Cuba y no los Estados Unidos).
Fue muy torpe Capriles. Tenía por delante el momento ideal para haber sido proclamado el gran opositor al chavismo en los próximos años y ser considerado como un referente de las derechas democráticas latinoamericanas. Lo más absurdo de esta apuesta suicida es que si hubiese habido un momento fértil para que el chavismo hubiera hecho auto crítica sería justo en estos días después de un resultado tan ajustado. Seguro que ahora el chavismo se pliega más que nunca, se vuelve a unir como siempre, y cierra filas porque vuelve a sentir que el enemigo está con ganas de golpes.
Capriles ayer reculó pero sólo a la hora de dar marcha atrás en su convocatoria violenta en frente del CNE. Sin embargo, en ningún momento, condenó la violencia en las calles venezolanas, ni pidió perdón por las muertes ocasionadas. Hubiera sido mucho más locuaz que en vez de presentar un power point mostrando supuestas incidencias hablando a su prensa internacional, hubiese ido al CNE a pedir oficialmente que se investigara todo lo que él considerara que fuese ilegal. Capriles no cree en las instituciones, y lo volvió a demostrar.
Cuando pase todo esto, ojalá que sea pronto, se podrá volver a la serenidad para analizar mejor qué sucedió para que hubiese una victoria tan estrecha entre el Hijo de Chávez y el Hijo del Golpismo.
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