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"Cuando el ánimo está cargado de todo lo que aprendimos a través de nuestros sentidos, la palabra también se carga de esas materias. ¡Y como vibra!"
José María Arguedas

jueves, 18 de abril de 2013

Narrativa: Walter Lingán, Fervoroso agasajo de las sirenas de Huanchaco (cuento) *



Walter Lingán
El sol abrumador caía punteagudo sobre las arenas negruzcas de la playa de Huanchaco, un balneario en el norte peruano. La mujer con sombrero de paja y llamativo bikini moldeando sus formas firmes y exquisitas, sorbía lentamente, mirando el mar azul, el refresco de chicha. Su acompañante, un anciano con una pronunciada calvicie, hizo un gesto como queriendo ahuyentar el calor con las manos. Romy, ahora si ya puedo morir contento sabiendo que eres la protagonista de Retrato de grupo con dama. Romy, halagada, sonrió levemente. Heinrich, ¿sabes?, tu novela es extraordinaria. Otra mujer de piel cobriza, muy hermosa, de ojos verdes tras unas gafas oscuras, que bebía un pisco sour frente a ellos, clavó la mirada en la pareja que hablaba con un acento inequívocamente extranjero.


Romy Schneider, luego de una ardua temporada de rodaje, decidió sumergirse de vacaciones en un lugar tranquilo y desconocido. Así llegó a Huanchaco, donde se encontró casualmente con el escritor Heinrich Böll, quien había llegado a este hermoso balneario, después de participar en el Congreso Latinoamericano de Estudios Germanistas, con el afán de probar el mítico y afamado cebiche peruano. ¿Cómo, sea beach?, indagó la actriz. Verás, se trata de un plato preparado en base a pescado crudo marinado en jugo de limón. Justamente los marinos ingleses que llegaban a un puerto peruano solían degustar este plato típico al que ellos le llamaban Sea Beach, pescado en la playa. Ach so, asintió ella.

Disculpen, les dijo la mujer hermosa de ojos verdes y gafas oscuras, les invito, si no tienen ningún otro compromiso, mañana al mediodía a probar uno de los mejores cebiches de la región. En aquella casa, al final de la playa, vivo con mis hermanas, los esperamos, será un gran honor tenerlos como huéspedes. Anonadados por la belleza de la mujer, Romy y Heinrich aceptaron sin pensarlo. Hasta mañana, les sonrió. Y se alejó con pasos y movimientos de cadera que hicieron suspirar al escritor alemán y a ruborizarse con una pizca de envidia a la famosa artista del celuloide.

A las doce en punto, como buenos alemanes, llegaron Romy y Heinrich a la dirección que la desconocida les indicara. Era una casa señorial. Grande. Dos pisos. Balcones de madera labrada y ventanas con diseños alusivos al mar. Tocaron a la puerta a cuya acción se abrió lentamente. Apareció la estatua de Neptuno presidiendo un recinto claro con mesas y sillas simulando los lomos de diversas especies marinas. Las paredes se adornaban con pinturas mostrando heroicas luchas de navegantes y mitológicos seres marítimos. El suelo tapizado con redes de pescar, conchas, moluscos y vistosas fracciones de corales. El ambiente era fresco y con intenso olor a pescado.

Bienvenidos, les sorpendió el coro de voces que provenía desde el fondo de la sala. Eran seis hermosas mujeres, todas iguales, endiabladamente idénticas. Les invitaron a sentarse y ellos obedecieron en silencio. Una suave musiquita, como si viniera desde el mar, empezó a flotar. La mesa estaba servida y las mujeres empezaron a ocupar sus emplazamientos. Voluptuosamente ingresó una foca con una garrafa de chicha de jora bamboleando sobre el hocico. Con admirable maestría depositó la vasija sobre la mesa, luego se acomodó a un costado de la mesa. En una bandeja estaba el cebiche. Mientras una de las anfitrionas empezó a servir en lujosa porcelana, otra se dedicó a contar la historia del plato más acariciado de la cocina peruana.

No existe una receta única, dijo, y sobre su nombre hay mucha discusión. Unos afirman que proviene de pescado encebollado con limón, de la conjunción de estos vocablos surge el encebichado que se fue abreviando como cebiche. El historiador Juan José Vega argumentó que provenía de la palabra árabe sibech, comida ácida, potaje que preparaban las mujeres moriscas en Granada, esclavas de los Reyes Católicos, agregando zumo de naranjas agrias, y en el Perú, al llegar junto con los conquistadores que también trajeron los limones, pusieron jugo de limón al pescado crudo con ají y algas que preparaban los antiguos peruanos. Algunos investigadores dicen que el limón es de origen árabe, otros afirman que es originario de África. Javier Pulgar Vidal asevera que el nombre de Seviche es muy antiguo y viene de la palabra quechua Siwichi, que quiere decir pescado fresco, pescado tierno. Sea cualquiera la procedencia o la forma de llamarlo, lo cierto es que todos están de acuerdo que es un plato suculento, aromático, sabroso, chispeante, vigorizante y peruano.

Romy Schneider no se atrevía a probar bocado, en cambio Heinrich Böll, saboreando y sintiendo el ardor del ají en la boca terminó el plato. El escritor estaba ya embalado y animaba a la actriz a deleitarse con esa delicia divina. Las hermanas rieron agradecidas. Romy observaba los pedazos menudos de pescado y camarones empapados en el lechoso zumo de limón, las cebollas cortadas como láminas delgadas y la rojez ardiente del ají. ¿Tiene sal?, preguntó Romy. Si, y se la deja macerar una media hora por la acción cáustica del zumo de limón. Romy Schneider empezó a comer. Sintió la pegada del ají en el paladar. Se vió obligada a beber chicha en forma desbocada. Luego volvió el tenedor al plato y apuró, sin cesar, los trozos de pescado, los pedacitos de ají. Ambos pidieron más cebiche y más chicha.
Sin duda, continuó, el cebiche se ha convertido en el plato emblemático de la gastronomía peruana en el ámbito internacional, como las hamburguesas del McDonald, la pizza italiana, el chucrut o sauerkraut de ustedes, los alemanes, o la paella española. Pero no siempre fue así, por mucho tiempo las clases altas lo trataron con desprecio. En esos tiempos sólo lo preparaban los pescadores, negros, zambios, indios y mestizos con bonito, un pescado con fuerte sabor oleaginoso. Además una copa de leche de tigre, jugo producido por los ingredientes del cebiche, levanta muertos e induce a placenteras sesiones de amor increíbles. Heinrich Böll se volvió a ella y le cerró los labios con un beso prolongado.

En verdad, dijo Heinrich Böll, hemos comido y bebido como dioses, y hemos conocido la fantástica historia del cebiche, pero ante todo, hemos sido testigos de una fusión indescriptible de aromas, colores y sabores, capaces de desatar las más inesperadas pasiones. No logró seguir hablando pues de pronto el mundo comenzó a desmoronarse. El ruido escandaloso de las aves marinas y la mar reventando su oleaje en las paredes del caserón los envolvió. Abrazó a Romy en un afán de protegerla, pero en realidad él buscó protección en el pecho de ella. Las seis bellas sirenas, de senos suculentos y poderosas colas de pescado, los acomodaban en una especie de coche tirado por bravos delfines.

Romy Schneider y Heinrich Böll se despertaron casi al anochecer, varados en la playa, ateridos por el frío y cansados, como si hubieran navegado semanas enteras. De la casa y las sirenas no habían ni rastro. A duras penas se incorporaron y empezaron a caminar rumbo al hotel. Tartamudeando le dijo a Romy que el cebiche, es delicioso, y las sirenas lo inventaron no sólo para atrapar a los marineros que se adentran en alta mar, sino también para atrapar a los turistas. En hora buena, Heinrich, ahora ya no podré leer tus novelas sin probar antes un plato de cebiche.

* De su libro  La ingeniosa muerte de Malena

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