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"Cuando el ánimo está cargado de todo lo que aprendimos a través de nuestros sentidos, la palabra también se carga de esas materias. ¡Y como vibra!"
José María Arguedas

domingo, 30 de diciembre de 2012

La dama de La laguna azul

Máxima Acuña y su familia viven hace 24 años en las inmediaciones de la Laguna Azul, una de las lagunas que Minas Conga convertirá en vertederos. La minera ha intentado desalojarla pero ella se resiste a dejar su tierra. Un colectivo de la sociedad civil la ha nombrado Mujer del Año 2012.
 
Texto: Óscar Miranda. 

Fotografía: Miguel Mejía.

Las madrugadas en Tragadero Grande son implacables con los forasteros. Insomne, salgo de la casa de doña Máxima Acuña (42) y me sumerjo en una espesa neblina. Son las tres de la mañana y casi no se ve nada. La cabaña está situada sobre los 4.600 metros de altitud, a tres horas en combi de Cajamarca. La familia de doña Máxima duerme. Hay total silencio. Al otro lado de la carretera, la Laguna Azul se intuye helada, distante. A nuestra izquierda, en la punta del cerro Tragadero, duermen en carpas los ronderos bautizados como los Guardianes de las Lagunas. Al pie de ese cerro, dentro de un ómnibus, ronca media docena de policías de la Dinoes contratados por Yanacocha como sus vigilantes particulares. Curioso vecindario el que constituimos esta noche. Policías, ronderos, campesinos... periodistas. Por lo demás, a varios kilómetros a la redonda, en las inmediaciones de la laguna no hay nadie más. Excepto los zorros.

Aparecen dos horas después, a las cinco de la mañana. Son tres, uno grande y dos chicos. ‘Pastora’ los ha descubierto y trata de ahuyentarlos a ladridos, despertando a todos. Don Jaime abre la puerta y le grita a su perra: “¡chápalos! ¡chápalos!”. Por un segundo pienso que son los policías de la Dinoes que vienen por nosotros. Los habíamos encontrado la tarde anterior, cuando recién habíamos llegado y le estábamos haciendo fotos a doña Máxima con el fondo de la Laguna Azul. Llegaron en una camioneta, nos pidieron nuestros documentos y nos dijeron que no podíamos fotografiar a la laguna. “Es propiedad privada”, dijo el que iba al volante. El copiloto, vestido con uniforme de reglamento, llevaba una pistola en el cinto. Nos dijeron que debíamos irnos. Por supuesto, nos negamos. Decidimos quedarnos a pasar la noche en casa de los Chaupe-Acuña. Durante el resto de la tarde, la camioneta se estacionaba de tanto en tanto en la carretera y desde allí dirigía sus faros hacia la cabaña, quizás tratando de intimidarnos. Así, una y otra vez, hasta que nos fuimos a dormir.

Por eso, en este momento tonto, entre dormido y despierto, temo que los Dinoes están viniendo a sacarnos. Pero no, son los zorros. ‘Pastora’ los termina de echar.

Ya va a salir el sol. Los animales del corral están agitados. La neblina se está yendo.

Golpes al caer la tarde

El incidente con los policías en la carretera no fue grato para doña Máxima.

La habíamos encontrado media hora antes en su cabaña, cosiendo un vestidito blanco en su máquina de coser. Don Jaime escarmenaba la lana de sus ovejas para, luego, convertirla en hilo. Doña Máxima estaba de buen humor. Para las fotos, se subió a su yegua entre risas, quejándose de que estaba toda despeinada, mientras su marido la fastidiaba con que así andaba siempre. Todavía no creía que habíamos llegado hasta allí para entrevistarla, debido a que un colectivo de ciudadanos de Lima –el colectivo Nadie nos paga– la había nombrado Mujer del Año 2012.

Pero cuando, en la carretera, los Dinoes quisieron echarnos, algo se revolvió en el interior de doña Máxima. Vinieron a su cabeza las imágenes de agosto del año pasado, cuando la minera mandó desalojarlos. Así que mientras los policías nos pedían a Miguel y a mí que nos fuéramos, doña Máxima alzaba la voz, reclamando justicia, acusando... llorando... recordando.

Recordando el 9 de agosto del 2011, cuando decenas de efectivos de la Dinoes llegaron a las 6 de la mañana a su casa, los sacaron de las camas a gritos y sin pedirles permiso les quitaron su ropa, sus alimentos, sus escasos utensilios domésticos, y desarmaron su choza y la quemaron. "Esto es de la mina", era lo único que repetían ante sus reclamos.

Recordando el 10 de agosto, cuando los policías volvieron al caer la tarde, muchos más, al menos medio centenar, trasladados por dos buses y varias camionetas, acompañados de una retroexcavadora a la que un ingeniero guiaba dentro de la propiedad de los Chaupe-Acuña: "Acá vas a hacer cinco plataformas, acá una, acá la otra", decía, provocando que Igilda, la hija de 18 años de doña Máxima, se arrodillara frente a la máquina para impedirle avanzar.

Recordar las escenas siguientes hacen llorar a doña Máxima. Igilda, arrastrada hacia la carretera por varios policías que le aplican puñetazos y patadas. Doña Máxima, corriendo a socorrer a su hija y siendo atrapada por cuatro efectivos que la golpean con sus varas en los brazos y la espalda. Don Jaime, agarrando dos piedras y gritando que suelten a su mujer y a su hija, y que recibe en respuesta disparos de los Dinoes, que no le impactan pero que lo tumban de la impresión, haciendo pensar a los suyos lo peor. Y Carlos Enrique, el hijo menor, impotente ante el cuadro que tiene frente a sí, corriendo sin rumbo y gritando a quien pudiera oírle que a su papá y a su mamá los están matando.

De nada valió que los esposos dijeran que ellos eran dueños de esa tierra. Esa tarde los policías nunca escucharon.

Solo cuando don Jaime logró comunicarse con su hermano en Lima y este avisó a los medios, los policías se retiraron. "Ya, ya, deja de llorar", le dijo uno de ellos a doña Máxima, antes de largarse.

Donde los guardianes

Después del incidente con los policías, nos fuimos al cerro Tragadero a conocer a los Guardianes de las Lagunas. Están allí desde inicios de octubre, cuando se reiniciaron las protestas contra el proyecto Conga. El 24 de noviembre, cientos de ellos, llegados de Celendín y Bambamarca, celebraron en este lugar el aniversario del inicio de su lucha. Ese día los Dinoes los rodearon y estuvo a punto de desatarse un nuevo episodio de violencia. La tensión entre los ronderos y los policías, separados por apenas cien metros, es cosa de todos los días.

En la noche le compramos a doña Máxima una de sus gallinas y le pedimos que la cocine. Mientras preparaba el caldo, me contó el origen de la controversia con la minera. Ella y su esposo viven en la zona de Tragadero Grande (distrito de Sorochuco, provincia de Celendín, Cajamarca) hace 24 años. En 1994 le compraron el terreno, de 30 hectáreas, a uno de los tíos de don Jaime. Yanacocha dice que adquirió la propiedad en 1997 a la comunidad campesina de Sorochuco. En teoría, habría habido una doble venta. El año pasado, la minera denunció a los esposos por usurpación agravada y hace poco, el 30 de octubre, un juzgado de Celendín le dio la razón y condenó a la familia a tres años de prisión suspendida y al pago de 200 soles de reparación civil. Sus abogados dicen que han desconocido el certificado de posesión de los Chaupe-Acuña y por esa razón han apelado.

El caldo resulta ideal para resistir la noche que se viene. Han bajado los ronderos del cerro a compartir la cena; uno de ellos saca una bolsa de coca; don Jaime ofrece una botella de cañazo que empieza a circular. La camioneta de los Dinoes se ha detenido en la carretera y desde allí nos ilumina, por enésima vez. Doña Máxima los mira con rencor. "Que vengan otra vez, no les tengo miedo", dice. "Estoy dispuesta a morir por mi tierra". Ese es el espíritu por el que un grupo de gente en Lima la nombró Mujer del Año. Ese el valor. Esa la rebeldía.

Fuente: Diario La República 30 de diciembre de 2012

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