Por Mario Peláez
Dramáticas y concluyentes (como pulsiones de vida y pulsiones de muerte) son las preguntas que hurgan en el sentido de la vida humana, en su razón de ser. Tras de estas metafísicas lidian incansables la ciencia, la filosofía, la religión el arte y la literatura. Y sus respuestas aconsejan reñir con la felicidad, arrancarle unos momentos placenteros que enaltezcan al espíritu. Y proponen para ello estas canteras espirituales: las luchas sociales. El amor y la solidaridad. La creación artística. La convivencia con el arte y la literatura. No ir en pos de estos instantes felices es consagrar el bostezo; es vivir haciendo honor a la nada.
Ahora se presenta la hermosa oportunidad de disfrutar de la felicidad releyendo “Cien Años de Soledad”, con ocasión de los 50 años de la primera edición que se celebra esta semana. Y seguro que como El Quijote derrotará al tiempo.
La literatura, bien sabemos, no solo sensibiliza, no solo agiganta la imaginación y enriquece el lenguaje y entretiene, sino también colma de saberes. Oxigena la inteligencia.
Tener en las manos, y ante nuestros fisgones ojos, la novela “Cien años de Soledad” de García Márquez nos embarca en una extraordinaria aventura que incluye volar al cielo de la mano de Remedios… También extasiarnos con la unanimidad de colores, de aromas y utopías; y por cierto con todas las músicas del lenguaje poético, inclusive de aquellas que todavía no ingresan al pentagrama.
¡A embellecer, entonces, el espíritu!. Sin más, emprendamos juntos la relectura.
A sus marcas, listos, ya:
“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento,
el coronel Aureliano Buendía había de recordar
aquella tarde remota
en que su padre lo llevó a conocer el hielo…
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