1
Y partió el hombre a la llanura y a la cumbre,
al ritmo de nuestro corazón de madera,
doblando la conducta del viento,
aquel suspiro de pájaros al final del vuelo;
pechos arrebatados de la calma y del sueño.
Partió con el sonido de las hojarascas en el zapato,
con la melodía de los niños a la hora del llanto en la mesa,
gusanillos encorvados en los bolsillos amarillos
de la tarde sin monedas.
Partió con la tardanza del beso
del muchacho y de la muchacha
que cuentan las estrellas sobre la piedra negra, caliza y azul
que un día fue la pirca de una casa antigua,
de una piel salpicada por la correa,
de una espalda jorobada de tanta iglesia,
de una lágrima salida con el sol a la hora de la siesta.
Partió de Argentina con los ojos de lustre
de todo realce del agua
que zapatea globulante con el fuego
por sahumar nuestra memoria
que se quedó en los cascos de los caballos
que estiraron a Túpac Amaru en Tinta
y que se putrefacta
en todos los papel inhibidos de hambre y sed,
o de la muerte a oscuras de todo realce a luz de la luna.
Partió de su casa
para completar su techo en otra parte de su morada,
pero la encontró desbalijada de la frescura de la hierba,
con una firma en cruz
que los hombres hacían sobre las espaldas de los sapos,
con una señal de los machetes afilados
por cortar el azúcar de la caña
y endulzar el mar
como un sueño de enamorados
detrás de las rocas azufradas de tanta espera.
Partió el hombre, el Che,
después de toda gloría en la ventana,
después de todo reflejo de los árboles
movidos por el llanto a la hora de la sonrisa
a sufrir del respiro allá en Bolivia.
A sufrir de la alegría de los ríos
que salpican aun libres sobre las piedras y los troncos
que sirven de puente a los zorros y pumas.
Partió el hombre a un camastro ofendido de campesinos,
desgarrado de chullos y ponchos por el fusil
que al fin de la esperanza
le dio la sutileza de nunca estar caído
sobre la grama o el camino.
2
La hoyada de todo estorbo,
de toda pena religiosa,
de todo trote en contra del pecho del árbol,
de aquel cajón donde la sonrisa es una celda
alrededor de una sombra financiada
a costas del fusil y la muerte de niños
que levantan las alas como hojas
cual cometas en pos de una carta a la vida de ser libres,
te fuiste con la posibilidad de respirar la ceniza no quemada,
el carbón no ennegrecido en el reposo atrasado,
del ser esclavo moderado,
de aquel que aun lloraba detrás de las hojas resecas
en la pisada refregada por la lluvia.
Llegaste como un cid a la época nueva del morir
para que de la sangre, de la lluvia y la tierra
florezca el hombre de América,
aquel que antes en su salud
sacaba a la luz su cabeza
por debajo de su alforja,
por sobre la cintura
del fute y la agonía.
3
Amigo, hermano,
los que atraparon la caña de nuestras lenguas hace tiempo
ahora tratan de poner la estrella sobre tu frente,
sobre el catre de piedras cuando te fusilaron,
sobre el árbol que se rompió para ser tu lazarillo con el aíre ajustado,
sobre el río donde los hombres,
tus compatriotas de América,
murieron como peces
nadando sobre la expectación de la libertad,
aquella prórroga
que ahora está más lejos que nuestra amada tierra.
4
Ernesto
ayer quisieron arremangar nuestra historia entre las hojarascas,
entre los animales cansados de la misma música del río y la piedra;
entre las mismas flores de temporada
que se secan en los cementerios ahogados por la arena.
Ayer, Ernesto,
el eco de las montañas se dividió en cantares
que tu corazón unió
sin calca sobre la roca mordida por la lluvia;
sobre los trastos del camino
que tú escribiste de verde sobre la serpiente,
ayer se pinto de otra defensa,
de otra bondadosa tragedia
sobre las manos imploras de toda colecta de esta vida
que al fin es una lágrima después de la muerte,
cuando al final de la jornada
se viene sin el por qué,
sin la doctrina, cimiento o materia de nuestro cuerpo
caído por el golpe sin cuestión del viento.
Ayer, Ernesto,
nuestro país se llenó de amargura en la selva,
en aquella parte de nuestro corazón
sangrando de árboles maduros de silencio,
en aquella parte de la patria donde tú como un pájaro
dejaste una seña de canto sin frontera;
en aquella angustia, donde Javier dejó su naranja
como un rojo latido contra la ofensa súbita
de los grillos pateadores.
Te cuento Ernesto,
que como tú murieron casi enloquecidos de libertad
sobre la voz del hacha,
sobre la cara indefinida de la tierra
quemada por la mirada del machete
y lágrimas de una memoria machacada en el ahora,
las letanías de un llanto con moco de un niño
que vio partir a su padre a la defensa de sus tierras.
REFERENCIA BIOGRÁFICA
Roger García Clavo es del departamento de Amazonas, provincia de Luya, distrito de Camporredondo. Hizo sus estudios primarios y de secundaria en las I.E. del mismo distrito. Es Licenciado en Educación en la Especialidad de Lengua y Literatura, otorgado por la Universidad Enrique Guzmán y Valle “La Cantuta”.
En la Colección “El río y el Huarango” dirigido por el CEPS a cargo del Prof. Luis Morón E. y César Toro Montalvo han publicado el poemario Marea Celeste (2004). El 2006 ha publicado el poemario Camino de Serpiente y la plaqueta Piel de madero, en Arteidea Editores. El 2011 publicó el poemario Poemas encontrados, Arteidea Editores. El 2012 publicó su libro de cuentos Panchín el Policía y otros cuentos. Dirige la revista Zumayllu que va en su número 07.
Ha ganado los Juegos Florales Víctor Mazzi Trujillo 2006, en Cuento y Poesía, organizado por CEPS de la Faculta de Humanidad y la Universidad La Cantuta. Esta incluido en las antologías de poesías WWW,POESÍA2.COM (2007) y Poemas de amor (2009) de José Beltrán Peña. Está incluido en la Antología de cuentos, Mural de palabras, por EDUCAP 2008.
Es integrante y miembro del Gremio de Escritores del Perú.
1 comentarios:
Al Che, al Guerrillero Heroico hay una sola manera de reconocerlo como revolucionario comunista convicto y confeso: trabajando políticamente por la unidad revolucionaria de los explotados del mundo, militando ideológica y socialmente por la liberación de los pueblos
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