La actual huelga del Sutep es fundamentalmente una huelga de las masas magisteriales. Y no es sólo por un tema salarial, el cual ya sería una razón suficiente. Pero es más que eso. La contundencia de la paralización y movilización docente expresa el hartazgo contra un sistema educativo que, desde hace décadas -llevado por la lógica mercantil-, se ha convertido en un sistema opresivo y asfixiante para niños, padres y maestros. Éstos últimos, que son los más estigmatizados y sujetos de maltrato diario, pero están en mejor posición de conciencia social y organización, han dicho basta y la protesta ha estallado. Y, con esto, el movimiento magisterial ha despertado a un nuevo ciclo. El movimiento ha rebasado a la dirigencia “nacional” sindical, ya definitivamente sistémica, y ha rebasado también al gobierno y al coro mediático reaccionario, todos los cuales han querido inicialmente desconocer la irrupción magisterial –sintomáticamente provinciana, regional-, con una interpretación reduccionista y sesgada, vociferando que es una protesta “política”, no mayoritaria, arrastrada fundamentalmente por cúpulas pro terroristas.
La existencia de tales cúpulas no explica todo el movimiento magisterial generado, sería desmentir la grave realidad educativa, sería desmentir la dignidad y la capacidad de respuesta de los maestros. La mentira apresurada e irresponsablemente proclamada ha saltado desnuda y grotesca: la huelga ha crecido hasta involucrar masivamente a maestros de todas las regiones, de todas las posiciones políticas, en su mayoría independientes, pero con un solo sentimiento reivindicativo, pero también político en su sentido amplio, pues ese nivel es el que corresponde cuando se cuestiona una educación pública nefasta, antidemocrática, anticultural, enemiga del maestro, orientada por los grandes intereses del poder económico global, educación neoliberal que ha quedado casi inamovible en el Perú. Y, entonces, los que creían que un acuerdo entre la ministra de educación y los presidentes de los gobiernos regionales, con la complicidad de la burocracia sindical –de espaldas a los verdaderos protagonistas de la huelga y amenazándolos con despidos y descuentos- iba a aplacar la protesta, han tenido que retroceder asustados ante la respuesta de gran temple, masiva y organizada de los maestros (otra vez, oh maestros, dando ejemplo de lo que puede ser capaz la lucha popular en el Perú).
Es por eso que el propio Presidente de la República ha tenido que pedir el diálogo urgente, y no por generoso o avisado, sino porque ve que esto rebasa todo el cálculo político gubernamental, conservador y represor. El presidente que habla de atropello a los derechos humanos en Venezuela, que es el abanderado de una reunión en Lima de representantes de gobiernos de derecha para “repudiar el autoritarismo” del gobierno bolivariano, se encuentra de pronto con unas demandas de derechos humanos –en su propio país- para centenas de miles de maestros descontentos, movilizados, activos y valientes, a los que había amenazado y estigmatizado hacía poco, pero que ahora ve con horror como éstos desnudan la entraña autoritaria y antipopular del régimen que dirige. No quiere quedar en evidencia y, acorralado, anuncia con premura que va a dialogar. Los maestros han anunciado a su vez que sus demandas no quieren ser meras concesiones que maquillen el sistema educativo actual, quieren empezar a desmontar la estafa de la educación pública en el Perú. Esperemos que logren algún hito que anuncie el comienzo del fin de la educación neoliberal en el Perú.
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