Arturo Bolívar Barreto
Lo que se juega en las elecciones municipales en Lima ha sido ya planteado. La continuación del caos, las mafias y el maltrato ciudadano que garantiza el candidato Castañeda (detrás del cual está la práctica y la ideología neoliberal que viene de los 90: el del ausentismo del Estado, el del capitalismo salvaje), o la apuesta por un reordenamiento básico de la ciudad (transporte, etc) en función del interés público y con el rol fundamental de la autoridad municipal y del Estado.
Todo el populismo de Castañeda y toda su política de hacer “obras” sin grandes cambios responden a este neoliberalismo que se proyecta desde Fujimori a nivel nacional y en donde pescan a río revuelto lobistas, empresas extractivistas, rentistas, privatizadores, corrupción, prensa monopólica y la prédica monocorde del estado mínimo y “no intervencionista” (precisamente para que esté al servicio directo y sin ley de los grandes negocios).
Tanto esto es así que la derecha ha combatido a Susana Villarán desde todos los ángulos y con todos los métodos legales e ilegales: el mal ejemplo de ordenamiento del interés público y la presencia del Estado puede cundir a nivel nacional de triunfar y preservarse la concepción del manejo municipal actual. Es decir, la derecha lucha no sólo por la gestión municipal, sino que a través de ella sabe que su lucha es política y es ideológica, es una lucha por preservar el orden neoliberal que se debilita, que en otros países cercanos hace tiempo ha sido rebasado.
En este contexto, la pregunta que algunos analistas progresistas se han hecho es, ¿por qué entonces la izquierda no se ha comprado este pleito respaldando abiertamente a Susana Villarán y más bien ha mantenido una neutralidad peligrosa? Y estos mismos se responden que ha sido una actitud errada y mezquina de esta izquierda apartada de Susana Villarán, que ha caído otra vez en la limitación de siempre.
Yo no lo creo tan así. Creo que la izquierda que acompañó a Susana Villarán y las otras izquierdas, más allá de sus estrecheces, tienen razones entendibles para esta actitud y, más bien, la cuota de mayor responsabilidad es la línea política que ha seguido la propia candidata a la reelección. ¿Por qué tendría que sentirse representada la izquierda por alguien que privilegió una alianza con cierta derecha y no peleó por preservar un eje fundamental de izquierda (además de cualquier otra alianza electoral)? ¿No es acaso esta estrategia muy proclive finalmente de conciliación y de acomodación sistémica? ¿Por qué tendría que sentirse representada por alguien que ya no es siquiera de izquierda? Pregona sólo una democracia general, como si la lucha por ésta no tendría que ver con procesos históricos reales, de avances y retrocesos, como los que libran varios países de América Latina, y con los que ella ni siquiera se ha mantenido neutral sino que ha denostado públicamente como cuando se refiere al amenazado proceso político venezolano (proceso con los que han sido solidarios hasta gobiernos no socialistas pero que siguen una línea independiente del imperio norteamericano).
Toda estas consideraciones ideológicas son importantes -como lo entiende la derecha desde su propia apuesta-, porque sin ella, la perspectiva de Susana Villarán y afines es el camino hacia la derrota frente al neoliberalismo (salvo que se piense que hay una derecha democrática con la que sí podría construirse país, y esto es más utópico que el socialismo, que a estas alturas del capitalismo decadente viene restituyéndose claramente como la única alternativa objetiva. Es decir, la izquierda “moderna”, en realidad sistémica y creyente en una democracia liberal libre de del influjo del capitalismo más voraz, es un equívoco histórico).
En toda esta cuestión de precariedad de la representación popular y progresista estamos pagando finalmente la atomización y cuasi desaparición de la izquierda en el Perú, la que se produjo con la hegemonía neoliberal en el mundo y, en nuestro caso, agravado por la violencia armada tal como se condujo (el fundamentalismo de derecha sigue utilizando hasta hoy al fundamentalismo de “izquierda” para maniatar la organización popular y desprestigiar la ideología socialista).
Y, por tanto, lo que hay que recuperar y reivindicar es la ideología histórica de la izquierda, la del socialismo (y no abandonarlo por la pretensión de ser una “izquierda moderna”), pero como lo quisieron los clásicos, y en nuestro caso lo propuso pedagógicamente José Carlos Mariátegui, el socialismo creativo, heroico, ajustado a la riqueza de la realidad, sin dogmatismos como en el pasado y menos con fundamentalismos ordenados por personalidades infalibles.
Volviendo a la lid actual y electoral, quizás la izquierda debió tener los reflejos necesarios para evitar la parálisis en esta contienda. Porque la izquierda es proyecto colectivo y esperanza histórica, debió denunciar militantemente a la mafia que se quiere volver a enquistar en el sillón municipal, y desnudar la política neoliberal que se esconde tras ella; debió considerar un paso adelante las reformas de Susana Villarán, pero sin renunciar a la actitud crítica para ahondarlas y apuntalarlas, y en ese proceso consolidar la organización y el debate ideológico para ser, más adelante, el recambio político que el país necesita.
(Lima, 22 Setiembre 2014)
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