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"Cuando el ánimo está cargado de todo lo que aprendimos a través de nuestros sentidos, la palabra también se carga de esas materias. ¡Y como vibra!"
José María Arguedas

miércoles, 23 de enero de 2013

Narrativa: Virgilio Leetrigal, El mancshache (Cuento)


El labrador, luego de desayunar, acondicionó alforjas y enrumbó con su zapapico al hombro. Berta, su mujer, desde la esquina de la casa, quiso despedirlo con venias; pero al verlo ir en dirección contraria a la de rutina, exclamó:

— ¡Darío! ¿Por ónde te vas?

—Voy por éste lao, hasta “Los Chuyos”, a poner un mancshache (1) en la chacra de cebada que yastá madurando, y la plaga de los pishgos (2) amenaza. De allí pasaré a la parcela “Monte malo” a continuar preparando la chacra para sembrar las papas. —contestó Darío, gesticulando para indicar que rodearía al cerro “Poyo bajo” hasta la dirección norte; y que de allí, enfilaría hacia el cerro “Los Chuyos” y parcela del mismo nombre—. A medio día, mandas al Fidel pallá mesmo, a dar agua y pasto a la vaca —ordenó.


—Bueno. Irá apenas almuerce, y yo llevaré tu almuerzo —dijo Berta. Darío asintió y reanudó su marcha.

El campesino, según su plan del día, llegó primeramente a su parcela “Los Chuyos”, disponiéndose a confeccionar el mancshache: Habilitó un horcón de aliso, cuyos brazos invertidos serían sus piernas, y un madero horizontalmente acoplado, harían de brazos extendidos. De las alforjas sacó las ropas viejas, calzó en los brazos del horcón el pantalón azulino; y en el travesaño amarrado al tronco, puso la camisa roja y el saco celeste. Las mangas del saco, más los guantes acoplados, quedaron largas y colgantes. En el otro extremo del horcón, retiró parte de la corteza y con un carbón dibujó allí un rostro, puso: ojos, cejas, nariz, bigotes, patillas y boca. Finalmente colocó el potocho (3), cuya copa quedó como encintada, con un bejuco envuelto alrededor del tronco.

Seguidamente izó al mancshache sobre una collona (4), cerca al bosque de arbustos en que los pájaros sombreaban, para desde allí atacar al sembrío. Una fuerte carcajada se le escapó al observar su creación, e imaginar la figura similar que habría proyectado él, cuando aún usaba ésas ropas. Le satisfizo ver que, cuando el viento agitaba las mangas del saco, parecía que el mancshache gesticulaba echando a los pájaros del área, como un buen espantapájaros.

Culminada su primera tarea, recorrió las laderas del cerro “La Púcara" hacia el oeste, llegando al “Monte malo”. Allí completaría jornada, como ya dijimos, preparando la chacra para la próxima siembra de papas.

Fidel salió al medio día de su escuela, almorzó, y partió presuroso para cumplir la orden de su padre. Rodeó al “poyo bajo”, cruzó la planicie “Agujeros verdes”, y subió la cuesta hacia “Los Chuyos”. Desde un recodo del camino ascendente vio que el cebadal, por acción del viento, ondeaba y variaba su color de amarillento verdoso a blanquesino. Aspirando aire, miró lejos, pendiente arriba; y,... sobre una roca grande, entre el cebadal, creyó ver a su padre “haciéndole señas para indicarle que no avanzara, y más bien, que regresara”. Fidel, respetuoso y obediente, volvió sobre sus pasos. El día se opacaba, nubes oscuras revoloteaban cubriendo el azul escaso del cielo. Varias golondrinas volaban velozmente hacia el este. Una copiosa y ruidosa lluvia se descolgó del cerro Yanahuma. A su corta edad, sabía que en un ambiente así, la lluvia llegaba rápidamente hasta su comunidad; y él, sin su poncho, aceleró el paso.

Berta se sorprendió por el pronto regreso de su hijo. El niño captó sus gestos, y de inmediato explicó algo sofocado:

—Mi papá está en “Los Chuyos”, seguro él dará agua y pasto a la vaca, porque mirando la lluvia, me hizo señas paque me regrese.

—Seguro (5) hijito, el sabe que no podrá trabajar con tremenda lluvia, y viene para almorzar en casa —dijo Berta.

La lluvia arreció, adquiriendo rápidamente características de tormenta: parecía que las nubes, oscuras y pesadas, se abrían dejando caer chorros de agua sobre los accidentes geográficos más altos del distrito El Huauco. Los rayos centelleantes se desprendían del cielo cuál hilachas de fuego para castigar la tierra. De inmediato, la andanada de truenos parecía dinamitar los cerros para volarlos en pedazos. Los más castigados eran “La Púcara” y “Los Chuyos”, que adicionalmente recibieron el repiqueteo de una granizada, que en pocos minutos cubrió de hielo albo sus laderas y hondonadas. El fenómeno climatológico, cubrió rápida y completamente los caseríos Cajén y Calconga; asimismo parajes, como: La Artesa, Shinshilpunta, Vigasmayo, Santa Rosa, La Quinuilla y Tincat; hasta remontar al cerro Wirawira. Avanzó ruidoso, bañando cerros y quebradas, por Uñigán y Guañambra; también, por las campiñas Huauco y Huacapampa, hasta diluirse por los alrededores de la capital de Celendín.

Darío se guarecía de la tormenta en su choza del “Monte malo”. Sentado sobre un tronco de quishuar (6), meditaba y chacchaba (7) coca. Con los antebrazos sobre sus rodillas, chufraneaba (8) ruidosamente al checo (9); luego, orientaba al alambre cubierto de cal a hincar al bolo aquietado al costado de sus maxilares. Pero, luego que cesaron los rayos y truenos, la coca le sabía muy rara. El bolo, húmedo y verdoso, que usualmente le adormecía la cara y le calentaba el cuerpo; ésta vez, se deshacía y amargaba peor que sumo de achicoria. Por la escorrentía, y demás efectos de la tormenta, vistos en caminos, pampas y cerros vecinos, Darío imaginaba, y la coca le confirmaba, que había daños en “Los Chuyos”. Además, desde dónde él estaba, escuchó la contundencia de la tormenta por ésa zona: “La coca habla, avisa, la coca no engaña”, pensó. El hambre, de modo inusual, también lo inquietó: “Hasta el hambre me está tapiando”, se dijo. Estimó que era hora de cerrar jornada, y por el camino de la mañana, retornó a “Los Chuyos”. Había poco más de un kilómetro entre ambas parcelas. Llegó y sintió desvanecerse, ante el cuadro terriblemente dramático que veía: en una chacra, las ocas y ollucos yacían con hojas y tallos triturados; entre los surcos blanqueaba el granizo almacenado. En la otra, se observaba al extenso cebadal, con tallos quebrados y espigas desgranadas. Millares de granos verdosos y amarillentos, estaban amontonados y mezclados con las esferillas albas del granizal. En otras zonas, tallos y espigas estaban apelmazados contra el suelo, como camas de manadas. Sufrió más, al encontrar en el área de pastizales, a su vaca y pequeña cría, tumbadas y sin vida. Era obvio que, cuando allí llegó la muerte, la cría estaba arrimada a su madre. El cuerpo de ambas reses mostraba surcos irregulares de sangrantes quemaduras. El suelo también había sido revuelto alrededor de los cadáveres. El ambiente olía intensamente a pelos quemados. Era evidente que un rayo las había fulminado.

Así fue como Darío y familia, lo perdieron todo en un instante. Él sintió esto como el más doloroso castigo que recibía en su vida; y pensó que de la pobreza, pasaría a la miseria total. Entristecido..., y en busca de calma y resignación, descendió hacia la cima del “Poyo bajo”, visualizó su casa en la lejanía, y a todo pulmón, llamó a Berta. Luego que ella la escuchó, le ordenó llevar una acémila, más lo necesario para rescatar la carne de las reses. Cuando el día ya se extinguía, en la tranquera de ingreso a su propiedad, recibió a su esposa, su hijo y dos familiares que fueron para ayudar. Berta y Fidel, lloraron conmovedoramente, al comprobar la magnitud del daño.

Berta, explicó llorando y a todos, que no llevó almuerzo a su marido; porque Fidel le informó, que creyó verlo, parado en el cebadal, gesticulando para ordenarle que regresara a casa, y que justamente, eso hizo el niño. “Creí que vos Darío, llegarías pronto por su tras”, agregó. Solo entonces, Darío centró su atención en el espantapájaros, y comprobó, asombrado y perplejo, que no estaba dónde él lo puso. Corrió a la loma y desde allí lo vio parado, en el lugar que indicaba su mujer. Inspeccionó el lugar dónde él lo instaló, y quedó más confundido, al comprobar que allí estaban las evidencias de su trabajo de la mañana. Todos comprobaron, que solo desde dónde estaba el mancshache, la visibilidad hacia los recodos del camino de acceso a la parcela, era inmejorable. Entonces, quedaron convencidos de que Fidel no mintió. Todos coincidieron en que: si Fidel llegaba hasta la vaca y su cría, para cumplir lo encomendado por sus padres, habría muerto también fulminado por el rayo; y que el misterioso desplazamiento del mancshache, fue un milagro que le salvó la vida. Tener a su hijo vivo y a su lado, fue el consuelo más valioso para Berta y Darío, en ese momento angustioso y dramático.

Tiempo después, el mancshache dejó de espantar pájaros. Las aves se le posaban por doquier, hasta una pareja de pájaros rocoteros anidó en restos del raído saco. El mancshache había muerto definitivamente. Darío recogió la cruceta de maderos, que pese a la intemperie, se conservó bien. Berta lo instaló en un lugar especial de su casa. Le rezaban frecuentemente, agradecidos por el milagro, y solicitándole ayuda para superar dificultades. En pocos años, la familia prosperó, compró una casa en Cajamarca y se mudó.

La comunidad animosa, adoptó la cruz y construyó su capilla. Así, la gente recuperó mucho de la fe perdida por continuas decepciones y frustraciones.

Cada mes de mayo, en que se celebra la “fiesta de las cruces”, hay procesión para la del pueblo, en el que el tiempo parece haberse detenido y no hay progreso ... Pero los cristianos continúan allí..., cargando su decorada y pesada cruz.

Glosario:

(1) Mancshache: Espantapájaros.
(2) Pishgos: Pájaros.
(3) Potocho: Sombrero viejo.
(4) Collona: Aglomeración artificial de piedras.
(5) Dejuro: Seguramente.
(6) Quishuar: Especie de árbol en inminente extinción.
(7) Chacchar: Masticar
(8) Chufranear: Acción de meter y sacar un alambre (chufrán) al interior del checo.
(9) Checo: Pequeña calabaza portadora de cal.

Virgilio Letrigal nos dice en la Página de los Cuentos: Nací en un paraje exótico, ubicado entre los distritos de Sucre y Oxamarca (Celendín-Cajamarca). Tengo recuerdos maravillosos de paisajes, caminos, personajes y vivencias en ambos; pero los momentos más felices de mi infancia los viví en el primero. Debido a los hechos confusos suscitados el día en que nací, por cuya explicación mis padres se enfrascaban en insalvables diferencias; no sé con certeza cuál es mi distritalidad. Lo cierto es que soy: celendino, cajamarquino y peruano; y vivo orgulloso de eso.

En El Huauco (Hoy Sucre); lo reitero, fui muy felíz, allì: Recorrí campos y cerros verdes por sus jalcas, también caminos sinuosos entre chacras y pueblos. Jugué con niños pastores de ganado, y aprendí su oficio. Respiré el aire más puro de mi existencia. Escuchaba y retenìa lindas historias de pueblos y personas. Cuando tenía seis años, transité en primera y ùnica vez, por algunas de sus calles empedradas de la ciudad; entonces ya era Sucre, e ingenuamente, creí que su cambio de nombre era parte del avance hacia una vida más feliz para su gente. En mi inocencia creí que la gente del pueblo no sufría, que el sufrimiento sòlo era para gente del campo. Talvéz por esto, soñé vivir en un pueblo como El Huauco. Y, hoy confieso que aún espero que aquel sueño se me cumpla.

Crecí en el campo, junto a animales domésticos y también a los libres. No creo en la existencia de animales salvajes; en todo caso, no creo que haya más salvajismo en una especie viviente, que la que existe en el hombre.

Las faenas agrícolas me acercaron a las vivencias de los campesinos; y a los relatos de quienes se empeñaban en controlar mi engreimiento e hiperactividad, atemorizándome con la actuación de personajes fantasmales y/o malignos.

Me acerqué a los libros, en el colegio, como en la Universidad. Lecturas, vivencias; y sobre todo, historias recogidas y grabadas, constituyen en mí, una combinación especial de la que quiero liberarme permanente y definitivamente. Por eso las escribo y comparto, primeramente, con los lectores de éste libro especial.

Saludo y agradezco a quienes usan su tiempo valioso para leer lo que aquí es posible publicar.

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