Por Mario Peláez
Hace buen tiempo se viene imponiendo (“despacito, despacito”) políticas que fragilizan aún más la sociedad, que encogen los límites de las relaciones humanas, sobre la base de las categorías ideológicas INMEDIATEZ, INNOVACIÒN, BREVEDAD y POSVERDAD. Proceso que empezó devaluando el tiempo social, reduciendo el quehacer a instantáneas exigidas por el mercado (incluyendo el ámbito del hogar, acaso Ripley, Saga, por ejemplo, no han tomado posesión puertas adentro…). Así el comportamiento humano se nutre con reflejos condicionados que ceban la irracionalidad.
Estrategia neoliberal que engorda (que empacha) una nueva criatura, un nuevo “ciudadano” a full de información, de datos y de pericia digital (de solo insumos de conocimiento), de interconectividad, que no es lo mismo que inclusión; y con ínfulas de consumidor y de privilegiado espectador. Al final goloso de su individualismo y “feliz” con su nueva familia putativa: internet, el teléfono, la laptop, el televisor, los juegos electrónicos y demás parientes electrónicos…Y todo el sofisticado arsenal para “disfrutarlo” en los límites del presente: del instante que engloba el futuro. Y peor: cada vez más personas están urgidas de vivir en la realidad virtual, con domicilio “on line”.
Ya sin defensas esta nueva criatura (huérfana de capacidad crítica y de conducta solidaria) es fácil presa de manipularla y enrolarla en partidos políticos y sectas religiosas ultra fanáticas. Donde pretextando altruismo o lo sobrenatural olvida…lo humano para que finalmente prevalezca lo inhumano: el terrorismo como su exponente.
Es el fanatismo religioso el más longevo y absoluto (sea del judaísmo, del islamismo y cristianismo). Así la violencia tiene sus raíces en las relaciones conflictivas de estas religiones. Despropósito y deslealtad considerando que las tres religiones tienen un mismo Dios.
La reciente barbarie consumada en Barcelona, y hace unas horas en Londres, son evidencias en franco crecimiento.
Si la cúpula del Vaticano, por ejemplo, se abocaría realmente a consolidar los comportamientos solidarios de sus fieles (y entonces menos liturgias, ceremonias y rezo) otros serían los resultados a favor del catolicismo, de la ética religiosa y de la propia trascendencia. No siendo Dios ególatra, debe disgustarle tanta letanía, tanto incienso y boato. Con seguridad que Dios valora infinitamente más los comportamientos generosos y solidarios. Dios no es ciego, pues él concentraría todas las luces del universo…
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