Alberto Adrianzén M. (*)
Dionisio Romero fue, por muchos años, no solo el empresario número uno en este país sino también uno de los hombres más poderosos. Fue el símbolo de que el poder y el dinero podían ir juntos sin levantar muchas sospechas y hasta, incluso, causar admiración.
En realidad, el caso de la relación Dionisio Romero-Vladimiro Montesinos, es un buen ejemplo de cómo operan muchos empresarios en el país, especialmente de aquellos que pregonan el liberalismo. Es el viejo truco de gritar contra el Estado pero vivir de éste mediante las prebendas y una legislación redactada por sus “técnicos”, siempre a su favor.
¿Cómo fue el primer Romero que llegó a este país? ¿Cómo fueron las sucesiones en ese clan familiar y cómo crecieron hasta construir un imperio económico y convertirse en uno de los grupos económicos más poderosos del Perú? Son algunas preguntas que responde el excelente libro que acaba de publicar el sociólogo Francisco Durand: Los Romero. Fe, Fama y Fortuna, publicado bajo el sello DESCO y El Virrey.
El libro de Durand, que en cierta manera continúa y mejora los trabajos de Carlos Malpica iniciados con su famoso libro Los dueños del Perú, demuestra, como él mismo dice, cómo “La historia económica de un país es en buena medida la historia de las empresas y de los empresarios que las forman y desarrollan, algunas veces con suficiente esfuerzo y fortuna como para hacerlas crecer por muchos años y transferir el mando y la propiedad a nuevas generaciones”. Los Romero, al igual que muchas fortunas en América Latina, pertenecen a lo que se llama el “capitalismo familiar”.
En sus más de 500 páginas podemos descubrir el proceso complejo, por cierto, de cómo un español que llega al Perú en el siglo XIX, luego de la Guerra del Pacífico, logra poner los cimientos, que serán continuados por sus sucesores, no solo de lo que podemos llamar la dinastía Romero sino también del imperio económico que lleva el mismo nombre.
El libro tiene varias virtudes. Una de ellas es que va más allá de la anécdota, presente en algunos trabajos periodísticos que hablan de los grupos económicos y de los ricos. Durand, con mucho acierto, une al personaje, en este caso la familia Romero, con las circunstancias históricas que le tocó vivir. Los personajes se mueven en un contexto familiar, regional (Piura) y nacional en el cual el lector descubre, a partir de opciones tomadas, cómo se fue formando el grupo y su fortuna.
Otra virtud es el lenguaje ponderado, la visión serena y, diría, bastante objetiva que Durand nos ofrece de los Romero. En este como en otros trabajos, el autor ha optado por la seriedad. No estamos frente a un libro de “denuncia”. Todo lo contrario. El tratamiento que Durand da a la familia Romero permite que el lector, por momentos, logre una empatía con ellos. La laboriosidad, la búsqueda de la excelencia empresarial, la ética basada en el ahorro, en el trabajo y en una fuerte religiosidad, las estrategias de crecimiento económico y hasta el alejamiento del estilo aristocrático y oligárquico de algunos ricos peruanos, hacen de los Romero una familia en la que su fortuna, cuando menos al inicio y por algún tiempo, se la ganaron en base al trabajo y a una racionalidad empresarial.
Sin embargo, así como Durand es objetivo y ponderado en resaltar los atributos positivos de la familia, también lo es al momento de describir, en el capítulo 15, lo que él llama “En el corazón de las tinieblas”, cuando se refiere a las relaciones que Dionisio Romero, tercer jefe de la dinastía, estableció con el fujimorismo y, más concretamente, con Vladimiro Montesinos.
En el último CADE, un conocido ejecutivo de grandes empresas dijo que “en los años 70 actuar desde el Estado era lo más propicio”. Eso hizo Dionisio Romero. A diferencia de otros empresarios que se enfrentaron abiertamente al poderoso Estado velasquista, él decidió penetrarlo. Una vez promulgada la reforma agraria, entregó voluntariamente las tierras del Grupo Romero y gracias a los bonos pagados por las tierras expropiadas logró expandir aún más la fortuna y propiedades del grupo, para luego tomar el control del Banco de Crédito.
Los anteriores jefes del clan Romero se relacionaron con Estados débiles o subordinados a la oligarquía, mientras que Dionisio Romero estableció una nueva relación con el Estado, e inauguró un estilo que consistió en ubicar en puestos claves del Estado, como el MEF, a sus allegados u hombres de confianza. Fue el inicio de lo que hoy se conoce como la “puerta giratoria” que consiste en “prestar” técnicos por un tiempo al Estado para que estos defiendan los intereses de los privados. El libro, en este punto, muestra con mucha claridad cómo funcionó este nuevo estilo y quiénes fueron esos hombres de confianza.
En realidad, el caso de la relación Dionisio Romero-Vladimiro Montesinos es un buen ejemplo de cómo operan muchos empresarios en el país, especialmente de aquellos que pregonan el liberalismo. Es el viejo truco de gritar contra el Estado pero vivir de éste mediante las prebendas y una legislación redactada por sus “técnicos”, siempre a su favor.
En ese sentido, el libro de Francisco Durand es una excelente radiografía de los Romero y su Grupo y del “alma” de muchos empresarios peruanos que tienen poca cercanía a un liberalismo bien entendido. Esperamos que el libro no sea “silenciado” por esta nueva policía del pensamiento, acostumbrada a “esconder” todo aquello que es contrario a sus intereses.
(*) Parlamentario Andino
Fuente: Diario La Primera, domingo 15 de diciembre de 2013
Fuente: Diario La Primera, domingo 15 de diciembre de 2013
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