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"Cuando el ánimo está cargado de todo lo que aprendimos a través de nuestros sentidos, la palabra también se carga de esas materias. ¡Y como vibra!"
José María Arguedas

domingo, 22 de diciembre de 2013

EL HOMBRE EN LA POESÍA DE VALLEJO (II)

Por Ernesto More

(Conferencia pronunciada en las Universidades del Cuzco y Arequipa, el 15 y 29 de octubre de 1954, respectivamente)

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Recuérdese lo que dice Juan Larrea en un artículo consagrado a Vallejo y publicado en “España Peregrina” en el número 3 en 1940: “Tan antiliteraria era realmente nuestra posición, que a los varios meses de trato diario de amistad, no nos habíamos entretenido ni una sola vez de nuestros versos”. Recuerdo que jamás ni en Lima, ni en Paris oí yo a Vallejo referirse a sus poesías. Nunca ostentaba el rótulo de poeta o de escritor, ni hacía alarde de su intelectualidad. Se presentaba siempre como todos los demás, no buscando en ningún momento atraer especialmente las miradas y la atención. Y por este camino, asegurábase primero la confianza de los demás, y luego, sucesivamente, el aprecio, la admiración y el amor de todos. Vallejo atraía sin deslumbrar, porque a todos repartía su pan. Mantenía trato con todo el mundo, con ricos y pobres, con izquierdistas y derechistas. Así era Vallejo al menos hasta fines del año 1928 en que nos despedimos en Paris para no volvernos a ver más. Ignoro si después, al ingresar él a una vida de militancia partidista, varió en su idiosincrasia, porque él no tenía pasta de fanático. Su naturaleza, orientada irreprimiblemente hacía la unidad sentía invisible repugnancia por el encasillamiento. Intuía que todo dogmatismo es enemigo de lo humano, como lo absoluto es incompatible con lo relativo y lo eterno con lo efímero. Y lo humano es relatividad y brevedad. Quien haya podido penetrar, como él, el secreto infinitesimal del Hombre, habrá podido percibir, paradójicamente el resplandor de la eternidad. Es así como Vallejo pudo decir: “Completamente. Además todo! /Completamente. Además, nada!” Siente mejor que los existencialistas que el hombre, el tiempo, la nada, viven y mueren, viven en la muerte, mueren en la vida, se compenetran, se identifican y se paran y se diversifican. Y nos da un escalofrío cuando dice:


Y si después de tantas palabras,
No sobrevive la palabra!
Si después de las alas de los pájaros,
No sobrevive el pájaro parado!
Más valdría, en verdad,
Que se lo coman todo y acabemos!

¡Cómo se ve en él un congénito sentido dialéctico! Ahora bien, ¿Vallejo llegó a la preciada Unidad, por el conocimiento? ¿Llegó a la Unidad mediante la universalidad del saber, como Goethe o Leonardo? No, no fue por los conocimientos universales que Vallejo llegó a la preciada Unidad, a ese mirador desde el que se divisa todo el discurrir humano; y no sólo se le divisa, sino se le siente y se le vive. Veamos lo que dice Jules Romains en un artículo consagrado a Geothe: “Yo diría que de tiempo en tiempo es necesario que aparezca un hombre que se encargue de reunir en si mismo al hombre. Y añadiría que existe un deber de representar al hombre total, que no puede ser indefinidamente postergado. Este trabajo de recolección y de representación es de ilimitada importancia para el hombre. Este no permanece el mismo, sino que se desenvuelve y expande. Pero tantos conocimientos adquiridos no han venido a beneficiar al hombre total, pues la pesada carga ha roto al hombre en muchísimos pedazos. Esas riquezas se han distribuido a porciones de hombre. El deber es rehacer al hombre total, no volviendo a los orígenes, sino conservando en lo “imposible las riquezas adquiridas. No se pretende llegar a la ciencia universal o a al saber enciclopédico, pues la suma de los conocimientos no significará la recolección del hombre total. El hombre total no será aquel que sepa todos los libhros, sino el que haya recuperado por dentro los divertsos poderes y aptitudes del hombre; el que se habrá apoderado por un ejercicio interno, de los diversos modos que tiene el hombre de escuchar, interrogar y sentir a la naturaleza. No hay posibilidad de un hombre total allí donde no se destaque un conjunto excepcional de dotes excepcionales por sí mismos. Esto es lo que se llama el genio. Y de ninguna manera podremos llamar genio al individuo que no es sino el extremismo, la exasperación –a veces llevada al delirio- de una aptitud especial. Contad los hombres que, durante una larga vida hayan permanecido fieles a esta misión, y no encotraréis antes de Goethe, sino a Leonardo de Vinci. Hay que tener el valor de decir que al lado de éstos, Aristóteles, Dante, Shakespeare, no han sido sino especialistas. Sin Leonardo y sin Geothe, nuestras ideas del hombre habrían sido más pequeñas”.

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