Arturo Bolívar
Barreto
Los procesos crecientes de urbanización, confluencia social y mestizaje, así como los avances comunicacionales del mundo de hoy, han producido, en las últimas décadas, una gran eclosión literaria regional en nuestro país. Fenómeno nuevo en tanto, por primera vez, se manifiesta un ascendente protagonismo popular, de sectores medios y medios bajos (muchos docentes de escuela) como creadores y difusores. Si bien, con el neoliberalismo, la mercantilización ha copado todo el espacio cultural oficial y canónico, y ha normado una sociedad agreste e individualista, es en esta base social emergente, el tradicionalmente marginado y provinciano, en el que se han preservado auspiciosas las expresiones literarias, las inquietudes culturales.
Por provenir de esa raíz de tradición oral, y
mestiza y popular, esta literatura ha preservado el naturalismo, el vínculo vital con la realidad
-deformados por el costumbrismo o por
indigenismo pasadista- pero, macerado por los nuevos procesos sociales de
cambio, se ha elevado hacia puntos de vista panorámicos y críticos. Esa textura
realista pero no ingenua, le ha distinguido también del formalismo de la
llamada “modernidad literaria” iniciada en la segunda mitad del siglo XX en
Latinoamérica, que a veces ha sido letal
en su influencia.
Nacido en el ambiente campesino de
Piscoyacu, San Martín, en 1946, y profesor de escuela, Darío Vásquez Saldaña es
un representante digno y audaz de esta reveladora y emergente literatura. En sus tres libros publicados hasta ahora, Confesiones de un caballo (2004), Nuevos relatos amazónicos (2007) y El Tunchi enamorado (2010), Vásquez Saldaña
recorre, con el humor y la picaresca popular muy amazónica, las
vivencias y afanes cotidianos de los habitantes de su zona de origen, en la
Selva Alta peruana. Como un aplicado discípulo que ha aprendido el arte de los
cuenteros de su pueblo, o de los grandes conversadores como el personaje don
Diofanto Fonseca, Darío Vásquez plasma en la escritura -y con la aguzada mirada
que decíamos de los autores de esta tendencia- lo que sus antecesores hacían, o
aún hacen, oralmente.
Acontecimientos recurrentes de los pueblos
son relatados por Darío Vásquez con la sazón popular y particularidad de
nuestros pueblos selváticos, en los que están implicados los misteriosos y
maravillosos mitos y leyendas tradicionales, el habla de la región que, bajo la
predominancia del castellano, se nutre
de abundantes y mágicas expresiones y palabras de origen quechua o de las
lenguas nativas de la zona. Pero además se reflejan las actividades laborales, las costumbres, la
idiosincrasia, los valores de las
gentes.
En temas como el adulterio, por
ejemplo, la jocosidad se deriva de las habilidades o astucias de los amantes para no ser descubiertos, y en sus chascos. Así,
en Shego, de libro Nuevos relatos
amazónicos, el amante, oculto en un árbol, imita a un gallito madrugador para
dar seguro aviso a la infiel, o, como en El
Tunchi enamorado, del libro del mismo título, el personaje se da maña para imitar el lóbrego grito del Tunchi
(un fantasma en la creencia popular) para
alertar de su presencia a la amada. O están atravesados de convicciones o
creencias, así un cornudo tolerante será compensado de fortuna futura, o
simplemente superará a la larga ese mal trance. La percepción del adulterio o
de la infidelidad transcurre como la de un pecado corriente, menor, del que ni
mujer ni hombres están libres.
En el tratamiento de los temas siempre está,
como aspecto que refleja la crudeza y la picardía popular, las directas
referencias carnales con sus elementos procaces pero divertidos que se dan en
los sonidos corporales, en las situaciones inesperadas, en el doble sentido, en los malentendidos Nos revelan además, de manera zumbona,
ciertos comportamientos y psicología de las gentes como su inocultable erotismo y sensualidad, la
conducta desenfadada y, de manera subyacente, un machismo internalizado en su
cultura popular y tradicional. Las
festejadas aventuras sexuales puede llegar a su clímax, a veces lindantes con
el humor negro, cuando se abordan
ciertas costumbres de zoofilia (con animales domésticos) de los personajes de
la comunidad, principalmente jóvenes. Así ocurre en los cuentos Caldo de micarahua (del libro
Confesiones de un caballo) y en Los
yegueros (de Nuevos relatos amazónicos).
Con el mismo tono son abordados muchos otros
temas pueblerinos, como las escenas divertidas y sorprendentes a raíz del hurto
que se produce entre vecinos; la sorna y el sarcasmo provocadas por el sentido
escatológico que se da a nombres de raíces quechuas o de lengua nativa que
llevan pueblos o personas (así en el
relato Pucacaca vs Cacatachi , o en Ismael Isminio, del libro Confesiones
para un caballo); o los relatos que
revelan la fuerza inapelable de lo ancestral, como en Por diez
soles, de Nuevos relatos amazónicos, en el que sólo el brujo es capaz,
apelando a una pócima, asequible y barata, de curar a un enfermo desahuciado
por la medicina moderna.
Otro tema es la entrañable comunión que
tiene el hombre de campo con sus
animales, hasta humanizarlos, como en el cuento Confesiones de un caballo del libro del mismo título, o como el
fabuloso y enternecedor relato, narrado en tono autobiográfico, El Cholo, de Nuevos relatos amazónicos, inspirado en la capacidad increíble de
fidelidad y sentimiento de amor demostrado por el caballo hacia su amo. “En la
fidelidad de un amigo o hasta en la de un pariente, siempre cabe alguna duda;
en la del animal, nunca”, reflexiona el protagonista en una parte, y recordando
un aserto dice, “el animal no sabe mentir”. Relato en donde el autor revela una
veta de subjetividad, de nostalgia, de exploración de la sensibilidad humana y,
acaso, de la inextricable e inquietante sensibilidad animal.
Pero sus historias adquieren una dimensión todavía
mayor cuando se ven imbricados, con más proclividad, de un elemento profundo de
su región de origen: los mitos, o las leyendas y creencias, de la tradición nativa o comunal. El
bufeo o los yacurunas son los personajes mitológicos recurrentes, comparecen como beldades irresistibles, sin son hembras, a
la voluptuosidad del hombre de la selva, como en La pusanga (Nuevos
relatos amazónicos), o si son machos, como elegantes conquistadores y
aventureros, como en Al duelo por una morocha (de El Tunchi enamorado). En la
creencia tradicional estos son seres de una dimensión trascendente, la aventura
sexual con éstas, con las “bufeos” o las “ninfas amazónicas”, tienen una
connotación supra humana y de ensoñación. Son una comunidad de seres que viven
en sus palacios en las profundidades del río y que, dadas las circunstancias,
seducen y raptan para perder a sus víctimas en las profundidades del agua. En
el cuento La Reina del Yacuruna, una
adolescente que cae al río es raptada por éstos, uno la pretende para casarla
con su heredero. Cuando la muchacha emerge
del río en hombros de un yacuruna transfigurado en un “neptúneo anciano,
pucacho y calvo”, ella misma anuncia a su familia que no sufran más, que no la
olviden pero que convivirá con ellos para siempre. Sólo el brujo de la
comunidad es el que puede tener algún conocimiento, o un vínculo de
comunicación, con esta misteriosa comunidad yacuruna.
Toda esta mitología nos revela la cosmovisión
del hombre selvático, su relación con la naturaleza, la que por serle pródiga y
vital, le merece profundo amor, pero por serle insondable a la vez, le intriga
y le teme; tiene una profunda comunión con ella y le es indeciblemente
atractiva, pero a la vez está llena de misterios y sorpresas, por lo que no se puede actuar
con temeridad ante ella ni dañarla. El
fantástico relato El arpón (Nuevos
relatos amazónicos) abona también en esa dirección, no se puede dañar la
naturaleza, en su defecto la tienes que restañar, que reparar. En este cuento, los yacurunas, transfigurados
en figuras humanas –policías-, conminan a un nativo –que había herido a un
bufeo con un arpón- llevándolo con
engaños a que cure a un policía herido, quien resulta ser el bufeo que éste
había dañado.
En ese mismo sentido de la visión de una
naturaleza misteriosa pero viva, capaz de responder y defenderse, se cuenta por
ejemplo el de un ser llamado Chullachaqui, un duende, en la memoria popular,
cuya misión es la de liberar o sanar a animales silvestres heridos o en peligro.
Así, en el relato Por ambicioso (de El
Tunchi enamorado), el protagonista, un apremiado profesor que va de caza para
compensar su magro sueldo, no se detiene y va tras una y otra presa, pero
descubre, extrañado, que las piezas cazadas y dejadas cerca, una a una han ido
desapareciendo de manera inexplicable, por lo que regresa espantado al pueblo,
sabe que no le han sido arrebatadas por mano humana, es el Chullachaqui.
En
esta línea, uno de los mejores relatos es
El Piñón (Nuevos relatos amazónicos), por la riqueza –y el hilarante sarcasmo-
con que captura los ritos y creencias populares, esta vez del sustrato mestizo,
de la influencia religiosa hispánica, como son la cantidad recreada e inventada
de santos patrones de los pueblos, hasta para cada inquietud y necesidad popular.
El San Piñón a que alude el cuento se origina de una figurilla de madera
hallada por casualidad debajo de una planta de piñón, que la fe popular
convirtió en un santo milagroso a pedido. Si en los relatos mitológicos o de
las creencias de influencia nativa el autor denota el asombro, la profundidad que
éstas evocan, en lo referente a las creencias religiosas de la herencia
española, el autor deja entrever una inocultable ironía e irreverencia. “Quiere
decir que de habérsele encontrado en un papayo, en un plátano… hoy tendríamos
una Santa Papaya , un San Plátano…”, le
dice el protagonista –un osado muchacho- a su creyente y católica tía, que
estalla en ira.
De los tres libros publicados por Darío
Vásquez es en Nuevos relatos amazónicos donde esta diversidad temática está mejor
repartida y quizás este libro resume mejor su gran aporte literario.
Una última temática que autores de esta
tendencia narrativa tampoco han evadido –y donde ponen a prueba su sino crítico
y progresista- es cuando abordan el tema doloroso de la violencia armada sufrida en las décadas de los 80 en sus
regiones. Si esa corriente de la literatura andina que se había ocupado de la
“guerra interna”, la heredera de la llamada “literatura moderna
latinoamericana”, había devenido –con la sutileza de su estilo- algo ambigua en
la visión política de lo acontecido, o mesiánica en el peor de los casos, la
literatura que representa Darío Vásquez Saldaña entona mejor con la realidad
padecida por el pueblo y con sus aspiraciones de cambio y de progreso. En Revivir (Nuevos relatos amazónicos), el
protagonista, un profesor de origen campesino, que ha devenido alcalde del
pueblo, se niega renunciar a su cargo ante las amenazas del grupo subversivo a
quienes les responde “he sido elegido
por mi pueblo, aquí tengo mis alumnos, mi familia, mi propiedad…”. En la carta
que escribe a un amigo, luego de haber salvado milagrosamente la vida, dice el
personaje “Todas las víctimas del terror
de esa zona eran gente humilde del pueblo cuyo único delito fue negarse a
colaborar y ser partícipes de su ideología. A tal grado había llegado la
sevicia que, con el aberrante mote de justicia popular, hasta los
sacavuelterillos de tres al cuarto, antes de recibir el tiro de gracia, tenían
que sufrir la castración…”.
Los personajes que relatan en primera
persona estos hechos, a través de una carta como el protagonista de Revivir, o por medio del recuerdo, como
en Poderoso Pawá, (de El Tunchi emamorado), no son de las élites
provincianas, sino, al contrario, profesores de la zona muy ligados a la
comunidad donde han ido a trabajar y con un grado de conciencia social. En Revivir el protagonista dice “Ninguna
idea que pretenda la elevación del hombre puede sustentarse en la perversidad.
Su nefasta ideología y sus abominables métodos me repugnan”. Por eso con igual o más fuerza denuncian la letal
intervención de las fuerzas armadas del Estado tras los hechos subversivos. En Poderoso Pawá, el protagonista, otro
profesor lugareño dice, “Lo que siguió a la instalación del campamento militar
cercano a la localidad de Tambopata, fue aún peor… Las orillas del río y de la
carretera se convirtieron en una macabra exhibición rutinaria de cadáveres
abandonados”.
Si bien en los textos últimos mencionados,
por la complejidad del tema, el relato puede haber discurrido por momentos un
poco expositivo, nunca deviene pobre o maniqueo, pues está protegido raigalmente
por la realidad vivida; puede sí denotar una literatura testimonial y, en ese
sentido, evidencia su riqueza y su verdad; como ocurre, por lo demás, en todos
los relatos de este auténtico representante de la narrativa peruana actual.
Lima, Octubre de 2014
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