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"Cuando el ánimo está cargado de todo lo que aprendimos a través de nuestros sentidos, la palabra también se carga de esas materias. ¡Y como vibra!"
José María Arguedas

jueves, 7 de julio de 2011

Historias reales y..., de la otras: ¿Y si esto es un cuento? (*)

Por Palujo

Cuando le preguntaron a Gabriel García Márquez sobre el origen del cuento, respondió de esta manera: “El cuento parece ser el género natural de la humanidad por su incorporación espontánea a la vida cotidiana. Tal vez lo inventó sin saberlo el primer hombre de las cavernas que salió a cazar una tarde y no regresó hasta el siguiente día con la excusa de haber librado un combate a muerte con una fiera enloquecida por el hambre…”.

Toda cultura tiene sus propias anécdotas, relatos, leyendas y sus cuentos que van pasando de generación en generación, para deleite de todos y en especial de los más pequeños. Sucre también los tiene.


El primer cuento que recuerdo lo escuché en el año 1964, cuando aún tenía cinco años de edad. Congregados todos mis hermanos en torno a mi señora madre; sentados sobre una cama amplia que ocupaba casi la totalidad de su pequeño dormitorio, escuchábamos e imaginábamos atentos el desfilar de duendes y de príncipes encantados.

Aunque la historia de nuestro pueblo es muy rica, poco se ha escrito de ella; y menos aún en forma de cuento o relato. Nazario Chávez Aliaga, en su libro “El Huauco” (1940), escribió de algunos hechos históricos importantes y de varios personajes anecdóticos sucrenses, pero ninguno en forma de cuento o relato. Hubiéramos querido que abundara en detalles de aquellos hechos suscitados en la Plaza mayor de Sucre donde, lamentablemente, muriera, herido de bala, su abuelo; así como de la invasión de los Montoneros en la que el pueblo demostró su valor defendiendo su soberanía y honor. Ahora, como es lógico, Nazario Chávez A., forma parte de nuestra historia, como uno de sus notables caciques. Pero, éste ilustre sucrense, no fue el único que sobresalió en nuestro distrito, hubo otros caciques que, como él, recibieron los halagos y las críticas de parte de sus contemporáneos por su coraje, ya sea para enfrentar la vida diaria o para resolver los “problemas” en los que nuestro pueblo siempre estuvo inmerso. Y como en todo lugar, grande o pequeño, existen los caciques (malos o buenos), así también encontramos a otros personajes no menos interesantes como son los “cuenteros”, los “cuenta cuentos” o “recitadores de cuentos” que, incluso, a veces, eran los mismos protagonistas que narraban a sus hijos, amigos o vecinos sus propias hazañas o experiencias, agregándole o quitándole algo después de regresar de cada “viaje” (negociantes: bambachos, arrieros y otros).

Podemos imaginarnos a esos cuentistas o cuenteros; ancianos(as) que aprovechando cualquier reunión (velorios, reuniones de “cumas” para tejer sombrero o de las “mincas” para la siembra o la cosecha), demostraban su innato don de entretener. Si no ¿cómo nos hubiéramos enterado y cómo hubiéramos comparado, justamente, episodios que, incluso, no fueron escritos o si lo fueron lo hicieron de forma indirecta, interesada e incompleta, como aquel donde sucrenses acaballados invadieron Celendín cual película de vaqueros, siendo las heroínas las señoras Felicita Rodríguez y doña Rosa Marín? De igual modo las hazañas de “DIABLO CANTANA”; el movimiento liderado por don Manuel Quevedo Reyna para oponerse al sometimiento que intentaron hacer los celendinos contra nuestro pueblo so pretexto de una ley vial en 1,928; y otro hecho trascendental en la vida de nuestro pueblo sucedido en 1970, contra un mal director del colegio San José llamado Mario Avalos Linier. ¿Cómo hubiéramos podido saber de todo esto si alguien no nos lo hubiera contado?

Los cuentos no son totalmente producto de invenciones imaginativas, sino de acontecimientos reales que, como pasa en el relato, un pueblo recoge y guarda porque esos acontecimientos significan lecciones que más tarde formarán su base, su moral, su ética, etc.

Conocemos varios personajes con esta habilidad de “contar cuentos” y sin la intención de pasar por alto a nadie, quiero mencionar algunos de ellos como al señor Edilberto Escalante apodado “Lanro Zagalejo” que trabajaba para don Leoncio Aliaga y que según dicen era el “alma” de los velorios porque ¡hay de aquél que escuchaba un cuento suyo! ¡¡ya no podía dormir!! También tenemos a don Popelicio o Pompeyo Chávez y más cerca a don Julio Aliaga conocido como “Julio Borera”, ambos de aguda imaginación que se caracterizaban por narrar anécdotas y cuentos que despertaban humor e hilaridad principalmente por sus finales increíbles.

El profesor Onésimo Silva no se quedaba atrás en éste arte, y nos entretenía (y entretiene aún al que lo visita en Lima) en el salón de clase, enseñándonos la historia como un hermoso cuento donde exaltaba las virtudes de los personajes como la generosidad de don José de San Martín y la vanidad y orgullo exagerados del libertador Simón Bolívar; pero también, dicho profesor, era un virtuoso contador de cuentos fantásticos en los velorios donde, disimuladamente, lo rodeaban grandes y pequeños para escuchar sus cuentos de hadas, sus narraciones heroicas y las de terror que eran las que más impactaban. Y qué decir de su colega el profesor Wilfredo Merino que también tenía lo suyo y se emocionaba contando la historia de un bandido que asaltaba a los “Bambachos" o negociantes de ese tiempo y que gracias al coraje de uno de ellos, don Edilberto apodado “Sarago” o Leopoldo, del barrio de Minopampa, fue capturado.

Actualmente tenemos a don Timoteo Díaz que es un excelente contador de cuentos con un repertorio extenso que ya quisiera tener un escritor para su mejor libro.

Por eso los cuentos que primero se escribieron fueron de aquellas anécdotas que pasaron de boca en boca, de los “sucedidos”, de los pequeños hechos de personas particulares. Existe, por ejemplo, el cuento titulado “AGÁRRATE ZARCO”, escrito por don Juan L. Rocha en “LA VOZ de SUCRE” en 1945 (Nazario Chávez también menciona este hecho del folclore sucrense); por otro lado está el cuento “SI; USTED SI LO SABÍA” publicado en el periódico LUCERO DE LA QUINTILLA, hecho que pinta de cuerpo entero la personalidad del verdadero huauqueño. El cuento “EL BRILLANTE” que es la historia de un legendario toro arisco, hecho real que fue recogido por el profesor Gutenberg Aliaga Zegarra en su libro “LA FLOR DEL FLORIPONDIO”. De éste escritor sucrense leímos recientemente un relato publicado en el bimensuario KARUACUSHMA titulado “HOMBRES DE ANTAÑO” y que, como el anterior, esta basado en hechos reales y es preámbulo de un nuevo libro en el que, según su autor, se plasmarán acontecimientos de la historia de los hombres que vivieron en nuestro Sucre cuando aún se llamaba Huauco.

Están también las publicaciones a las que nos tiene acostumbrado el señor Máximo Sánchez (SACHAMA) que son verdaderas joyas nacidas en la profundidad de su espíritu querendón como lo es la fresca IRIKANA con su “Misha mantequera” y otras vivencias donde nos recuerda los arcaísmos o frases olvidadas y costumbres auténticas de los que fueron nuestros abuelos, bisabuelos y tatarabuelos. De igual manera la revista EL LABRADOR, que puntualmente sale los mayos, publicó un ameno y cálido cuento, “EL TÍO FIDEL”, escrito por el profesor Hebert Reyna Zegarra.

El cuento, plasmado gracias a los “cuenteros”, “cuenta cuentos” o “recitadores de cuentos”, es importante porque explica el mundo y la vida, porque transmite la experiencia y los conocimientos, porque critica a la propia sociedad en que vivimos; porque, dentro de la literatura, es uno de los grandes instrumentos que forjan una base sólida para el desarrollo de la cultura de un pueblo. Es por todo ello que debemos rescatar y difundir los aportes que estos personajes han dado a la cuentística y a la cultura sucrense.

“En el mundo del cuento, dice Víctor Montoya, todo es posible, pues tanto el transmisor como el receptor saben que el cuento es una ficción que toma como base la realidad, pero que en ningún caso es una verdad a secas”.

Preguntémonos ahora: ¿Y si esto es un cuento?

(*) Publicado en la revista Ecosucrense Nº 1, noviembre 2005. 

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