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"Cuando el ánimo está cargado de todo lo que aprendimos a través de nuestros sentidos, la palabra también se carga de esas materias. ¡Y como vibra!"
José María Arguedas

viernes, 18 de febrero de 2011

JOSÉ MARÍA ARGUEDAS / Textos



En la cultura andina y específicamente en la indígena, Arguedas halló los componentes de solidaridad, reciprocidad y el halo mitológico y mágico, capaz de emprender la transformación de la sociedad dentro de una visión integradora.
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El extenso texto A nuestro padre creador Túpac Amaru, grafica la gesta liberadora emprendida en el acontecer histórico y nos invoca continuar el camino trazado. He aquí un fragmento del referido escrito.

                                         A nuestro padre creador
                                              Túpac Amaru

                                             (himno – canción)

A doña Cayetana, mi madre india, que me protegió con sus lágrimas y su ternura, cuando yo era un niño huérfano alojado en una casa hostil y ajena. A los comuneros de los cuatro ayllus de Puquio en quienes sentí por vez primera, la fuerza y la esperanza.


Túpac Amaru, hijo del Dios Serpiente; hecho con la nieve del Salcantay; tu sombra llega al profundo corazón como la sombra del Dios Montaña, sin cesar y sin límites.

Tus ojos de serpiente dios que brillaban como el cristalino de todas las águilas, pudieron ver el porvenir, pudieron ver lejos. Aquí estoy, fortalecido por tu sangre, no muerto, gritando todavía.
(…)

Al inmenso pueblo de los señores hemos llegado y lo estamos removiendo. Con nuestro corazón lo alcanzamos, lo penetramos; con nuestro regocijo no extinguido, con la relampagueante alegría del hombre sufriente que tiene el poder de todos los cielos, con nuestros himnos antiguos y nuevos, lo estamos envolviendo. Hemos de lavar algo las culpas por siglos sedimentadas en esta cabeza corrompida de falsos wiracochas, con lágrimas, amor o fuego. ¡Con lo que sea! Somos miles de millares, aquí, ahora. Estamos juntos; nos hemos congregado pueblo por pueblo, nombre por nombre, y estamos apretando a esta inmensa ciudad que nos odiaba, que nos despreciaba como a excremento de caballos. Hemos de convertirla en pueblo de hombres que entonen los himnos de las cuatro regiones de nuestro mundo, en la ciudad feliz, donde cada hombre trabaje, en inmenso pueblo que no odie y sea limpio, como la nieve de los dioses montaña donde la pestilencia del mal no llega jamás. Así es, así mismo ha de ser, padre mío, así mismo ha de ser, en tu nombre, que cae sobre la vida como una cascada de agua eterna que salta y alumbra todo espíritu y el camino.

Tranquilo espera,
tranquilo oye,
tranquilo contempla este mundo.
Estoy bien ¡alzándome!
Canto;
bailo la misma danza que danzabas,
el mismo canto entono.
Aprendo ya la lengua de Castilla,
entiendo la rueda y la máquina;
con nosotros crece tu nombre;
hijos de wiracochas te hablan y te escuchan
como al guerrero maestro, fuego puro que enardece, iluminando.
Viene la aurora.
Me cuentan que en otros pueblos
los hombres azotados, los que sufrían, son ahora águilas,
cóndores de inmenso y libre vuelo.
Tranquilo espera.
Llegaremos más lejos que cuánto tú quisiste y soñaste.
Odiaremos más que cuánto tú odiaste;
amaremos más de lo que tú amaste, con amor de paloma encantada, de calandria.
Tranquilo espera, con ese odio y ese amor sin sosiego y sin límites,
lo  que tú no pudiste lo haremos nosotros.
Al helado lago que duerme, al negro precipicio,
a la mosca azul que ve y anuncia la muerte
a la luna, las estrellas y la tierra,
el suave y poderoso corazón del hombre;
a todo ser viviente y no viviente,
que está en el mundo,
en el que alienta o no alienta la sangre, hombre o paloma,
piedra o arena, haremos que se regocijen, que tengan luz
infinita, Amaru, padre mío.
La santa muerte vendrá sola, ya no lanzada con hondas
trenzadas ni estallada por el rayo de pólvora.
El mundo será el hombre, el hombre el mundo, todo a tu medida.

Baja a la tierra, Serpiente Dios, infúndeme tu aliento; pon tus manos sobre la tela imperceptible que cubre el corazón. Dame tu fuerza, padre amado.


                                                                      (De Katatay. José M. Arguedas)

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