(Conferencia ofrecida por
Ernesto More en la Facultad de Química de la Universidad Nacional Mayor de San
Marcos, en diciembre de 1966)
(…)
Vallejo no es nativista por
coordenadas geográficas o idiomáticas. No es nativista por el continente, sino
por aquello que surge con gran fuerza desde las entrañas mismas de la patria y
desde su propio corazón de poeta. Monguió lo da a entender muy claramente
cuando dice: “Tampoco se hallan en “Trilce” poemas de la intención nativista
aparencial de los de “Nostalgias Imperiales” del libro precedente; no se
encuentra aquí, en voluntaria e intencionada aglomeración, curacas y
chacareros, huaiños y cajas, llanques y rebosos. Pero, en cambio, en toda la
obra triunfa el profundo tono nativista de la lengua de Vallejo: Vallejo
escribe en peruano, en castellano del Perú, sin siquiera poner una intención
voluntariosa en hacerlo; escribe en esa lengua, porque es la suya y está en
absoluta posesión de ella y ella de él”.
Pero nosotros pretendemos ir
más allá. Creemos que la calidad representativa que Vallejo tiene de lo peruano
y del Perú, está por encima de lo literario y de la expresión verbal.
Representa él, en su ser vivo, de manera categórica y lancinante, el drama que,
con intensidad inigualada por otros países, desgarra al pueblo peruano, que se siente
atraído, hasta causarle dolor, por los polos del indigenismo y del hispanismo.
México, el único país que podría, en este trance, competir con el Perú,
resolvió su problema apurando el mestizaje y haciendo gravitar decididamente
hacia el lado nativo el peso de su personalidad.
Las observaciones del
profesor Adalbert Dessau, en su reciente estudio sobre Mariátegui, aparecido en
Alemania socialista, y del que traducimos del alemán un párrafo para ustedes, pintan
muy bien las condiciones en que se desenvolvía la cultura peruana a principios
de este siglo y hasta la segunda guerra mundial. Dice de este Dessau: “Se puede
asegurar sin limitación que el camino de Mariátegui para el análisis de su
tiempo y para el conocimiento de sus problemas, así como el de la lucha para
darles solución, era el de la literatura, una observación que no solo va
dirigida a él mismo, sino a una gran parte de la inteligencia revolucionaria,
hasta la segunda guerra mundial.
“La causa de este fenómeno
reside en que la realidad económico-social, de la mayor parte de los países latinoamericanos,
no ofrecía tradicionalmente casi ninguna posibilidad a la Inteligencia para realizarse
en la esfera de la producción material, por ejemplo como inteligencia técnica,
así como tampoco a las profesiones liberales de un jurista, de un abogado o de
un médico, la posibilidad de realizar, dentro del marco de las condiciones
sociales existentes, una actividad intelectual creadora. Casi el único camino
era la literatura, y es por ello que está floreció –en parte como una ocupación
para llenar el ocio, en parte como una seria lucha por la cosa vital- durante
largo tiempo, que ya en el siglo XVI, el
mexicano Hernán Gonzales de Eslava, con la intención de destacar la riqueza
poética del Nuevo Mundo, exclamó: “Hay más poetas que estiércol”.
“Mariátegui retrotrajo esta
condición a sus raíces económico-sociales, y así escribe: “En el culto de las
humanidades se confundían los liberales, la vieja aristocracia terrateniente y
la joven burguesía urbana. Unos y otros se complacían en concebir las
universidades y los colegios como fábricas de gentes de letras y leyes… No había
quién reclamase una orientación práctica dirigida a estimular el trabajo, a
empujar a los jóvenes al comercio y la industria… El concepto aristocrático y
literario e la educación correspondía a un régimen y a una economía feudales”.
No son pocos los que en el Perú,
han dejado sentir y traslucir en sus escritos, esto es, parcialmente, el drama
de este país. Con ser el castellano el idioma hermoso que es (idioma de
arrieros, como decía Cervantes), no se acomoda plenamente a la estructura que,
en su espíritu, han dejado los Andes. No llena este idioma todos los intersticios
de nuestro espíritu nacional. Recogemos en él, nada más que una traducción de
lo que nos viene de la tierra peruana. Algunos escritores emplean, para salvar
este vacío, frecuentes palabras quechuas. Otros, como Jacobo Hurwitz, prefieren
sacrificar la estructura misma del idioma, a fin de buscar la expresión
legítima y peruana. Hurwitz, a quien no puede ubicársele en el campo nativista,
tiene poemas como “Desamparo”, en los que, arrojándose al abismo idiomático,
consigue dar emociones empapadas de esencia peruana. Dice en “Se ha Olvidado la
Lluvia”:
El
sol como una candela
cuarteando
la tierra
polvo
revoloteando al aire.
Estamos
no más mirando.
De acá
para allá vagando.
Mi
taita con cara de piedra
mamitay
sus lágrimas llorando”.
Como se ve, empleando el poeta
el gerundio, que en los cánones castellanos tiene estrechos límites, acierta a
dar golpetazos de intimidad peruana. Conviene tácitamente en que el castellano
castizo no es suficiente para expresar las emociones y sentimientos de las
gentes del Perú.
Semejante fenómeno se
presenta asimismo en el poeta Efraín Miranda, autor de “Muerte Cercana”, y en
Eleodoro Vargas Vicuña, el de “Ñahuin”. En ambos se advierte que lo más
importante de lo que quiere decir, está fuera de lo escrito, fuera del idioma
castellano. El lector debe llenar este vacío.
Por algo, en más de una
oportunidad, en nuestras conversaciones con Vallejo, solía decir él: “¡Soy un
huérfano del idioma!”. Este mismo fenómeno fue advertido por el escritor Raúl
Andrade, quien, al referirse a la expresión de Vallejo, decía: “… un lenguaje
titubeante –casi una tartamudez de la poesía”.
Es evidente que el espíritu
congénitamente revolucionario de Vallejo, va buscando su expresión primeramente
en la forma poética, lo que le significó sin duda ejercicio saludable para
cuando actuara como poeta francamente comprometido. Si consideramos que la musa
de Vallejo permaneció silenciosa un lapso que abarca casi veinte años, durante
el cual iba madurando su espíritu hacia el socialismo, comprenderemos que poco
a poco se iba desprendiendo de la poesía pura, para lo cual fue necesario que
también hiciera su excursión al desierto. Es muy expresiva la carta que Vallejo
le escribió a Gerardo Diego, y éste, sin darse cuenta de su contenido, la leyó
en la conferencia que hace dos años pronunció en la Facultad de Letras de esta
Universidad. Recordamos que la carta entre otras cosas, decía que Vallejo no le
había remitido a Diego el libro “Rusia
en 1931”, porque suponía que no habría de interesarle. Claro está, Diego
pertenecía a la poesía pura, en tanto
que Vallejo había abrazado una doctrina, y al hacerlo sintió que las fuentes un
tiempo calladas de su poesía, comenzaban a convertirse en surtidores de agua hirviente.
Páginas 140, 141, 142, 143 y
144 del libro Vallejo, en la encrucijada
del drama peruano de Ernesto More.
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