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"Cuando el ánimo está cargado de todo lo que aprendimos a través de nuestros sentidos, la palabra también se carga de esas materias. ¡Y como vibra!"
José María Arguedas

jueves, 7 de julio de 2011

Historias reales y..., de la otras: COMO SEA VIAJO



Por Jorge A. Chávez Silva “Charro”.

Harto conocida y alimentada es la rivalidad entre los pueblos de Celendín y Sucre, distantes diez kilómetros uno del otro.

Sucre se llama el antiguo pueblo del Huauco desde la década del cuarenta en que cambió de nombre, lo mismo que sus vecinos de José Gálvez y Jorge Chávez, antiguamente Huacapampa y Lucmapampa. A algunos huauqueños les disonaban aquellos nombres de origen quechua y deseaban cambiarlos a como diera lugar. Cuando llegó al parlamento uno de sus hijos: Clodomiro Chávez, logró cambiarles de nominación. Este cambio, aplaudido por muchos, tuvo sin embargo, reacios detractores, que, plenos de identidad, respondían a cuantos preguntaran por su lugar de origen:

¡Soy Huauqueño a mucha honra, no sucretino como tantos!

El hecho de que los sucrenses tengan que pasar por Celendín para dirigirse a Cajamarca o a los pueblos de la costa, les resulta muy molesto. Otro gallo les cantara si la carretera, en lugar de entrar por los abismos de Quillimbash, lo hiciera por Loma del Indio, entonces no tuvieran que verle la cara a esos celendineros, tacaños por antonomasia.

Don Enésimo, ínclito profesor de una escuela de Sucre, era todo un patriarca, Sus paisanos lo tenían en alta estima y su opinión era obligada en cualquier asunto, privado o público, con decirles que las gallinas no ponían huevo sin su consentimiento digo todo. Por ello no era extraño que aquel día que viajaba a Lima, un séquito de sus paisanos lo despidiera en Celendín.

Como buen sucrense y para evitar contratiempos de última hora, don Enésimo estaba con más de media hora de anticipación, cómodamente arrellanado en su asiento. A través de la ventanilla del ómnibus atendía a sus amigos que le tributaban amistosos adioses y le encargaban cartas y mensajes para familiares y amigos residentes en la capital. Meticuloso como era, anotaba los encargos en una libretita.

Llegó por fin el chofer del vehículo, un gordo con manchas de grasa en la ropa, que de inmediato puso a calentar el motor. Los últimos pasajeros tomaban su respectiva ubicación. Los rezagados lo hacían muy sofocados, entre estos, uno, que mirando su boleto y paseando la mirada por los asientos, se detuvo ante don Enésimo y dijo:

Disculpe, caballero, pero el asiento que ocupa es mío.

En el rostro de don Enésimo se dibujaron sentimientos encontrados: estupor, desprecio, ira… ¿Cómo era posible que aquel infeliz, fuere quien fuere, tuviese la osadía de disputarle el asiento al honorable sucrense?
En gesto de solidaridad, el séquito que lo despedía mostró cara de pocos amigos al impertinente y hasta deslizaron insultos y amenazas. Don Enésimo hizo un esfuerzo por tranquilizarse y respirando hondo respondió:

Creo que se equivoca, señor, mire mi boleto y comprobará que el asiento que ocupo es mío, ¿estamos?

El extraño insistió:

Yo no sé, señor, pero yo compre ese asiento, así que me hace el servicio de desocuparlo.

La cosa iba a mayores y los ánimos se caldeaban. Aparentemente, la empresa había vendido dos veces el mismo asiento. Don Enésimo, en el colmo de la ira, ordenó a uno de sus súbditos:

No es posible tamaña humillación… llamen a Teófilo.

Don Teófilo Aliaga, administrador de la agencia, muy amigo de don Enésimo, acudió presto a resolver la disputa. Recibió de manos del extraño su boleto y comprobó que, en efecto, el asiento le correspondía. Luego, dirigiéndose al ínclito sucrense:

A ver, Enésimo, permíteme tu boleto. y luego de revisarlo detenidamente dictaminó: Efectivamente, Enésimo, éste es tu asiento y también la hora de partida, pero hay un pequeño detalle que no has observado, tú no viajas hoy, sino mañana.

Anta tan fatídico fallo, el honorable valoró todo en un instante; la despedida de su pueblo, las lágrimas de su familia, la corte que lo acompañaba, su orgullo vencido y rojo de vergüenza, dijo quedamente:

Teófilo, yo no sé dónde me acomodas, pero lo que es yo, viajo hoy, porque si me apeo de este ómnibus, me muero del shucaque…

Y viajó pué…

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