Olor a tierra húmeda embriagada al viento.
El labriego regó la semilla.
La muerte escondida en los fusiles vigilaba el crecimiento del trigo.
Era ya noche.
Enseñaba la luna la mitad de su rostro afectado por lágrimas. De pronto dijo un grano de trigo.
- ¡Me siembran! ¡Me cuidan! ¡Me cosechan! ¡Me hacen harina y pan! ¡Me comen para renovar energías y proseguir la guerra!
- ¡Pues no creceré hasta que los hombres aprendan a vivir en paz!
- ¡No creceremos! ¡No creceremos! Gritaron todas las semillas a una sola voz…
La muerte seguía cuidando las siembras en tanto continuaba la matanza de hombres en hombres…
Mas no brotó el trigo. No hubo pan.
Desfallecientes las manos y los brazos de los soldados dejaron caer los fusiles.
Fue cuando se abrazaron los hombres con lo que de vida les quedaba… Y entonaron extraños himnos de paz.
¡Solo entonces germinó el trigo!
¡Y hubo nuevamente pan y, esta vez, para todos…!
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