Entrevista
Cumpliendo con lo prometido, publicamos la última parte de la entrevista que el señor Carlos Arroyo hiciera a uno de los más importantes intelectuales socialistas de nuestro país, nos referimos al historiador Alberto Flores Galindo:
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Es cierto, tu libro apunta a hacernos
reflexionar sobre la necesidad de fusionar el socialismo con nuestra cultura y
creo que ese es uno de sus méritos centrales. En algunos de los comentarios que
han aparecido sobre él he notado, sin embargo, que ha generado cierto resquemor
en algunos intelectuales. ¿Qué opinas sobre ello?
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Pienso que te
estás refiriendo al comentario de Marco Martos en La República , donde trata
de objetar el libro por tener un contenido político. Se trata de una especie de
reivindicación del viejo positivismo y la idea subyacente según la cual la
veracidad de un texto guardaría directa relación con el máximo distanciamiento
posible que el autor puede mantener con los temas tratados y que, por lo tanto,
una obra sería más rigurosa, más científica, cuanto menos política y
comprometida es. Incluso se llega, en algún pasaje del comentario, a reprochar
las simpatías que yo puedo sentir por estos personajes mesiánicos y
milenaristas y a considerar que esas simpatías que distorsionan cualquier tipo
de análisis. Creo que el comentario de Marco Martos, se basa en algunos
artículos escritos sobre el tema publicado antes y no en el conjunto del libro,
porque no hay objeciones a las tesis que específicamente se sostienen.
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En segundo lugar, me parece que es a todas luces
cuestionable que la subjetividad y las pasiones no puedan ayudar a entender las
cosas. Sería una visión de las ciencias sociales que no compartiría un
personaje como Mariátegui y, desde luego, creo que esa visión es
particularmente cuestionable en el Perú donde, por la estructura de la
dominación de la sociedad peruana, la aproximación rigurosa a los problemas
generalmente ha tenido como punto de partida el pensamiento crítico y la
ruptura con un determinado orden, es decir, una toma de opción, una toma de
partido. Eso lo podemos nosotros rastrear mucho antes de Mariátegui, desde
González Prada o, más atrás, desde Sánchez Carrión. Creo que también es un
débil servicio el que se le puede hacer al marxismo, pidiéndole que se divorcie
de la política. Al contrario, toda la tradición del pensamiento marxista, se
empeña en ser un pensamiento crítico, en optar por el cambio y por lo tanto
convivir con la política, aun cuando se hable de metafísica o de temas ajenos
al quehacer inmediato.
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Finalmente, quisiera añadir también que quizá en
estos comentarios de Marco Martos, se trasluce algo que puede formar parte
ahora de una cierta tendencia intelectual. A veces uno termina escribiendo más
que las cosas que piensa, las cosas que escucha y que forman parte del ambiente
donde uno anda. En el Perú, en estos últimos años, ha surgido una tendencia que
aspira a la profesionalización de las ciencias sociales, a desligarla y
separarla de la política, quizá, porque la política se ha vuelto demasiado
explosiva en el Perú, que aspira a realizar textos que tengan el visto bueno
del mundo académico y a despreocuparse de las repercusiones sociales que éstos
puedan tener.
Ahora lo que me extraña más, para terminar con esta
pregunta, es que justamente las objeciones tienen que ver con unas referencias
que inauguran la sección del libro dedicada a discutir el problema de la
violencia en Ayacucho, los muertos y desaparecidos en éstos últimos años. La
separación, por ejemplo, entre política y ciencias sociales, el frenar la
subjetividad y evitar los riegos del presente y las distorsiones a que todo
esto podría conducir, nos llevaría a considerar que no es científicamente
adecuado hablar de un tema tan presente como las muertes de Ayacucho y que es
mejor no tratar estas cosas donde la subjetividad de uno, nos puede llevar a
cometer una o dos distorsiones. Yo creo que Martos asumiría esta última
conclusión, pero creo que el texto que él escribió, conduciría a pensar en
esto, quizá contagiado por el ambiente existente en ciertos medios de
científicos sociales que antes tenían ciertas vinculaciones con el mundo de la
política y que ahora buscan cada vez más un reconocimiento académico: quieren
presentarse como profesionales, como gente seria, escéptica y, por lo tanto
digeribles por el sistema y la sociedad peruana.
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Lo que tú
planteas sobre la utopía andina, la vigencia de algunos elementos mesiánicos y
milenaristas del mundo andino, ¿no sería una especie de vuelta al pasado?
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Yo en el libro
hablé de personas que idealizan el pasado y que ven al imperio incaico, al
mundo prehispánico, como una alternativa a los males del presente. Esto no
quiere decir que yo comparta la visión de estos personajes. Lo que si comparto
es el rechazo que estos personajes puedan sentir hacia el orden establecido, la
pasión que evidentemente ponen en sus ideas. Lo que también considero es que,
evidentemente, cualquier proyecto de cambio tiene que tener en cuenta la
existencia de esta tradición. Pero no comparto, en cambio, la idea de que la
solución a los problemas actuales en el Perú, deba pasar por un rechazo de todo
lo moderno en el Perú y por una vuelta automática al pasado. Hay que razonar
las cosas, manteniendo las proporciones.
Una cosa es la sociedad andina prehistórica que pudo
haber resuelto efectivamente una serie de problemas como la relación
hombre-territorio y la alimentación para la población, y otra cosa es el Perú
en el siglo XVI y así sucesivamente. Incluso hay un pasaje del libro en el que
se dice lo siguiente: “es evidente que no se trata de imaginar que lo pasado es
siempre hermoso, sólo quienes no han tenido el riesgo de soportar el tifus
pueden lamentar la llegada de una
carretera y la implantación de una posta médica en un pueblo”.
Sin embargo, no ha faltado alguien que ha dicho que
lo que yo propongo es que terminemos con la medicina occidental, que nos
olvidemos de los antibióticos. Es evidente, que yo no digo eso, pero lo que
pasa es que en el Perú como lo decía en relación al comentario de Marco Martos,
a veces se habla sin haber leído y sin tener conocimiento de causa, se lanzan
juicios que pueden reposar en la impresión que causa la carátula de un libro,
el título de una obra, pero no realmente en su contenido.
¿En que medida y cómo podrían, por ejemplo,
recuperarse algunos de los elementos de la tecnología andina prehispánica, los
sistemas de riegos, los sistemas de andenes, etc.? Creo que allí hace falta una
difusión seria y que ya va más allá de este libro evidentemente, entre
economistas antropólogos, arqueólogos, que está pendiente y creo que podría ser
útil si uno piensa que el socialismo en este país, deba tener un contenido
propio y adecuado a lo que ha sido su historia. Insisto, no se trata de
regresar al pasado y rechazar de plano todo el presente o crear mistificaciones
fáciles sobre lo que ya ocurrió.
¿Vienes
trabajando actualmente en algún tema de investigación?
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Sigo trabajando
sobre estos mismos temas y aparte de dos o tres estudios que quiero realizar en
la misma línea de este libro, entre los cuales está un ensayo dedicado
específicamente a José Carlos María Arguedas, tengo también en mente un trabajo
sobre el lado opuesto de esta utopía andina, que sería un estudio acerca del
racismo y el autoritarismo en la sociedad peruana. Justamente este libro
termina haciendo referencia a la violencia de estos últimos años y creo que
detrás de ésta, por lo menos en un sector de la sociedad peruana, se encuentran
presentes las marginaciones, el racismo que hemos heredado del pasado.
Me interesa hacer una historia del racismo porque, a
veces el análisis del pasado, puede servir para recuperar cosas o replantearlas
y, en otras ocasiones, puede servir para liberarnos de fantasmas y de
pesadillas. M e interesa ver cómo estas categorías de corte étnico y racial
fueron introducidas para dividir a la sociedad peruana y organizarla por la
administración colonial, cómo pudieron ser incorporadas por la propia población
dominada y cómo este racismo adquiere los rasgos de un discurso ideológico muy
explícito y muy claro al promediar el siglo XIX, justamente con la emergencia
de la oligarquía guanera en la costa y la sierra. El racismo se va a convertir
en el siglo XIX en el elemento vertebral del discurso de las clases altas del
Perú, como lo era en el siglo XVIII. Este racismo se va a exacerbar todavía más
en esos años de supuesta estabilidad democrática de la llamada república
aristocrática. Me interesa el racismo no sólo como discurso ideológico, sino
además como práctica social y elemento incorporado en la vida cotidiana de los
grupos y las clases en el país; porque quizá en este terreno de lo cotidiano ha
echado más fuertemente sus raíces y es más difícil erradicarlo.
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