El paseito solitario del
pasado sábado 12 de noviembre de 2017, no terminó en la esquina que une a los barrios
del Centro y Minopampa. Se prolongó sin rumbo fijo por el campo, por entre los
sauces y pinos del jirón Amazonas. Caminito aquel al que antes cubría la grama
y hoy, como lo llaman los ingenieros, es trocha carrozable. Caminé despacio,
sin apuro. El sol se escondía, de cuando en cuando, tras ralas y pequeñas
nubes.
No era el aire sobre los
amplios pastos, ni la trocha carrozable recién construida; sino,
principalmente, la pequeña ¿laguna? y la casa frente a la loma, las que hacían
del Isco un lugar extraño, diferente al que conocí.
Un grupo de shingos o
gallinazos, parados sobre la cerca de la casa, abrían sus alas, tranquilos,
como si estarían cuidándola.
Regresé por la misma carretera
y cuando llegué a la altura de la escuela primaria, ya casi oscurecía. No solo
las casas del pueblo están cambiando, pensé. El campo también es otro. ¿Y los
shingos, los chacales y las hienas?... Todavía se ríen. Es que la aparente laguna es la laguna de oxidación del distrito vecino de José Gálvez.
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