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"Cuando el ánimo está cargado de todo lo que aprendimos a través de nuestros sentidos, la palabra también se carga de esas materias. ¡Y como vibra!"
José María Arguedas

miércoles, 1 de mayo de 2013

Poesía: DÍA DE FURIA,

Foto: Facebook Carlos Barreto Ruiz

Por los abortados vástagos, salgo,
o por los que nacieron pero languidecen bajo el rictus
sombrío de la madre, salgo,
salgo a marchar con la multitud,
salgo a pisar las calles con los estibadores de los mercados
de acopio, con los empleados precarios
cuyos salarios cubren un cuarto de su vida
y se abrazan tres cuartos con la muerte. Salgo,
por el hambre que nos asalta en la hora más negra
o en el adiós del fatigado día, salgo,
marchando con los trabajadores públicos de la salud
cuya salud se quiebra junto a la del gentío que acude a sus lúgubres
instancias, salgo a hacerme oír con los maestros de escuela
apabullados e insultados como causantes
de los niños ya averiados
por la indigencia más aciaga, salgo.

.
Salgo empuñando la voz, entonando el brazo,
contra la televisión y los bustos parlantes que mienten a diario
y ocultan el oprobio, contra la radio de voces alquiladas que chillan
contra el paro popular, salgo, marchante y firme,
contra el ninguneo de la prensa, amarilla como el vómito,
y del primer mandatario de la nación que, no obstante,
paga del erario millonaria tanda publicitaria
contra el desborde de afónicas voces , de descoloridas y crispadas manos,
contra los enervados pies de zapatos desgastados.

Salgo con paso firme con las amas de casa
y las madres de los comedores populares
para que no suba la vida y no se pudra la fruta intocable
en las carretillas de los expendedores.

Marcho con los obreros de construcción
cogiendo mi vara defensiva inundando largas avenidas,
trotando corajudamente, avivando el grito,
por un puesto para mis manos, por un lugar para mi cuerpo.

Marcho con los estudiantes para que la educación
no sea embalada absolutamente a los tiempos del mercader
y sea una zombi extirpada de cultura.

Marcho con miles de agricultores
para que no se regale el fruto de sus manos,
cojo, con ellos, troncos para bloquear el paso
pues no se oyen sus voces en las lides oficiales, y sólo
salen en la prensa cuando han puesto sus muertos
(no se autoeliminaron señor Ministro del Interior).

Salgo con los comuneros andinos
cuyas tierras se están ofertando al mejor postor
en inefables decretos traidores,
marcho con ellos contra los gigantescos y voraces topos
que contaminan impunemente el corazón de sus aguas ancestrales,
marcho con el poblado macilento de La Oroya
cuyos niños difuntos tragaban plomo mientras jugaban en la escuela,
marcho para que no siga silenciado el grito por el oro de la empresa
y por el indeseable que gobierna.

Marcho con los pueblos amazónicos
para que no sea rematado el bosque, ya sangrante y desbrozado,
y no se mate más a la tortuga, al jaguar, al lagarto negro
y no se mate los infinitos nidos ni las multiformes madrigueras,
y no se mate más al hermano yaminahua, cashibo, candoshi
o al hermano shapra o awajún,
salgo con ellos y apunto mi flecha al corazón de la satrapía
que quiere embalar mi selva al tren más loco de la ucina global,
salgo y apunto mi flecha a los ejecutantes engolados,
a los burócratas de piedra, a los retóricos pagados
del embrollo , apunto mi certera flecha,
la policía me rodea y, como soy solo un aborigen,
me golpea con fiereza apretando a que me inculpe
y declare que nací bandido, y firme, en castellano,
idioma que entre las aguas olvido, y apenas mascullo mi queja en
la clara lengua de mis padres.

Marcho con los jubilados que remojaron sus envejecidos huesos
hasta el amanecer por el centavo prometido e inasible,
trastabilleo y no caigo, agitando mi digna cabeza blanca,
levantando mi venoso puño, exhalando bronca voz desde mis
desdentados y fláccidos maxilares.

Marcho con los licenciados del ejército para no ser más descartable
carne de cañón, troto con mi jaspeado traje a grito de soldado hijo
del bajo pueblo para limpiar las jerarquías que enfilan sus armas
contra mis padres aimaras, quechuas o matsiguengas

Y no pregunto después del furibundo día qué vendrá,
no todo seguirá igual, nuestro alarido no morirá de muerte inane
para festejo de aquéllos, aprendida la lección
descenderán las aguas congregadas en rueda impredecible
para ahogar la fatuidad
haciendo irrecusables nuestros sueños.


(Arturo Bolívar Barreto, De Creciente hora nuestra, 2010)

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