Por Mario Peláez.
“No pocas veces los rutinarios y frágiles hechos, los que nunca interesan a las doctrinas, son los que mejor aportan al entendimiento de la vida. Con el añadido de que también no pocas veces es el azar el gestor”- me dije con apremio.
Acababa de leer el estupendo libro “La Enfermedad como Metáforas” de Susan Sontag, donde con proverbial serenidad reflexiona sobre el cáncer que padece. Y como suele sucederme, toma un buen tiempo para que la argumentación y las imágenes se ahuyenten de mi mente y dejen de espolear mis pensamientos.
En ese trance me encontraba cuando sonó el teléfono.
Julio, amigo de antaño, me informaba que Gerardo otro viejo amigo, estaba delicado de salud; se encontraba en Neoplásicas. Y me sugería visitarlo. “Por lo demás el cáncer – agregó- no es necesariamente una sentencia de muerte”. Por mi parte argumenté. “Cierto. Pero los precios de la nueva terapia, de las dianas moleculares traen la sentencia”. Y julio retrucó “mejor sería contar con medidas preventivas eficaces; así, no solamente en la muerte seriamos iguales.
En la tarde Julio me recogió en su camioneta 4x4 de color platinado. Lucía una transgresora camisa hawaiana, la barba arquitectónicamente dibujada y roseado de perfume ratificando su presencia. No eran frecuentes nuestros encuentros, aunque no descuidábamos tener reciprocas noticias. Luego del efusivo saludo y de un par de generalidades, Julio, con tono altisonante, enumeró el “rosario de problemas” que viene enturbiando su tranquilidad.
- Mira, Arturo, para empezar, debo cuadrar fechas, agenda y horarios, y no tengo la fórmula de solución, y las olimpiadas están a la vuelta. Los pasajes están comprados. Pero en estas fechas han programado audiencias a las que debo asistir, sí o sí. De otro lado, tengo que desaduanar maquinaria y eso toma día de días. Amén de ir a la Sunat. Terrible, terrible. Y si fuera poco, a mi mujer se le ha ocurrido que vayamos al Teatro “Vargas Llosa” a ver no sé qué guevada. Y no te enumero otros compromisos- dijo finalmente acompañado de una maliciosa sonrisa.
La presencia de Julio en Neoplásicas fue breve, bulliciosa y amena. Él era cálido y solidario, se despidió con un “hasta la vista”.
No fue fácil retomar la conversación, romper el silencio, a pesar de que las palabras se columpiaban en nuestros labios; y sobretodo las manos de Ernesto siempre muy expresivas.
- Arturo - me dijo por fin – a lo mejor tienes el libro de Susan Sontag, “La Enfermedad como Metáforas”, me han hablado muy bien del libro.
- Te lo presto – contesté; y en paralelo recordé un pasaje que precisa que el amor, el mucho afecto es un primer gran antídoto.
Una enfermera desde el umbral advirtió que la visita ha terminado. Gerardo no se dio por enterado y siguió hablando.
- Tengo pendiente, Arturo, sin número de quehaceres y no sé cómo concretarlo, pasear descalzo por la playa; oler a discreción las plantas, en especial las flores; jugar con Trome, mi perro que debe estar pendiente de mi retorno; patonear por las calles del Rímac, escenarios de mis amores juveniles; devorar un buen ceviche (entonces sonríe); traer a mi mente las sonrisas de mis padres, antes que la penumbra copen mis ojos; reunirme con amigos y hurgar en los recuerdos, en la trastienda de la conciencia; y por qué no, alguna aventura trepitante… y gozar de un tiempo propio.
Mi mente estaba en blanco, solo atine a decir con el tono más laico y menos dramático, “mañana traigo el libro”.
En los pasadizos se multiplicaban los pasos de las visitas, en los umbrales de las habitaciones, algunos pacientes levemente sonreían y levantaban la mano despidiendo a los suyos. Lucían batas y turbante color crema algo raídos, quien sabe de tanto pesar. Daba la impresión de que se les había “caído el alma a los pies”. De lugares invisible llegaban agudos quejidos en escala infinita. ¿No sé qué dirán los dioses? – me pregunto a modo de digresión.
Opté bajar por las escaleras; desconfiaba de los quejumbrosos ascensores.
Cómo exorcizar tanta pesadumbre – seguí preguntándome -. Ni siquiera lo imagino. Pero sí sé que ningún paciente aceptaría asumir la identidad de víctima. Ellos atesoran una sobria dialéctica de supervivencia.
Entonces recordé a un viejo sabio (todos los viejos son siempre sabios) que argumentaba que el primordial conocimiento es saber bien vivir y saber bien morir: la cara y el sello de la vida.
- Sí, murmuré; y mentalmente repetí las palabras de Ernesto: “la vida siempre será un desafío”
0 comentarios:
Publicar un comentario