En
la cultura andina y específicamente en la indígena, Arguedas halló los
componentes de solidaridad, reciprocidad y el halo mitológico y mágico, capaz
de emprender la transformación de la sociedad dentro de una visión integradora.
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El
extenso texto A nuestro padre creador
Túpac Amaru, grafica la gesta liberadora emprendida en el acontecer
histórico y nos invoca continuar el camino trazado. He aquí un fragmento del
referido escrito.
A nuestro padre
creador
Túpac Amaru
(himno – canción)
A doña Cayetana, mi madre india, que me protegió con
sus lágrimas y su ternura, cuando yo era un niño huérfano alojado en una casa
hostil y ajena. A los comuneros de los cuatro ayllus de Puquio en quienes sentí
por vez primera, la fuerza y la esperanza.
Túpac
Amaru, hijo del Dios Serpiente; hecho con la nieve del Salcantay; tu sombra
llega al profundo corazón como la sombra del Dios Montaña, sin cesar y sin
límites.
Tus
ojos de serpiente dios que brillaban como el cristalino de todas las águilas,
pudieron ver el porvenir, pudieron ver lejos. Aquí estoy, fortalecido por tu
sangre, no muerto, gritando todavía.
(…)
Al
inmenso pueblo de los señores hemos llegado y lo estamos removiendo. Con
nuestro corazón lo alcanzamos, lo penetramos; con nuestro regocijo no
extinguido, con la relampagueante alegría del hombre sufriente que tiene el poder
de todos los cielos, con nuestros himnos antiguos y nuevos, lo estamos
envolviendo. Hemos de lavar algo las culpas por siglos sedimentadas en esta
cabeza corrompida de falsos wiracochas, con lágrimas, amor o fuego. ¡Con lo que
sea! Somos miles de millares, aquí, ahora. Estamos juntos; nos hemos congregado
pueblo por pueblo, nombre por nombre, y estamos apretando a esta inmensa ciudad
que nos odiaba, que nos despreciaba como a excremento de caballos. Hemos de
convertirla en pueblo de hombres que entonen los himnos de las cuatro regiones
de nuestro mundo, en la ciudad feliz, donde cada hombre trabaje, en inmenso
pueblo que no odie y sea limpio, como la nieve de los dioses montaña donde la
pestilencia del mal no llega jamás. Así es, así mismo ha de ser, padre mío, así
mismo ha de ser, en tu nombre, que cae sobre la vida como una cascada de agua
eterna que salta y alumbra todo espíritu y el camino.
Tranquilo espera,
tranquilo oye,
tranquilo contempla este mundo.
Estoy bien ¡alzándome!
Canto;
bailo la misma danza que danzabas,
el mismo canto entono.
Aprendo ya la lengua de Castilla,
entiendo la rueda y la máquina;
con nosotros crece tu nombre;
hijos de wiracochas te hablan y te escuchan
como al guerrero maestro, fuego puro que enardece,
iluminando.
Viene la aurora.
Me cuentan que en otros pueblos
los hombres azotados, los que sufrían, son ahora
águilas,
cóndores de inmenso y libre vuelo.
Tranquilo espera.
Llegaremos más lejos que cuánto tú quisiste y
soñaste.
Odiaremos más que cuánto tú odiaste;
amaremos más de lo que tú amaste, con amor de paloma
encantada, de calandria.
Tranquilo espera, con ese odio y ese amor sin
sosiego y sin límites,
lo que tú no
pudiste lo haremos nosotros.
Al helado lago que duerme, al negro precipicio,
a la mosca azul que ve y anuncia la muerte
a la luna, las estrellas y la tierra,
el suave y poderoso corazón del hombre;
a todo ser viviente y no viviente,
que está en el mundo,
en el que alienta o no alienta la sangre, hombre o
paloma,
piedra o arena, haremos que se regocijen, que tengan
luz
infinita, Amaru, padre mío.
La santa muerte vendrá sola, ya no lanzada con
hondas
trenzadas ni estallada por el rayo de pólvora.
El mundo será el hombre, el hombre el mundo, todo a
tu medida.
Baja
a la tierra, Serpiente Dios, infúndeme tu aliento; pon tus manos sobre la tela
imperceptible que cubre el corazón. Dame tu fuerza, padre amado.
(De Katatay. José M. Arguedas)
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