Por Ernesto More
(Conferencia pronunciada en
las Universidades del Cuzco y Arequipa, el 15 y 29 de octubre de 1954,
respectivamente)
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Y entonces ocurre lo
inaudito. el poeta que había escrito Los Heraldos Negros, Trilce, Escalas
Melografiadas, Fabla Salvaje, libros que fueron publicados sucesivamente entre
1918 y 1925, se pasma de repente en un gran silencio poético. Luis Monguió,
cuyo libro César Vallejo nos parece el más serio aporte para conocimiento de la
obra del poeta, afirma que Vallejo "apenas había publicado nueva poesía
desde mil novecientos veintidós". ¿Qué le había pasado a su musa? ¿Se
había agotado su acento al contacto con la gran urbe francesa? No era eso. Era
que Vallejo se había retirado al desierto para sincronizar su inspiración con
el acento universal. Entró en la etapa de la muda, en la que los animales se
ponen tristes e iracundos. Vallejo estaba tascando sus frenos, estaba templando
un nuevo instrumento que no sabía cómo habría de pulsarlo. Me tocó a mí verlo
en los años 1926, 1927 y 1928, años que para él debieron haber sido terribles,
porque durante ese lapso fue purificándose de todo ese sedimento que a la larga
acaba por enturbiar y hacerla impotable a la poesía pura. Y no es fácil
eliminar aquellas impurezas que se insinúan muy sutilmente como elementos
inorgánicos insustituibles en el alma del hombre. Y que no son otra cosa que
eco, rutina y parásito. Cuando Vallejo volvió del desierto, donde había
permanecido, no los cuarenta días de la hermosa leyenda cristiana, sino varios
años, se daba de manos a boca con un hecho que ni mandado a hacer para estrenar
su nueva lira: la proclamación, el año 1031, de la República Española. Él
asiste, no ya como poeta puro a este acontecimiento, sino como poeta
revolucionario, como poeta participante o, como dicen tan bien los franceses,
como poeta engagé. Según expresión de
Larrea, “su persona ingresa entonces de un modo concreto dentro del campo
gravitatorio del destino hispánico, en cuyos hondos designios puede decirse que
hace para siempre causa común”. (Profecía
de América). Todavía Larrea no es explícito. Vallejo había hecho causa
común, no solo con los “hondos designios del destino hispánico”, sino con los
“proletarios que mueren de universo”, con “el campesino caído con su verde
follaje por el hombre”, con “los constructores agrícolas, civiles, guerreros,
de la activa, humeante eternidad”. Bien es cierto que este su sentimiento
social se eleva a la categoría de ecuménico sólo a partir de la gigantesca
lucha que se desencadenó en España en julio de 1936, la cual iba a ser el
prolegómeno de la que hubo de conmover al mundo. Se diría que Vallejo descubre
sólo en ese instante la razón de su vida, porque es penetrado súbitamente por
una fe de singular intensidad. Y es entonces que de su crispada boca salen
estas expresiones:
Voluntarios de España,
miliciano
de huesos fidedignos, cuando
marcha a morir tu corazón.
cuando marcha a matar con su
agonía
mundial, no sé
verdaderamente
qué hacer, dónde ponerme;
corro, escribo, aplaudo,
lloro, atisbo, destrozo,
apagan, digo
a mi pecho que acaben, al
bien, que venga,
y quiero desgraciarme…
(…)
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