Por Rodrigo Montoya Rojas
La celebración de la familia a través de una hermosa ficción con los reyes magos de oriente llegando al pesebre guiados por una estrella -cargados de regalos de oro, incienso y mirra para el niño Jesús, hijo de la virgen María por supuesta decisión de Dios, nacido en un pesebre de Belén- fue el punto de partida de un rito católico celebrado cada 6 de enero, para ofrecer animalitos que adornen el nacimiento del niño. Esta fue una tradición durante 19 siglos hasta que se produjeron dos novedades: de un lado, alguien decidió que Cristo había nacido el 25 de diciembre y, de otro, la empresa Coca cola tomó la iniciativa de usar esa fecha para vender su producto. Como consecuencia de estos cambios el paquete de la Navidad fue exportado por las empresas norteamericanas al mundo entero con un costal de regalos llevado por Santa Claus para los niños de todas las casas en medio de la nieve y a través de las chimeneas, junto con el pavo al horno que proviene del día de Acción de gracias, fiesta muy importante en la tradición norteamericana celebrada en noviembre desde los primeros años de la conquista de las naciones indias. En pueblos de tradición católica del mundo, la fiesta era celebrada solo con una misa de gallo y, a veces, un chocolate. Esa fue la Navidad que conocí de niño en Puquio, hace más de medio siglo. Hoy, la tradición religiosa familiar ha sido prácticamente reemplazada por el negocio comercial y la exhibición de poderes y vanidades, aunque la unidad familiar sigue siendo un pretexto-discurso que como un fino papel envuelve los regalos.
La bajada de reyes en Perú casi ha desaparecido. Gracias al marketing, la campaña de Navidad es ahora clave en el éxito de todos los negocios en lo que se llama cultura occidental y alrededores. En estos días de pascua, las empresas hacen sus cuentas y esperan que las ventas sean, por lo menos, un 10 % más que las del año pasado.
Podría ser útil examinar cuánto de verdad hay en el discurso católico sobre la unidad familiar que la Navidad representaría. En una encuesta al 30 % de los estudiantes de quinto año en los colegios de Villa el Salvador, en 1997, descubrí que por ausencia del padre un tercio de las madres era padre y madre de sus hijos. (Libro Porvenir de la cultura Quechua en Perú, Lima 2011). Si a esa cifra se agrega otras que vienen de hogares divididos con padres separados o en proceso de separación, y de hogares donde la unidad familiar no existe aunque los padres sigan viviendo bajo el mismo techo por eso del qué dirán o de no nos separamos por el bien de nuestros hijos, la proporción de familias que realmente celebra la Navidad debe bordear un tercio del total. Podría ser menos aun si tomamos en cuenta que en las celebraciones de la Noche buena con familias extendidas (padres, abuelos, tíos, etc.) los intercambios de regalos terminan siendo un intercambio de máscaras y de hipocresías.
En efecto, la Navidad muestra el drama de la pobreza que se filtra por todas partes: un 50% de país no tiene un pavo ni dinero para comprar regalos, pero los ve en la TV y en las recetas del buen comer. A ese suplicio de Tántalo descrito por los griegos, le llaman tushu en el callejón de Huaylas, particularmente en Vicos, donde las personas que ven comer algo sin que les inviten se enferman con fiebres altas.
Cuando la Navidad se acerca, decenas de miles de personas multiplican sus penas y angustias por la falta de amor en la niñez, por problemas genéticos y quién sabe por qué más, hasta agravar sus depresiones, perder la esperanza de vivir y tratar de suicidarse. Muchas acaban realmente con sus vidas.
¿Tenemos conciencia de todo lo que el negocio económico de la Navidad supone? ¿Debemos seguir aceptando el hueco discurso sobre la unidad familiar y reproducir ese juego de regalos y de hipocresías? ¿Deben aceptar los católicos la complicidad de la jerarquía de la iglesia que reparte sus bendiciones a favor de las empresas que hacen excelentes negocios, sirviéndose de su ficción del nacimiento de Jesús en el pesebre? ¿Hasta cuándo?
Fuente Diario La Primera, sábado 24 de diciembre 2011
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