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"Cuando el ánimo está cargado de todo lo que aprendimos a través de nuestros sentidos, la palabra también se carga de esas materias. ¡Y como vibra!"
José María Arguedas

martes, 16 de octubre de 2012

LA QUINUILLA

Por: Tito Zegarra Marín


Pocas son las mesetas, pequeñas o medianas, formadas en medio de la accidentada geografía andina del norte del país. Una de ellas, casi pegada a la carretera que nos une a Cajamarca a la altura de Cruzconga, es la pampa de Tincat. Flanqueada en sus dos extremos (norte y sur) por los caseríos Cruzconga y Calconga, y por las colinas donde se asientan los yacimientos arqueológicos de La Lechuga (lado oeste), ha dado lugar, en muy poco tiempo, al nacimiento del pequeño pueblo bautizado también como Tincat. De allí, se está muy cerca del caserío La Quinuilla, lado sureste, a no más de 20 minutos en movilidad.

Siendo niño e invitado por los amables tíos Lisímaco y Libia a pasar unas semanas de vacaciones en su pequeño fundo de nombre Anchurco (costado este de Tincat), tuve la oportunidad de conocer, casi al vuelo, La Quinuilla; pero por haber pasado más de medio siglo, pocos eran los recuerdos. En más de una ocasión mi padre nos hizo saber que allí nació y que hasta su adolescencia vivió en ese lugar cuidando manadas de ovejas. En los últimos años previos a su muerte, nuestro querido “Viejo”, insistentemente nos pidió llevarlo a esa su tierra añorada, tal vez, para despedirse. Lástima no pudimos cumplir.

Por esas motivaciones y porque requería una visión más precisa de su situación socioeconómica y explorar el sitio donde se nos había confirmado existen restos arqueológicos, en especial chulpas, es que decidimos visitarlo. Viernes 14 de septiembre, conjuntamente con los amigos comprometidos en estas correrías y en horas de la tarde, llegamos a la pampa de Tincat, la recorrimos por una de sus inmediaciones, y qué pena, comprobarla totalmente seca y con grupos de ganado vacuno, soportando la prolongada sequía. Por la noche nos acogió con mucha amabilidad el pariente Renán Torres, cuyo padre (ya fallecido) fue dueño de algunas tierras.

Muy temprano al día siguiente, salimos hacia La Quinuilla protegidos de un buen amanecer, fresco y anunciante de mucho sol. La entrada a ese antiguo pueblito se muestra bellamente orlada de eucaliptos y cipreses y cercos de piedra dividiendo a los pequeños predios. Poco más adentro, en medio de cerros inclinados que parecen resguardarlo y brindarle cierto abrigo, sus casitas de adobe y tapial junto a los huertos escampados para el cultivo y cría de animales menores, y su atractiva capilla e institución educativa, al centro del poblado. Escasos moradores encontramos, pues al parecer andaban tras su ganado apremiados de pasturas. Uno de ellos, joven aún, se ofreció hacer de guía para ir al sitio arqueológico.

Ya sobre el caminito hacia las chulpas (extremo opuesto a la entrada), éste se presentaba acordonado de arbustos y plantaciones de alisos; de contextura suave, con pocos tramos empedrados y sin mayores subidas. A ambos costados tierras con pocos pastizales para el ganado, y otras (las menos) para las siembras estacionales de algunos tubérculos y cereales. Al poco rato y a cierta distancia se divisó a los caseríos San Pedro, El Porvenir y Santa Rosa, y tras hora y media eludiendo algunas chacras y verjas de piedra, llegamos a una cresta compacta de nombre Ventanilla, sitio arqueológico y de interesante panorama.

Se nos había hecho conocer que allí existieron 6 chulpas de piedra, pero que el dueño de ese predio destruyó a cinco con el propósito de ampliar y cercar su terreno. Efectivamente eso ha sucedido, solo una chulpa queda casi intacta, las otras ya no existen, salvo sus piedras formando parte de sus linderos. Del borde de la colina (lado sur), concita la atención un regular abismo que se extiende hasta la hondonada de nombre El Molino, donde nace el río Cajapotrero, afluente del Cantange. Desde ese lugar, también conocido como La Quesera, se está proyectando sacar el agua con dirección a Conga de Urquía, Sucre y Jorge Chávez para irrigar sus tierras sedientas. Hermoso es el cuadro paisajista que se observa desde allí a ambos lados de la hondonada, con sus parcelas cultivadas y el río deslizándose por la parte intermedia.

La chulpa conservada tiene similitud con las de La Chocta en lo relativo a su forma y uso: levantada a cielo abierto sobre la base de piedras unidas por pachillas y barro, gruesas vigas de piedra al interior, techo de dos aguas armado de lajas, cornisas por todo el pie del techo, y dos pequeñas entradas o ventanas en el frontis de la misma y una más grande al lado izquierdo. Las medidas son 1.20 metros de alto por 2.10 de ancho y 1.10 de profundidad. No existen divisiones al interior, y como en el otro caso, sirvió para inhumar sus muertos. Al ser más de una, es posible que ese sitio fuera un cementerio o necrópolis al servicio de los grupos dirigentes de pequeñas llactas establecidas en sus alrededores. También encontramos fragmentos de cerámica desperdigados por las chacras contiguas, y es probable existan otras evidencias tapadas de tierra y matorrales.

Muy poco se sabe de este interesante yacimiento arqueológico, de su valor e importancia, y en especial de la semejanza con La Chocta, que permite colegir la existencia de relaciones y conectividad entre ambas poblaciones prehispánicas. La Quinuilla, nombre que sugiere el cultivo intenso de quinua en tiempos pasados, tiene el privilegio de guardar esa riqueza histórica en medio de su agradable topografía paisajista y productiva. Al retornar del sitio de las chulpas, subimos a conocer una simpática lagunita rodeada de eucaliptos y zarzales, de nombre El Agujero, donde el ganado de la zona bebe sus aguas. Más adelante, observamos un horno de quema de cal de regular dimensión, aunque por el momento colapsado.

Ya muy cerca de la capilla, uno de los pobladores nos señaló el sitio (parte baja de una pequeña colina del lado izquierdo) donde vivía y estaba la casa de su tío Idelso (mi padre), a su costado dos cuevas naturales donde criaban sus chanchos. Nos acercamos allí: su imagen, como nunca, en nuestra memoria. Antes de retornar, el amigo y pariente Arquímedes Mendo, que regresaba de pastar su ganado, cariñosamente nos invitó a departir el almuerzo. Gracias a él y a la madre naturaleza por darnos tantas satisfacciones.

2 comentarios:

Secundino Silva dijo...

VENTANILLAS, es un paraje hermoso que está en el caserío La Quinuilla (Sucre-Celendín), y es mencionado en este cuento mágico por el narrador VIRGILIO LEETRIGAL.
http://www.loscuentos.net/cuentos/link/399/399255/

Secundino Silva U dijo...

VENTANILLAS, es un paraje hermoso que está en el caserío La Quinuilla (Sucre-Celendín), y es mencionado en este cuento mágico ¡Duendes en Vigasmayo! por el narrador VIRGILIO LEETRIGAL.
http://www.loscuentos.net/cuentos/link/399/399255/

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