Por Antonio Zapata
Ollanta Humala ha sido señalado incesantemente como chavista y
seguirá soportando esta acusación en la segunda vuelta. La mayoría de
medios de comunicación se apoya en ese vínculo para sostener la supuesta
vocación dictatorial del comandante. Esa idea se fundamenta en la
famosa escena del 2006, cuando Humala y su esposa estuvieron presentes,
en Venezuela, en una actividad del presidente bolivariano, que elogió al
comandante peruano.
Pero, a lo largo de muchos años, Hugo Chávez fue un eficiente aliado
de Alberto Fujimori. Incluso, Venezuela sostuvo a Fujimori en el marco
de los países andinos, después de la ilegal segunda vuelta del 2000,
contra los propósitos de la oposición democrática peruana.
Para aquel entonces, Chávez estaba comenzando su ruta hacia el poder
total y afirmando su prototipo caudillista. Por ello, no le interesaba
que los demás países del continente, a través de la OEA, supervisen la
democracia tutelada de Fujimori. El razonamiento de Chávez era claro. Si
bloqueaba el esfuerzo de la OEA por impedir la re-reelección de
Fujimori, luego dispondría de autonomía para imponer su propia dictadura
disfrazada con piel democrática.
Chávez decidió librar una batalla en el Perú para eventualmente ganar
la carambola. Por su parte, si perdía era en piel ajena y no sufría
demasiado en su tierra. Esa cercanía de Chávez con Fujimori había sido
intermediada por Vladimiro Montesinos y tenía una larga historia. No
había comenzado el día anterior.
Cuando Alberto Fujimori cerró el Congreso y el Poder Judicial, a
través del autogolpe de abril de 1992, el presidente de Venezuela,
entonces Carlos Andrés Pérez, protestó enérgicamente y lideró la postura
contra el reconocimiento a Fujimori. Como consecuencia, el mandatario
peruano se la tenía jurada a Pérez. Ese mismo año 1992, Venezuela sufrió
dos golpes de Estado, ambos fallidos. Uno fue protagonizado por el
mismo Hugo Chávez y el otro por oficiales seguidores suyos. Estos
vinieron a refugiarse al Perú, fueron recibidos en Iquitos y Montesinos
les consiguió asilo. Ese favor sería útil en la fase final del gobierno
de 1990.
Así, en octubre del 2000, la Venezuela de Chávez otorgó una visa de
cortesía a Fujimori. Ello fue visto como altamente inusual, puesto que
los presidentes en ejercicio no requieren una visa de ese tipo, sino que
usan la diplomática. Ante el barullo, Fujimori declaró en El Comercio
del 11 de octubre, “Hugo Chávez es mi amigo personal y en algún momento
voy a visitarlo un fin de semana”. En ese momento, Fujimori estaba
preparando su huida al Japón y utilizó a Venezuela como cortina de humo.
En ese juego, Chávez le dio la mano.
Por su parte, Montesinos jugó todas sus fichas en tierra de Bolívar.
Después de su segunda fuga, esta vez en el yate “Karisma”, se escondió
en Venezuela, en una operación mal hecha, seguida de cerca por
periodistas y políticos de oposición peruanos y venezolanos.
Especialmente la periodista Patricia Poleo lo buscó incesantemente,
mientras las autoridades venezolanas negaban la presencia del ex asesor
peruano en su tierra. Pero ahí estaba y la negativa solo aumentaba la
sospecha. Era un secreto a voces que Vladimiro Montesinos estaba
escondido con conocimiento del mismo gobierno.
Poco antes de que la prensa lo ubique, Montesinos fue entregado por
Venezuela en junio del 2001. Ketín Vidal lo trajo y encerró en prisión.
¿Seguirá ahí por mucho tiempo? Quizá no, porque muchos fujimoristas son
nostálgicos de los buenos tiempos del tío Vladi.
Algunos medios de comunicación no querrán acordarse, pero Humala no es el aliado principal de Hugo Chávez en nuestra historia política, sino Fujimori. El manto autoritario hermana al Perú de la década de 1990 con la Venezuela de los últimos años.
Fuente: Diario La República, 13 de abril del 2011
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