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"Cuando el ánimo está cargado de todo lo que aprendimos a través de nuestros sentidos, la palabra también se carga de esas materias. ¡Y como vibra!"
José María Arguedas

jueves, 15 de abril de 2010

HOMENAJE: Alberto Flores Galindo


Entrevista

Cumpliendo con lo prometido, publicamos la última parte de la entrevista que el señor Carlos Arroyo hiciera a uno de los más importantes intelectuales socialistas de nuestro país, nos referimos al historiador Alberto Flores Galindo:

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Es cierto, tu libro apunta a hacernos reflexionar sobre la necesidad de fusionar el socialismo con nuestra cultura y creo que ese es uno de sus méritos centrales. En algunos de los comentarios que han aparecido sobre él he notado, sin embargo, que ha generado cierto resquemor en algunos intelectuales. ¿Qué opinas sobre ello?

-          Pienso que te estás refiriendo al comentario de Marco Martos en La República, donde trata de objetar el libro por tener un contenido político. Se trata de una especie de reivindicación del viejo positivismo y la idea subyacente según la cual la veracidad de un texto guardaría directa relación con el máximo distanciamiento posible que el autor puede mantener con los temas tratados y que, por lo tanto, una obra sería más rigurosa, más científica, cuanto menos política y comprometida es. Incluso se llega, en algún pasaje del comentario, a reprochar las simpatías que yo puedo sentir por estos personajes mesiánicos y milenaristas y a considerar que esas simpatías que distorsionan cualquier tipo de análisis. Creo que el comentario de Marco Martos, se basa en algunos artículos escritos sobre el tema publicado antes y no en el conjunto del libro, porque no hay objeciones a las tesis que específicamente se sostienen.
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En segundo lugar, me parece que es a todas luces cuestionable que la subjetividad y las pasiones no puedan ayudar a entender las cosas. Sería una visión de las ciencias sociales que no compartiría un personaje como Mariátegui y, desde luego, creo que esa visión es particularmente cuestionable en el Perú donde, por la estructura de la dominación de la sociedad peruana, la aproximación rigurosa a los problemas generalmente ha tenido como punto de partida el pensamiento crítico y la ruptura con un determinado orden, es decir, una toma de opción, una toma de partido. Eso lo podemos nosotros rastrear mucho antes de Mariátegui, desde González Prada o, más atrás, desde Sánchez Carrión. Creo que también es un débil servicio el que se le puede hacer al marxismo, pidiéndole que se divorcie de la política. Al contrario, toda la tradición del pensamiento marxista, se empeña en ser un pensamiento crítico, en optar por el cambio y por lo tanto convivir con la política, aun cuando se hable de metafísica o de temas ajenos al quehacer inmediato.
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Finalmente, quisiera añadir también que quizá en estos comentarios de Marco Martos, se trasluce algo que puede formar parte ahora de una cierta tendencia intelectual. A veces uno termina escribiendo más que las cosas que piensa, las cosas que escucha y que forman parte del ambiente donde uno anda. En el Perú, en estos últimos años, ha surgido una tendencia que aspira a la profesionalización de las ciencias sociales, a desligarla y separarla de la política, quizá, porque la política se ha vuelto demasiado explosiva en el Perú, que aspira a realizar textos que tengan el visto bueno del mundo académico y a despreocuparse de las repercusiones sociales que éstos puedan tener.

Ahora lo que me extraña más, para terminar con esta pregunta, es que justamente las objeciones tienen que ver con unas referencias que inauguran la sección del libro dedicada a discutir el problema de la violencia en Ayacucho, los muertos y desaparecidos en éstos últimos años. La separación, por ejemplo, entre política y ciencias sociales, el frenar la subjetividad y evitar los riegos del presente y las distorsiones a que todo esto podría conducir, nos llevaría a considerar que no es científicamente adecuado hablar de un tema tan presente como las muertes de Ayacucho y que es mejor no tratar estas cosas donde la subjetividad de uno, nos puede llevar a cometer una o dos distorsiones. Yo creo que Martos asumiría esta última conclusión, pero creo que el texto que él escribió, conduciría a pensar en esto, quizá contagiado por el ambiente existente en ciertos medios de científicos sociales que antes tenían ciertas vinculaciones con el mundo de la política y que ahora buscan cada vez más un reconocimiento académico: quieren presentarse como profesionales, como gente seria, escéptica y, por lo tanto digeribles por el sistema y la sociedad peruana.
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Lo que tú planteas sobre la utopía andina, la vigencia de algunos elementos mesiánicos y milenaristas del mundo andino, ¿no sería una especie de vuelta al pasado?
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-          Yo en el libro hablé de personas que idealizan el pasado y que ven al imperio incaico, al mundo prehispánico, como una alternativa a los males del presente. Esto no quiere decir que yo comparta la visión de estos personajes. Lo que si comparto es el rechazo que estos personajes puedan sentir hacia el orden establecido, la pasión que evidentemente ponen en sus ideas. Lo que también considero es que, evidentemente, cualquier proyecto de cambio tiene que tener en cuenta la existencia de esta tradición. Pero no comparto, en cambio, la idea de que la solución a los problemas actuales en el Perú, deba pasar por un rechazo de todo lo moderno en el Perú y por una vuelta automática al pasado. Hay que razonar las cosas, manteniendo las proporciones.

Una cosa es la sociedad andina prehistórica que pudo haber resuelto efectivamente una serie de problemas como la relación hombre-territorio y la alimentación para la población, y otra cosa es el Perú en el siglo XVI y así sucesivamente. Incluso hay un pasaje del libro en el que se dice lo siguiente: “es evidente que no se trata de imaginar que lo pasado es siempre hermoso, sólo quienes no han tenido el riesgo de soportar el tifus pueden lamentar la  llegada de una carretera y la implantación de una posta médica en un pueblo”.

Sin embargo, no ha faltado alguien que ha dicho que lo que yo propongo es que terminemos con la medicina occidental, que nos olvidemos de los antibióticos. Es evidente, que yo no digo eso, pero lo que pasa es que en el Perú como lo decía en relación al comentario de Marco Martos, a veces se habla sin haber leído y sin tener conocimiento de causa, se lanzan juicios que pueden reposar en la impresión que causa la carátula de un libro, el título de una obra, pero no realmente en su contenido.

¿En que medida y cómo podrían, por ejemplo, recuperarse algunos de los elementos de la tecnología andina prehispánica, los sistemas de riegos, los sistemas de andenes, etc.? Creo que allí hace falta una difusión seria y que ya va más allá de este libro evidentemente, entre economistas antropólogos, arqueólogos, que está pendiente y creo que podría ser útil si uno piensa que el socialismo en este país, deba tener un contenido propio y adecuado a lo que ha sido su historia. Insisto, no se trata de regresar al pasado y rechazar de plano todo el presente o crear mistificaciones fáciles sobre lo que ya ocurrió.

¿Vienes trabajando actualmente en algún tema de investigación?

-          Sigo trabajando sobre estos mismos temas y aparte de dos o tres estudios que quiero realizar en la misma línea de este libro, entre los cuales está un ensayo dedicado específicamente a José Carlos María Arguedas, tengo también en mente un trabajo sobre el lado opuesto de esta utopía andina, que sería un estudio acerca del racismo y el autoritarismo en la sociedad peruana. Justamente este libro termina haciendo referencia a la violencia de estos últimos años y creo que detrás de ésta, por lo menos en un sector de la sociedad peruana, se encuentran presentes las marginaciones, el racismo que hemos heredado del pasado.

Me interesa hacer una historia del racismo porque, a veces el análisis del pasado, puede servir para recuperar cosas o replantearlas y, en otras ocasiones, puede servir para liberarnos de fantasmas y de pesadillas. M e interesa ver cómo estas categorías de corte étnico y racial fueron introducidas para dividir a la sociedad peruana y organizarla por la administración colonial, cómo pudieron ser incorporadas por la propia población dominada y cómo este racismo adquiere los rasgos de un discurso ideológico muy explícito y muy claro al promediar el siglo XIX, justamente con la emergencia de la oligarquía guanera en la costa y la sierra. El racismo se va a convertir en el siglo XIX en el elemento vertebral del discurso de las clases altas del Perú, como lo era en el siglo XVIII. Este racismo se va a exacerbar todavía más en esos años de supuesta estabilidad democrática de la llamada república aristocrática. Me interesa el racismo no sólo como discurso ideológico, sino además como práctica social y elemento incorporado en la vida cotidiana de los grupos y las clases en el país; porque quizá en este terreno de lo cotidiano ha echado más fuertemente sus raíces y es más difícil erradicarlo.

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