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"Cuando el ánimo está cargado de todo lo que aprendimos a través de nuestros sentidos, la palabra también se carga de esas materias. ¡Y como vibra!"
José María Arguedas

miércoles, 3 de octubre de 2012

GUASHAG

Por Tito Zegarra Marín.

Pampa El Común y al fondo el cerro Guashag.
Foto: Panoramio de KmrojasA.
Siendo aún niños, recordados maestros y familiares mayores, metieron en nuestra cabeza, los nombres de los tres cerros más grandes que se elevan por los alrededores de la bella campiña donde se asientan las localidades de Sucre, José Gálvez y Jorge Chávez: Lanchepata, Guishquimuna y Guashag. Desde ese entonces, algo de respeto y temor nos inspiraban, pues sus severas pendientes hacían imposible escalarlos, menos llegar a la cima. Solíamos escuchar que cuando Guashag se enojaba, es decir, se veía cargado de densos nubarrones, oscurecido y amenazante, la caída de tempestades, duraderas y totales, eran inevitables.

A esos cerros, al Campanorco y Chucchún Alto al sur y Múyoc (Chaquil) al norte, los conocimos más de cerca los últimos años. Entre otras cosas, auscultamos que debido a lo espacioso de sus estructuras rocosas y pedregosas externas, son poquísimas las áreas que han quedado en condiciones medianamente aptas para la agricultura y ganadería. Casi en su totalidad están sembrados de piedras calizas y arenosas, en cadena, enmarañadas y a manera de bosques líticos dispersos. Situación compleja y poco favorable que, sin embargo, es posible revertirla y aprovecharla ventajosamente si en algún momento no muy lejano se promuevan políticas y programas masivos de reforestación. Sólo de esa manera, es posible convertirlos a mediano plazo y largo plazo en fuentes efectivas y seguras de ingresos económicos, y en factor fundamental para mejorar el medio ambiente, protegerlo y frenar su imparable maltrato.

Con voluntad y satisfacción hemos recorrido, paso a paso y pacientemente, a todos esos cerros y sus prolongaciones, pero faltaba el más elevado y afamado: Guashag. En estos días secos de agosto se presentó la ocasión, sábado 18, conjuntamente con los amigos Práxedes e Idelso y en el marco de un tiempo nublado y opaco, marchamos tras él. El caserío de Macas, al que pronto llegamos, se encuentra al pie, y desde allí iniciamos la lenta subida. Nos extrañó observar que más allá de la carretera que atraviesa a ese poblado se extienden importantes áreas de tierras cultivables, aunque carentes de agua.

El Guashag está dividido en dos cuerpos o niveles. El primero se eleva a más de la mitad de su altura, y entre ambos existe o los separa una regular pampa hundida, totalmente seca, silenciosa y con tres casitas de piedra y techo de paja a sus costados, de nombre un tanto extraño, “Ánimas Potrero”. No fue difícil llegar hasta allí y poco a poco vibrar ante el panorama paisajista cada vez más espléndido y reconfortante. Pero para el segundo nivel la subida se complicó un poco, no existen caminos y en la práctica había que hacerlos. Son laderas áridas y rocosas, lastimosamente casi exentas de flora y fauna, donde la práctica cruel de caza de venados, al parecer, ya no se da, en buena hora.

Después de más de tres horas y algo agotados nos posesionamos de la cima a 3420 m.s.n.m., y desde allí visualizamos la impresionante campiña, luminosa, verduzca y salpicada de sauces y eucaliptos; en sus costados, además de las tres localidades capitales de los distritos que daban la imagen de estar correctamente delineadas, se divisaba, casi escondidos, a los pequeños y finos villorrios de Cusichán, El Paraíso, El Torno, Chaquíl, Pencas, Conga de Urquía y Macas ; y a lo alto, nos asombró la espectacular magnitud de los cerros que lo circundan y protegen, sobre todo del que posábamos. Será por eso, nos pusimos a pensar, que Guashag significa en quecha defensor o guardián, tal vez en alusión a su posición altiva que parece vigilar a esa encantadora meseta altoandina. Aunque en medio de ello, no pudimos evitar nuestra indignación al ver extensas áreas, donde había algo de vida vegetal y animal, totalmente quemadas equivocadamente promovidas por campesinos ansiosos de lluvias.

Y en dirección horizontal, fue grato observar a Oxamarca y las compactas cumbres donde se asienta La Chocta; a los cerros Quillimbash y Cumullca con cortes y aberturas ocasionados por la construcción de la carretera asfaltada; a la ciudad de Celendín y sus picachos azulados en cadena hacia el norte, pasando el río La Llanga. Y a nuestras espaldas, dirección oriental, un penetrante hilo plateado deslizándose por entre las faldas andinas que se precipitan de la cordillera central: el río Marañón, sobre él y un poco arriba, territorios y pueblos de los chachapoya a los que hemos recorrido y siempre extrañamos.
Vista de la pampa El Común y al fondo el cerro Guashag.
Fotografía: Panoramio de KmrojasA.

Creo haber vivido una experiencia más de las muchas (alrededor de 100), entre pequeñas y medianas, realizadas a lo largo de más de una década; pero ésta, trajo a la memoria nuestras correrías por la cumbres de los territorios de los chachapoya, muchas de las cuales, como Guashag, parecían colocarnos al borde de la infinitud de la naturaleza, haciéndonos meditar sobre las cosas maravillosas que muestra y esconde, e invitándonos a amarla y cuidarla de verdad. Imaginamos a esa portentosa e insondable laguna (Huaucococha) que hacen miles de años cubrió toda la campiña; e imaginamos también, para cuando ya no estemos, a esos descomunales cerros totalmente reforestados y llenos de vida. Después de 7 horas, ya en el sitio El Isco, atravesando sus pampas soleadas, alzamos la mirada, el Guashag se reflejaba imponente entre las nubes.

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