Arturo Bolívar Barreto

En este fenómeno, en el terreno de la narrativa, se inscriben dos grandes corrientes: la primera, la más notoria, la de los narradores andinos que han continuado, en general, con la herencia de los autores del boom, aguzando inclusive aún más la “ficcionalización” de la historia y que se han ocupado principalmente de la “guerra interna”, y, la segunda, la más propiamente parte de ese proceso eclosivo popular, que comprende autores de todas las latitudes, costeños, andinos y amazónicos, ciertamente mucho menos reconocidos, que, sin desconocer necesariamente el relato moderno, recuperan y se nutren, con fresco realismo,del acervo local y regional, por eso de amplia veta temática, sin excluir la violencia política vivida no hace mucho. No transitan obligatoriamente por la tradición autoctonista o indigenista, en tanto que expresan un regionalismo nuevo que tiende a unimismarse –siguiendo la evolución social actual- con el influjo cultural contemporáneo.
Los relatos reunidos en Grama arisca de José Luis Aliaga Pereyra (Cajamarca, 1959) se inscriben en esta segunda corriente, la del fresco y nuevo realismo regional. Por sus páginas recorren una diversidad de personajes locales que, por su autenticidad, alcanzan el carácter de prototipos pueblerinos. Así el viejo de sabiduría popular, sarcástico e irreverente contra las costumbres opresivas, está representado por el tío “Nevada”, en los relatos que este personaje protagoniza. El jactancioso de su hombría, pero fantaseador, mentiroso, está representado por Federico, personaje del cuento Federico y Manuela. El bromista pesado e inoportuno en Casimiro, personaje del cuento El gordo Casimiro. El amor maternal hasta la muerte, tanto más urgido de expresarse en las condiciones de la vida precaria y marginal, están representados en la protagonista del cuento Doña Clotilde y también en la pobre prostituta de El Condenau. El clásico amor escolar en el personaje adolescente de Libreta de calificaciones.

Pero los relatos están siempre, y aquí el nervio que los recorre e impulsa, ligados al compromiso con la vida, con la admiración y defensa de la naturaleza y, naturalmente, en ella, fundamentalmente con el hombre. Así, en La plantita, Reynaldo, un joven ebrio en abandono y perdición, es salvado por el esplendor maravilloso que le produce descubrir que, al interior de su desastrado y oscuro cuarto, y gracias apenas a una rendija de luz, ha sobrevivido erguida y feliz una plantita. Es el símbolo del triunfo de la vida natural sobre la decadencia humana. O en el cuento El preso, donde el líder rebelde del pueblo, un adelantado luchador contra la minera, que al caer preso cree haber sido olvidado, es finalmente reivindicado por el pueblo que ha cobrado consciencia sobre su condición y lucha por liberar a su dirigente.

“Entonces –dijo el abuelo-, te pregunto: ¿qué vale más, las lagunas y humedales que sacian la sed de nuestra provincia, o el oro que dicen se encuentra bajo su lecho? (…) El abuelo miró a los ojos a Joselo: -Si no estás con nosotros –le advirtió-, es mejor que regreses por donde has venido”.
Conatos en la narrativa de José Luis Aliaga que avizora, con sencillez, la literatura de hoy, la que tiende a despojarse del follaje o el formalismo interesado para tensarse –con belleza sí la hay más- sobre el drama humano universal de los tiempos de tránsito que vivimos actualmente.
El libro lo puede adquirir en:
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