Por Enrique Chávez
Desconfío de la literatura. Si escribo, lo hago tratando de plasmar
algunas circunstancias que escapan a lo ordinario, aunque no son,
precisamente, extraordinarias. Circunstancias que bien podrían acabar
condenadas al olvido sin ser más de lo que fueron: un instante en mi
existencia, pero que, en virtud de la osadía de lanzarme a la marea del
escribir, pueden convertirse en testimonios de una vida sedienta de
sentido.
Escribo porque creo que es un modo de gritar que siento, que sufro,
que existo. No tengo necesidad de salir a cazar palabras, ni de
internarme en los laberintos de la ficción. Escribo como quien escribe
un diario personal, tratando de retratar instantes, para leerlo quién
sabe cuándo y – tal vez – reírse de cuánta sandez escribió.
Desconfío de la literatura porque, si salgo a cazar palabras, podría
perderme en el bosque de la meditación y terminar abandonando el sentido
de lo que quería decir.
Hoy por ejemplo, jueves tres de febrero, cuando desperté había en mí
algo ajeno, un no sé qué de satisfacción. Como si, de pronto, mi
circunstancia hubiera mejorado. Y por un momento pensé que era feliz, y
creo que lo fui, aunque sea por ese instante. Pero qué es la vida, sino
instantes que nacen y mueren sin que podamos retenerlos. Por eso no se
puede retener la felicidad, ni la tristeza, ni nada, salvo el vacío de
nuestra existencia que acoge circunstancialmente a estos sentimientos.
Nuestra esencia es ese vacío, ese contenedor de sentimientos.
Había programado el despertador para las seis en punto de la mañana,
pero desperté como quince minutos antes. Encendí la televisión, y me
dispuse a darme un duchazo. De veras me sentía bien. Ni siquiera el
hecho de haber despertado sobresaltado como tres veces durante la
noche, opacaba ese no sé qué de bienestar. Al salir de la ducha, me
encontré con el grillo que me había fastidiado toda la noche. Decidí
aplastarlo, pero me arrepentí en seguida y lo aparté delicadamente,
echándolo al jardín para que nadie pudiera hacerle daño. Después de
todo, mi noche hubiera sido más solitaria si no hubiera sido por él.
En la cama, junto a mi celular, veo las pastillas que – por receta
médica – debo tomar a diario. Son mis cadenas, aquellas que me arrebatan
un poco de libertad y que, en este instante, me hacen pensar que el
bienestar con el que desperté hoy, debe fundarse en mi deseo, y no
precisamente, en mi buen estado de salud. De lo contrario no tendría que
tomarlas “para prevenir la hipertensión arterial”, como dijo el médico, con sentenciosa voz.
Yo no suelo ir al médico para un chequeo o algo así. Pero debo
reconocer que me sentía muy mal hace unos días: pesadez, dolores de
cabeza, mareos. Era intolerable. El cuerpo había empezado a reclamar,
como dice Arjona. Y es que, comer a deshora, fumar diez cigarrillos
diarios, no tener hábitos deportivos, sumados a mi evidente sobrepeso,
seguro termina enfermando a cualquiera. Por eso cuando noté la cara de
sorpresa del facultativo, no pude más que sonreír.
- ¿Practica usted algún deporte? – preguntó, como adivinando mi respuesta.
- Ninguno, doctor, pero sudo con frecuencia. – Le dije, como invitándolo a ingresar al terreno de la malicia.
- Lo digo porque su colesterol es el de una persona de
sesenta años. Esto no es broma, hombre, si continúa así, usted morirá
joven.
¡Qué sentencia, Dios mío! “Si continúa así, usted morirá joven”. Mi
respuesta fue inmediata: me parece justo, doctor, – le dije – después de
todo, he vivido viejo. Y esta vez, el doctor no pudo contener una
carcajada.
Al salir del consultorio, con la receta a cuestas, en mi cabeza daba
vueltas la sentencia, sin que pueda dejar de recordarla. La acompañaba
una palabra que emanaba desde mi interior, que hacía su eclosión como
para salvarme: metanoia, metanoia, metanoia…
1 comentarios:
Los estados individuales que llevan al pesimismo, deben ser tomados con serenidad. son etapas pasajeras, por lo tanto superables.
estimado Quique, espero que luego pases a escribir de las angustias colectivas de nuestro pueblo. capacidad de anailicis te sobra y vision de futuro tambien.
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