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"Cuando el ánimo está cargado de todo lo que aprendimos a través de nuestros sentidos, la palabra también se carga de esas materias. ¡Y como vibra!"
José María Arguedas

domingo, 12 de enero de 2014

VIENTOS DE LOMAISIDRO ------------------------------------- EL NIÑO DIOS DE PUMARUME


“Es muy milagroso... en estos últimos tiempos en el día de su festividad, el 14 de enero, llegan multitudes a rendirle veneración.” Así me habían informado acerca del Niño Jesús de Pumarume.

Cuando fui acompañado por mis familiares, el taxi  nos condujo hasta una pequeña casa, la puerta permanece cerrada y junto a ella, señoras y niñas con sus vendimias de golosinas, refrescos y frutas, y sentados en una pequeña banca o en el pasto, algunos fieles observando el paisaje después de haber elevado sus oraciones a la sagrada imagen.

Con cierta cautela mi hermana María Graciela abre la puerta, y dentro, un lago de velas encendidas en candelabros sobre una mesa y en el suelo; en los pocos asientos, jóvenes y adultos de la edad de oro, en íntimo recogimiento.


Delante, el sencillo altar donde el Niño Jesús, sereno con su candor infantil, contempla a todos, y más allá de nuestra presencia ausculta a la humanidad entera: generosidades, modestias, desprendimientos, cualidades que Jesús encarnó en su ser y en su vida. Quizá también mira compasivo e indignado las mezquindades, arrogancias, inequidades, injusticias y ostentaciones que algunos seres de este mundo se han obstinado en construir para desgracia y tragedia de la humanidad.

La imagen del Niño Dios de Pumarume tiene una guardiana permanente: una anciana devota sentada junto a la luminaria de las velas; ella también sabrá por experiencia de sinceridades y sus oposiciones.

Saliendo de este recinto y a escasos metros está en construcción la nueva iglesia para el Niño. El paisaje es acogedor, suaves colinas, chacras de perfumes silvestres y el caserío típico con bosques y cercos de zarzamoras, chilcas y pencas.

Regresamos a la ciudad a pie el corto trayecto para no repetir el tránsito vehicular a través de una empinada trocha afirmada de constantes y cerradas curvas. Así, a pie, es más sensible el peregrinaje.

Foto: Carlos Fernando Terrones Chávez
En mi infancia escuchaba en la escuela o en el hogar mitos y leyendas sobre el Niño Dios de Pumarume. Se decía que se personificaba y jugaba bolitas y chanos junto a los caminos y los cercos, que silbaba a los transeúntes escondido tras los arbustos, y esa limpia travesura había despertado admiración y veneración religiosa en los campesinos.

Pero hace cuarenta años solo era una fiesta reservada para los pobladores del lugar; hoy que la feligresía ha crecido y hay una concurrencia permanente, ojalá que cada católico o católica siga el mensaje del Niño Jesús que con su vida nos convoca a que cada acto de nuestra ser sea un reflejo de él y que la iglesia en su conjunto opte por el compromiso de estar al lado de los marginados, los más pobres y desposeídos de este mundo.

                                                                                                                                             Jorge Horna

                                                                          1 de marzo del 2004

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