LA RAZÓN DE LA MELANCOLÍA
Por Jorge Eslava
(Revista Domingo del diario La República, 16 de mayo de 2010)
En su apacible casa de Chaclacayo, repleta de libros y retratos y rodeada de verde, el narrador, poeta, dramaturgo y ensayista cajamarquino Jorge Díaz Herrera repasa su prolífica y celebrada obra literaria.
—Hablemos de su infancia, que es casi legendaria. ¿Es verdad que creció entre gitanos y artistas de circo?
—Mi calle era el paraíso infantil. Calle larguísima. Orillada de viejos y altísimos ficus. En ella convivíamos, en fraterna vecindad, sacerdotes, reinas de belleza, profesores, policías, carpinteros, zapateros, políticos, chicherías, albañiles, choferes, estudiantes y un grupo de seres fantasmales… Frente a ese mural de humanidades había un descampado donde se asentaban las carpas de los circos y de los gitanos. Yo anhelaba ser como ellos. Mi calle era un libro abierto –lo digo hoy-, un hermoso libro que nunca concluyo de leer.
—Además de la vida comunitaria y aventurera, ¿qué le dejó el paso de esa vida de trotamundos? ¿Qué aprendió de los acróbatas y tragafuegos?
—Encantos y desencantos . Mi primera gran desilusión fue cuando, en mi niñez, mi amigo “El hombre de goma”, del circo Caballini, se cayó de la barra del parque infantil y se fracturó el brazo. ¡El hombre de goma no era pues de goma! O el gitano que se colgó de un árbol por amor a una trapecista. Ya después fui recogiendo mis personajes que anidaron en mis novelas, cuentos, teatro…
—¿Qué recuerdos tiene de su experiencia artística como integrante del grupo Trilce?
—Fue un tiempo grato mientras estudié en la Universidad Nacional de Trujillo. Luego, lo he dicho innumerables veces, el grupo llamado Trilce fue una gran borrachera que se extinguió cuando se acabó el trago.
—¿Cuánto influyeron las ideas políticas de entonces en su formación intelectual?
—Creo que más de media vida consciente batallé en la política. Soñé estar al lado de los buenos. Fui siempre un dirigente universitario. Salí del APRA con Luis de la Puente Uceda. Huí de los sectarios apristas, que nos perseguían como traidores y tenían la convivencia pradista de cómplice. Sin embargo siempre estuve alerta de no convertir mi obra de creación en panfletaria.
—En 1970 obtiene dos galardones: una Mención Honrosa en el Concurso “El poeta joven del Perú” (1970) y el primer lugar en el Premio de Teatro de la Universidad de San Marcos por “Comanche”. ¿Puede referirse a esos dos momentos?
—Para mí los concursos, de toda índole, han sido siempre como una lotería. No creo haber perdido un solo concurso en el que participé. Hace muchos años que no intervengo en ninguno, mas bien creo que me he convertido en jurado. El teatro fue una de mis primeras pasiones, vi algunas obras mías escenificadas con éxito. Cuando obtuve el Primer Premio por “Comanche”, recibí la distinción y el dinero; pero nunca vi la obra representada. Lo del Poeta Joven del Perú, pues lo celebramos con Watanabe y los amigos próximos.
—Fueron sus primeras lecturas o la presencia de algún personaje que motivó su interés por la literatura infantil?
—Mi abuelo tenía una inclinación de colmarme de bellas ediciones de cuentos orientales, ilustrados al modo de los artistas de los lares. Además, Andersen, los hermanos Grimm, Walt Disney acompañaron mi infancia. El primer libro entero que leí fue Corazón. Libro que hoy la cursilería de moda llama lacrimoso, confundiendo la tristeza con la ternura.
—Uno de sus libros más apreciados es Alforja de ciego, que contiene un centenar de relatos mínimos. ¿Se siente cómodo en ese microcosmos? ¿Cómo realizó esa labor de relojero?
—Alforja de ciego fue en su origen un libro muy voluminoso, compuesto de largas historias. Lo llevaba conmigo en aviones y buses durante mis viajes. Y cada vez los iba acortando. Así llegué al deslumbramiento por el chiste popular: cómo en dos o tres o un poco más de trazos te cuentan una historia. En esa época en París estaban de moda “Los chistes que hacen llorar”. Entonces decidí seguirles la huella a esas brevísimas narraciones y me dieron por resultado los cien cuentos de Alforja de ciego. Me agrada mucho haberlo logrado. Además, mis novelas y cuentos posteriores tratan de evitar la palabrería exagerada y centrarse en el mínimo de palabras necesarias.
—Otra joya es Parque de leyendas. Un libro que resume sus preocupaciones estéticas (que conjugan prosa y verso) y sus principios éticos. ¿Recuerda en qué condiciones lo escribió?
—Claro, en la época del movimiento revolucionario de Juan Velasco. Vi tantas cosas, mi entusiasmo por el destino que se estaba construyendo para el Perú me hizo ennoblecer lo que veía. Y cada día escribía un parque de leyendas. No imaginé, ni tenía el propósito de convertirlo en libro. Pero la voluntad del autor es poca cosa ante su creación. Al final fue editado por el Instituto Nacional de Cultura, galardonado con el Premio de Fomento a la Cultura “José María Eguren”.
—¿Cómo definiría sus otros libros importantes para niños como la colección de cuentos Mi amigo caballo o la novela corta La colina de Irupé?
—Consciente o inconscientemente, mi acto de escritor trata de lograr obras con buenos propósitos. Ennoblecer la desdicha, la fatalidad. Aunque esto les resulte a algunos un gesto moralista. Ya lo he dicho muchas veces: si soy moralista, lo soy conmigo mismo. No pretendo imponer mis modos de enfrentar la vida a los demás.
—¿Cree que Sones para los preguntones es, como lo calificó David Soldevilla, un libro de filosofía para niños?
—Aprecio mucho a David Soldevilla. Si él afirma tan magnánimo calificativo, pues quién soy yo para contradecirlo. No olvido que la filosofía fue mi primera inquietud y que, para mí, filosofía es toda interrogante que me hace cavilar en busca de la verdad.
—Como persona o como artista, ¿se siente usted reivindicado ahora que se habla con gran respeto del género?
—No creo que sea yo el único que se sienta bien ante este boom de la literatura para niños. Aunque no puedo dejar de indignarme ante cierta proliferación de literatura boba y bastarda, basada en el poco nivel de quienes la escriben o en el falso criterio de que los niños son unos enanitos descerebrados. La obra dedicada a los niños debe ser una obra artística, para gusto de todas las edades que aprecian la belleza.
PERFIL
Nombre: Jorge Díaz Herrera
Lugar de nacimiento: Celendín, Cajamarca, 1941
Formación profesional: Bachiller en Educación por la Universidad Nacional de Trujillo, Doctor en Literatura por la Universidad Complutense en 1968. Fue catedrático de Lengua y Literatura en la Universidad de Trujillo y en la Universidad de Lima. Profesor visitante en Madrid, Barcelona, León, Islas Baleares.
Distinción más importante: Premio Nacional de Fomento a la Cultura “José María Eguren” (1972).
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