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"Cuando el ánimo está cargado de todo lo que aprendimos a través de nuestros sentidos, la palabra también se carga de esas materias. ¡Y como vibra!"
José María Arguedas

sábado, 18 de febrero de 2017

Narrativa: Un burro magistral, por Alfonso Peláez Bazán

Narrativa: Muchas veces los animalitos, con los que convivimos en este mundo, nos hacen reflexionar y hasta nos dan ejemplo de comportamiento, nos enseñan. Este podría ser el caso de un borriquito al que no le gustó que nuestro primer escritor celendino, un hombre inteligente, interrumpiera su camino. El texto fue publicado en 1986 por la revista "Fulgor" que el Instituto Superior Pedagógico "Aristides Merino" editó por sus "Bodas de Plata". (NdlR)


En las carreteras o sendas anchas inmediatas a las poblaciones, el paso continuo de las gentes forma caminitos llanos, suaves, aunque estrechos. Para el caminante resulta un alivio, y hasta un placer.

Un día, de regreso a la ciudad, después de mi habitual paseo por el campo, me ocurrió algo extraordinario y despampanante, en relación con aquellos caminitos. Algo para recordarlo siempre.

El hecho ocurrió en la "Avenida Amazonas" de mi tierra (que de avenida no tiene nada). Y fue a la hora en que los campesinos que vinieron a la ciudad por la mañana, vuelven contentos a sus lares, a veces, entonando bucólicas canciones.

Aquella tarde, como lo hacia siempre, tome uno de los caminitos que el diario caminar de las gentes ha formado en aquel estrecho de la carretera al río Marañón. Desde cierta distancia advertí que por el mismo caminito, en dirección contraria a la mía, venia un burro cargado de alforjas y cestos vacíos. Su paso era calmado, tranquilo.

A medida que se acortaba la distancia, yo iba descubriendo las excelentes condiciones del burro: tierno aún, bien formado, pardo oscuro el color, lustrosa la pelambre, ojos claros y profundos, avizoras las orejas, firme y segura la pisada. Era un burro de estimación, como suelen calificar las gentes a los animales que, afortunadamente, reúnen buenas cualidades.

Unos segundos más y solo nos separaba un paso. Y ahí paramos en seco, el burro y yo, el uno frente al otro. Nos miramos, con sorpresa primero, y luego con hostilidad.

Todo parecía indicar que jamás, por nada del mundo, iba a ocurrir que uno de nosotros - el burro y yo- cediera el paso. Se había producido un rotundo enfrentamiento, y que no por insólito, era desestimable.

Así pasaron largos y tensos instantes, hasta que llegó el retrasado e incauto dueño, quien aplicó a su burro fuerte y sonora palmada en el anca. El burro entonces se salió del caminito, volvió a entrar en aquél. Problema resuelto, pensé orgullosamente.

Mas no estuve en lo cierto. Mi accidental contrincante, al tiempo de reiniciar la marcha, consideró del caso, muy del caso, aplicarme, aunque sin ferocidad ni alarde, una fuerte patada en las posaderas... haciéndome avanzar dos o tres pasos, hasta hacerme caer finalmente fuera de la carretera.

Incorporado apenas sobre el duro suelo, me quedé mirando - sin rencor ni soberbia- a aquel extraordinario burro que tan sabiamente supo castigar la descortesía y la petulancia de un infeliz mortal.


Chungo y batán...

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