Por Mario Peláez
Tan gigantesco es el ego del hombre que en ningún momento duda de reconocerse como homo sapiens sapiens. Seguramente porque come con cuchara y tenedor, se singulariza con la corbata, trajina la trascendencia y ratifica su inteligencia con los viajes espaciales y la internet. Sin embargo, sigue gobernado por el “cerebro reptil”, situado debajo de la corteza cerebral, de donde fluyen los comportamientos más primitivos y perversos. Y lo peor del caso, es que son estimulados cotidianamente por el neoliberalismo.
Si habría la posibilidad de evaluar la calidad de la conciencia, estemos seguros que calificamos con nota por debajo del comportamiento de las hienas. Las pobres hienas se comportan con suprema agresividad para seguir subsistiendo como especie. Y si pudiesen hablar criticarían nuestro comportamiento. El hombre con alevosía comete asesinatos, genocidios y todo tipo de torturas: por riquezas, por poder y por dominio. Es decir, abre de par en par las puertas de la irracionalidad (Pero, eso sí, es idóneo precisar que las mujeres no tiene la misma responsabilidad histórica).
He aquí el arsenal de crueldades y despropósitos que gobierna la conciencia posmoderna:
Las guerras (más el complejo industrial bélico). En la actualidad hay alrededor del mundo 23 guerras, ocasionando millones de muertos, mutilados, heridos y desplazados. Con gastos billonarios en armas y en el desarrollo de la industria bélica. Con cuya suma se podría erradicar el hambre. Esto es, no habría un solo hambriento en el mundo.
La perversión del medio ambiente y la sobre explotación de recursos: el modelo industrial consumista es el causante de los cambios climáticos y de la secuela de enfermedades.
Las injustas y abismales diferencias económicas: hay quienes ganan millones de dólares; y la mayoría apenas unos dólares.
El racismo: el más despreciable comportamiento, generalmente de la mano del machismo y de la explotación laboral.
El nacionalismo y la xenofobia: postizas y perversas instituciones ideológicas.
A todo lo cual se suman la corrupción, dictaduras, fraudes, impunidad, consumismo, drogadicción, pedofilia, sicariato, abandono familiar, promiscuidad, abusivo centralismo, desprecio a la lectura y las humanidades, individualismo ególatra, geopolítica, muros (desde el muro Trump hasta el de las casuarinas de Lima), prostitución, avaricia, cinismo, trata de personas. Y que en el caso del Perú hay que sumar todavía un interminable etcétera.
Felizmente, la humanidad cuenta con reserva ética y moral suficientes; y clara conciencia de que la historia no siempre será como actualmente es. Lo importante, entonces, es no dejar de soñar. Soñar que por ser humanos, todos seremos fundamentalmente iguales en la vida. De no ser así, no tendría sentido ni justificación nuestra presencia en el mundo. (Hasta el próximo domingo, amigo lector).
0 comentarios:
Publicar un comentario