(Conferencia ofrecida por Ernesto More en la Facultad de Química de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, en diciembre de 1966)
(…)
La politización de Vallejo, exclusivamente a base humana, no presenta etiquetas ideológicas, ni guata aferrarse a banderas demasiado visibles. El mismo Larrea observa en Vallejo, a propósito de la forma como nuestro compatriota se había identificado con la Revolución española, que “lo que le entusiasma en los sucesos españoles, es, precisamente, la ausencia en ellos de figuras individuales o “yos” de relieve, de manera que todo el mérito de los mismos recae sobre la entidad abnegada y colectiva de “pueblo”, como forma viva y orgánica de “masa”. De haber vivido hasta la segunda guerra mundial, no habría cantado a Stalingrado ni a Stalin, pero en sus poemas estarían presentes la conducta, el valor y el sacrificio de esos hombres que le pusieron en la colina Mamaia una lápida al fascismo.
Creemos que un poeta es revolucionario en la medida en que considera al hombre en su vida y lo revela en sus poemas. Balzac era católico y monárquico, pero al pintar y describir la sociedad de su tiempo con fidelidad y grandeza pasmosas, hace una obra que está por encima de sus preferencias y principios personales. Engels, en carta escrita a la novelista inglesa Margaret Harkness, e 1888, dice, refiriéndose a Balzac: “ El realismo a que me refiero se manifiesta aún fuera de las opiniones del autor… Balzac, a quién estimo un maestro del realismo, infinitamente más grande que todos los Zolas pasados, presentes y futuros, nos ofrece, en “La Comedia Humana”, la historia más maravillosamente realista de la sociedad francesa… Sin duda –agrega-, en política era legitimista; su gran obra es una perpetua elegía que deplora la irremediable descomposición de la alta sociedad; todas sus simpatías van a la clase condenada a desaparecer. Pero, a pesar de todo, su sátira nunca es tajante, su ironía más amarga como cuando hace obrar precisamente a los aristócratas, esos hombres y esas mujeres por los que siente una profunda simpatías. Y los únicos hombres de los que habla con admiración no disimulada, son sus adversarios políticos más encarnizados, los héroes republicanos del Claustro Sant Marri, los hombres que en esa época representaban verdaderamente las masas populares”.
Fréville, en su interesante libro consagrado al estudio de Marx y Engels en el plan literario y artístico, afirma, categóricamente: “Cuando falta el talento, el escritor no puede menos que sentir la tentación de tapar sus debilidades, escondiéndose detrás de una ideología filosófica o política. Se vuelve tendencioso para ganar un público y colocar de esta manera su mala literatura”.
Piénsese en un hecho singular. Para Vallejo, la liberación de España era ansiosamente esperada como una liberación de sus propios complejos de peruano. Sintió en lo más profundo de su ser, en ese entonces, lo que ahora sentimos al contemplar los esfuerzos hechos por Cuba y los infinitos actos de heroísmo del pueblo vietnamita para echar de su tierra a los agresores que desde 15,000 kilómetros de distancia fueron a hollarla y dominarla.
De vivir Vallejo, estaría cantando a esos hombres que a semejanza suya, dan a su vida una explicación con su muerte. Como los poemas de Vallejo están hechos al hombre que sabe vivir su muerte, sirven ahora mismo para cantar a los que, en todas partes del mundo, con la conducta, con la espada, con la pluma, con el arado y el motor trabajan y se sacrifican por la dignidad del hombre, por la libertad de los pueblos, por la causa de la paz. Vallejo fue el poeta del absurdo y el poeta de la unidad, esas dos columnas entre las cuales se desenvuelve el edificio espiritual de nuestro país.
-Muerta su madre; lejos de su país, del que hubo de salir apresurado y con temor; sin estabilidad económica alguna; sin tener propia ni siquiera la tierra en que se posaban sus pies; sin idioma, en el sentido trascendente (solía decir él que era “un huérfano del idioma”); sin tener tampoco una enfermedad, pues murió sin que los médicos supiesen de qué moría; sin poder dejar un hijo, él que decía que “un niño vale más que las nueve sinfonías de Beethoven”, César Vallejo es el más alto y penetrante de los poetas de habla hispánica de la época actual.
-Por estas mismas circunstancias, César Vallejo es un verdadero símbolo del Perú, país que todavía no ha incorporado debidamente a su ser su lengua y su historia. Nuestra lengua –el quechua-, está postergada y en trance de asfixia por premeditación de las actuales clases dirigentes. Nuestra historia está adulterada: hay un monumento central para Francisco Pizarro, pero no hay uno para Túpac Amaru. Nuestro suelo está hipotecado. Los peruanos somos transeúntes y huéspedes en nuestro territorio. Este tremendo drama se refleja en los vocablos, en los giros idiomáticos y en la construcción poética de Vallejo. Es el poeta de la orfandad, el gran símbolo de la orfandad de su patria.
Vallejo emerge de los limbos peruanos como un cristal de la profundidad, representando nuestro drama secular, con todas sus contradicciones y perspectivas. De un país espiritualmente desarticulado, como lo fue épicamente, el cuerpo de Túpac Amaru, surge en él la articulación de lo imposible. De un país de picos y de abismos, se levanta en bruma el lenguaje del vértigo. De un país en que predomina un ambiente de superstición impuesto por el terror y mantenido por el engaño, adviene la profunda conciencia del destino del hombre. De nuestro estéril individualismo –“yo lo dije”, “yo opiné”, “yo lo hice”-, procede, sacudiéndose, el hombre que dijo: “Y, sobre todo, hay que destruirse a sí mismo, y, después, lo demás. Sin el sacrificio precio de uno mismo, no hay salud posible”. De la cárcel, en la que él estuvo 112 días, salió él hombre que supo ser libre hasta para forjar sus vocablos. De un país en que se comete genocidio del lenguaje, y en el que, peor en la República que en la Colonia, se trata de extirpar la lengua brotada de su suelo, de la boca de Vallejo sale un idioma español con terrible voltaje andino y trasfondo quechua. Hubo de perderlo todo para crearlo todo. Sin tierra propia ni para asentar sus pies, presintió una patria de que todos fuéramos dueños; muerta su madre, la encontró transfigurada en España, y soldó a ésta con nuestros países, huesos de milicianos muertos en el acto de crear una patria libre. No se puede ser universal hablando como todos, sino sacando de las oscuras profundidades del ser el agua pura y propia. El día en que los peruanos recojan el mensaje de Vallejo, habrán de volver también a su unidad los miembros de Túpac Amaru que dispersó la tortura.
El silencio, la mofa, la cárcel, el palo y la soga con que lo pegaron todos, robustecieron en él su fe y su amor por el hombre.
Páginas 144, 145, 146 y 147 del libro de Ernesto More: VALLEJO, en la encrucijada del drama peruano.
0 comentarios:
Publicar un comentario