Autor.
Virgileo LEETRIGAL
De generación en generación, se trasmitió la creencia
que la quebrada “Vigasmayo” y el río “La quesera” son “moradas de
duendes”. Así quedó en el imaginario
de pobladores de la comarca llamada “Huauco” y de cuánto forastero la
visitó.
Cuentan los pobladores mayores de los pueblos
cercanos, que antaño, Vigasmayo era
una hondonada alargada y boscosa; habitada por venados, pumas y hasta osos de
anteojos. Que sus árboles, gruesos y frondosos, crecían abundados de bromelias,
bejucos, orquídeas y líquenes. Que estos árboles, entremezclados con variedad
de otros de troncos más delgados y de arbustos; conformaban un bosque casi
inaccesible. Que del mismo bosque, ellos extraían “suros” (1), vigas y demás maderas para construir casas; así devino
en “Vigasmayo” o “río de las vigas”. Y así,
la población creciente de esos pueblos lo impactó y lo deforestó...
Actualmente
muestra pequeñas parcelas de relieves y cercos imperfectos, con pastizales de
verdor tenue, en ambas márgenes. Nace, ésta quebrada, en las laderas del cerro “Wirawira”,
discurre entre los cerros “El velo” y “Santa rosa”, se
profundiza entre el “Shinshilpunta” y
el “Ventanillas”; y aguas abajo,
desemboca en el río “La quesera”.
El Ventanillas es un cerro rocoso y verde,
a la vez; no muy alto y ubicado en la margen derecha de la quebrada. Un camino
pedregoso que viene desde “Calconga”
y “La quinuilla”, marca sus laderas
con irregulares curvas, y se desarrolla hasta el fondo del cañón. Allí se une
con el que viene desde “Cajén”. El
camino unificado cruza el cauce de la quebrada mediante un badén; y a pocos
metros de su orilla izquierda, cede ingreso al fundo de Presbítero Díaz, por una
tranquera rústica de maderas rollizas. El camino sigue hacia el este; y
serpentea trepando por las faldas del Shinshilpunta.
Por “Chiqueroloma”,
abra entre éste y el cerro “escalera”, el sendero vira al
noreste, con destino a la ciudad capital de la comarca, también llamada Huauco.
El Ventanillas
debe su nombre a restos de construcciones pre incas existentes en su cima. Las
ventanitas de éstas, están hacia el sureste, como perennizando la visibilidad al
río La quesera. Casi en su cima,
junto a un camino de chacareros y a un aliso, existe un pozo que se mantiene
con agua hasta en la más dura sequía. A este lugar, como a Vigasmayo y La quesera,
también le atribuyen ser “morada de
duendes”.
El río La
quesera aflora, torrentoso, en la base pétrea del cerro “Ventanillas”. Su caudal mueve las ruedas
más las piedras cilíndricas de cuatro molinos antiquísimos, construidos junto a
su cauce.
Desde rumbo distinto al de la quebrada Vigasmayo, y al otro lado del “Ventanillas”; el afloramiento del río La quesera marca el fin de la quebrada “Colpiadero”. El naciente río recorre ciento y tantos metros hasta encontrarse
con la quebrada Vigasmayo. Desde este
vértice se ve, aguas arriba y abajo, que río y quebradas forman una especie de “Y”, con sus cauces. Entre los “ramales”
superiores queda como “atenazado” el cerro Ventanillas,
y también el primer molino. Así la base del cerro, se funde con el relieve allanado
de un valle pequeño y siempre verde; y con el cauce del río que escapa, quién
sabe a dónde…
Se ha comentado también que pobladores de Huauco, “Lúcumapampa” y de Celendín; asumieron sueños de llevar
agua desde esta zona hasta sus campiñas. Pero mientras eso solo quede en sueños,
La quesera avanza imperturbable. Pasa
muy cerca del segundo molino, recepciona al caudal que le presta para funcionar;
y a pocos metros de alcanzar al tercero, recibe al río “Sumbat”. Con caudal incrementado se convierte en el afluente
principal del río “Cantange”; y éste,
a su vez, se erige como uno importante del gran “Marañón”.
Durante décadas, los molinos atendieron a
centenas de pobladores, de todas las edades; quienes llegaban jalando sus
acémilas cargadas con costales de cereales y menestras. Allí esperaban su turno
para hacerlos moler y obtener harinas, preciados alimentos para las familias.
En la espera de turnos, casi siempre prolongada, la gente tenía la oportunidad
de entablar variadas y largas conversaciones. Los operadores de los molinos o “molineros”, las animaban. Con el tiempo,
ellos aprendieron a narrar historias; y así ayudaban a mantener la lealtad de sus
respectivos clientes. Como cuentacuentos, a veces presumían de haber visto o
sentido la presencia de duendes en sus respectivos molinos. Así sobrevivió el
mito de las “moradas de duendes”, en
esa zona de Huauco…
Pero estos lugares, además de conocerse por
mitos como el mencionado, también fueron y son escenarios de
humanas existencias y acciones. Por aquí pasaron y pasan chacareros muy
conocidos como: el ya mencionado Presbítero
Díaz, dueño de un fundo en la margen izquierda de la quebrada Vigasmayo; su socio Juan Alva; Abraham Mariñas, dueño de un fundo colindante con el de Presbítero,
ya en la margen izquierda del río “La quesera”;
a continuación estaba la parcela del coplero Elías Escobedo, dueño del cuarto molino. Hacia el lado este del Shinshilpunta, vivía el dueño de casi la
mitad de su extensión, Hipólito Malaver
Calla. Ellos, como otros, tuvieron vivencias o experiencias excepcionales;
algunas de las cuales fueron y serán narradas…
El Shinshilpunta
es un cerro más alto que su par y vecino Ventanillas;
es rechoncho, amplio y achatado como una parva. Su superficie total, es jurisdicción
del anexo huauqueño conocido como “Porvenir”.
“Porvenir” adquirió notoriedad, desde
septiembre de mil novecientos treinta y dos. Entre finales de agosto e inicios
de septiembre de aquel año; guiados por Máximo
Aliaga, llegaron al paraje “Artesa”, luego a “Guangazanga” y a casa de Hipólito Malaver Calla, dos hombres forasteros y extraños para
pedirle posada por unos días. Portaban una carta de recomendación que los
presentaba como amigos del hacendado
David Reyna; amigo a su vez, de
Hipólito Malaver. El día diecisiete de septiembre del mismo año, tras
ellos, llegaron a tal paraje “Artesa”, diez miembros de la Guardia
Civil, uniformados y armados hasta los dientes. Aquí, se tomaron la mañana para
descansar y estudiar el terreno. Por
la tarde se moverían sigilosamente hacia a Guangazanga;
y minutos después de la cuatro irrumpieron en la solitaria casa, disparando
sus armas con extrema violencia. Los inesperados visitantes, cual
experimentados fugitivos, se escurrieron por la quebrada “Suiturumi”, contigua a
la casa. Los guardias ofuscados, abrieron fuego de fusilería hacia la
vegetación buscando matarlos. Luego, con Hipólito Malaver de forzado guía, los
buscaron por la quebrada, lanzando voces conminatorias a la rendición. El mayor
de los fugitivos reconoció la voz del cabo Guardia Civil Julio Cáceres Montalván,
quien dirigía el operativo; y por esas coincidencias raras de la vida, era su
compadre; entonces él gritó anunciándose como tal, diciendo que estaba con su
sobrino y que ambos se rendían. Así se dio la cinematográfica captura de los
dos fugitivos; quiénes luego fueron conducidos hacia Celendín, para su entrega a las autoridades...
Solo entonces se supo que los hombres extraños, tío y
sobrino, habían fugado de la cárcel de Trujillo
hacia Huamachuco. Su persecución, a
cargo de la Guardia Civil y con apoyo del Ejército Peruano, empezó casi de
inmediato y desde allí. Días después ambos prófugos se reencontraron en “Shicún”,
luego se movieron a “Calemar”; ambos lugares a orillas
del río Marañón. De aquí, hacia “Longotea”, para esconderse en el
fundo “Catar” de Teodoberto
Lozano, cuñado del prófugo de mayor edad. La presión del comando
perseguidor se intensificó, ante el rumor que los prófugos pretendían fugar
hacia Ecuador. Entonces, ellos bajaron hacia “Jecumbuy”, también a orillas del Marañón. Desde
Aquí, ayudados por el hacendado David
Reyna, salieron por la hacienda “La pauca” hasta “Zapallopampa”.
Por el paraje “La florida”
ingresaron a jurisdicción de Huauco;
llegando a la hacienda “Sendamal”, propiedad del mismo
David Reyna. En su casa ubicada en el paraje “Tincat”, los escondió
por tres días con sus noches. Luego, por el camino de “Tallambo” a Huauco y
sorteando al cerro “Wirawira”, él
mismo los condujo a “La laguna”; y los instaló en casa de su tía Margarita Reyna, donde permanecieron
durante once días, también con sus noches...
El comando de la Guardia
Civil, que los perseguía sin tregua, apenas entró en la jurisdicción de Huauco capturó al mercachifle huauqueño Melquiades
Horna. Éste declaró que: “….varios días atrás, a su paso por dicha
hacienda y en la casa de don David Reyna, había visto dos
hombres desconocidos…”. Los guardias, sacaron
información adicional a la servidumbre del hacendado; y seguros, se dirigieron
a La laguna, por el mismo camino que
siguieron prófugos y protector. Llegaron el 16 de septiembre a las dos y media
de la tarde. No los hallaron, porque antes, los ya prevenidos prófugos, habían partido
hacia “Artesa”; guiados,
como ya se dijo, por Máximo Aliaga…
Aquella noche del dieciséis de septiembre, el comando acampó,
en La laguna, esperando refuerzos desde
Celendín; éstos llegaron al día
siguiente, por el camino de “La quintilla”. El comando reforzado,
dispuso personal aparte para la captura del guía Máximo Aliaga; y reinició la
persecución a los que ellos llamaban facciosos. Así: remontó el abra “El vaquero”; descendió
hacia la quebrada Vigasmayo; la
recorrió en toda su longitud, por el
camino de su margen derecha; sobre precarios puentes cruzó dos veces el río La quesera, para transitar el camino
real hacia Cajén y Porvenir; y entraron por su lado sur, a
las faldas del Shinshilpunta. Así llegaron
al paraje Artesa y luego a Guangazanga, con la misión de recapturar
a los prófugos... Y tal como ya se contó, lo lograron…
En aquel tiempo gobernaba el Perú el coronel Luis Sánchez Cerro; el país estaba
convulsionado debido al levantamiento aprista del siete de julio, en Trujillo;
y de otras ciudades del norte, en otras fechas. La orden del gobierno era
fusilar a todo aquel sedicioso o faccioso involucrado en sucesos antigubernamentales...
Durante la noche del diecisiete de septiembre, una gran
cantidad de pobladores generosos se aglomeraron frente a la cárcel de Celendín,
con frazadas, ropa, alimentos, cigarrillos, etc.; esperando el arribo de los guardias
con los prisioneros; y éste se produjo a las tres de la mañana del día
dieciocho. Los prófugos tenían algunos familiares allí, por el lado materno; estas
personas con sus amigos y vecinos consiguieron que el subprefecto de la
provincia, Lizardo Miranda Villanueva, se
contagiara de la nobleza del pueblo. Así, les perdonó la vida y no ordenó su fusilamiento…
Y fue así, como los protagonistas de la espectacular huida y recaptura, se salvaron
de la muerte y “volvieron a nacer” en
Celendín. El mayor de ellos se llamaba Néstor Alegría Lynch; y el menor,
entonces joven de veintitrés años, era su sobrino; el mismo que años más tarde
se consagraría como uno de los mejores y más galardonados escritores de Perú.
Era el ahora clásico Ciro Alegría Bazán…
Otro hecho; no menos importante, por las
vidas que se cree ha salvado; y por el que Porvenir mantuvo notoriedad como
anexo del Huauco; es que allí vivió, adulto en tiempos posteriores, “don
Sheque”. Descendiente, él, de
la familia de apellido Caja, alcanzó fama de ser uno de los mejores curanderos
de la región…
Y volviendo a historias de duendes diremos
que Juan
Alva, desde niño y en su natal Cajén,
también escuchó algunas; y de esas en la que son presentados como espíritus
gritones, molestosos, traviesos y hasta malévolos. Sin embargo, esto no evitó
que él aceptara la propuesta e invitación de Presbítero Díaz; para
trabajar en su fundo de Vigasmayo.
Antes de decidirlo se preguntó si tendría miedo quedarse, él solo, a pernoctar en
esa quebrada. «Duendes? Puede que existan, pero no creo que se aparezcan ante los
humanos. Esas son mentecatadas…», se respondió.
La oferta del viejo Presbítero, era una
oportunidad que se le presentaba para trabajar en sociedad con el dueño de las
chacras. En su pueblo, bajo esta modalidad, es como mantienen a sus familias
los campesinos sin tierra; y él, es uno de ellos. Entre sus varias reflexiones,
se dijo: «En tal caso, vale arriesgarse al
encuentro con duendes; a nadie lo han comido. En Vigasmayo, tierra y clima son tan
buenos que produce de todo, desde papas hasta granos. Además, se me ofrece:
choza, chacras, semillas y pasto para mis
animales…»
Victoria
Sánchez es la esposa de Juan. Anda en sus juveniles diecinueve; ya con un hijo de trece meses, bulto frecuente
en sus espaldas. En un anexo de “Calconga”
instalaron su hogar y crían algunos animales para ayudar a su sustento. Ella, animó
a su marido diciéndole: «Cuando quedes
‘de asiento’ en Vigasmayo, madrugaré, ordenaré nuestra casita e iré tras tuyo.
Prepararé el desayuno y el almuerzo en la choza. Después te ayudaré haciendo
algo en la chacra; y por la tarde volveré a casa por nuestros animalitos. Esa
quebrada no está lejos, el camino lo recorro en menos de dos horas. Para
protegerte de duendes y demás malos espíritus, te daré el secreto de mi finao
padre…»
Corre el mes
de octubre; y con este, se manifiestan intensas las primeras lluvias de la
temporada. Para beneplácito de Juan, éstas caen por las tardes y noches; así no
afectan el horario de sus jornadas de labranza... Las precipitaciones y
escorrentías han transformado la quebrada Vigasmayo
en río torrentoso. En ambas orillas el verdor de los arbustos y árboles es
intenso. Pájaros e insectos, con sus trinos y chillidos, parecen celebrar la
vitalidad de la naturaleza y de la suya propia. El paisaje es espléndido; lleno
de vida y generador de vida…
La choza
rústica del fundo, que su dueño construyó años atrás, se acopla muy bien al
paisaje natural. Sus muros son de piedras calizas asentadas con barro; la
estructura del techo de palos rollizos y la cobertura de “ichu” (2). Juan la encontró semidestruida; y
tuvo que refaccionar todo el techo, para que recobrara su utilidad. Para su descanso
confeccionó, sobre horcones, una barbacoa de palos lisos y rectos; y la acolchonó
con harta paja de cebada. El único ingreso a la choza está en la pared donde el
techo a dos aguas tiene mayor altura; la puerta para éste también es de palos
rollizos, no bien juntados entre sí. Entre la tranquera de ingreso al predio y
la puerta de la choza hay un sendero peatonal casi recto. Tras el muro opuesto
al de la puerta, acondicionó una empalizada como corral para las ovejas. El
resto era campo libre, pastizal para el ganado, mientras no se cultive...
Desde hace
varias noches atrás, y en las primeras horas de la madrugada, gritos raros o
extraños retumban en la lejanía. El eco los rebota desde los cerros y el viento
los traslada por la hondonada. En el interior de la choza también se escuchan, pero
no se sabe dónde se originan…
Juan, como su esposa, llama ‘estar de asiento’ en Vigasmayo, a su obligación de quedarse
solo a pernoctar allí; para, al día siguiente, madrugar y aprovechar mejor el
tiempo en su faena de cultivar la chacra para la pronta siembra del maíz y
frijoles... Eso hace por estos días. Pero sus animales pasan la noche cerca de la
choza, como medida de seguridad: pues los zorros, andan de caza nocturna tras los
rebaños de ovejas; y los abigeos, tras las reses, para robarlas.
Después que Victoria parte hacia su hogar, las
tardes se vuelven melancólicas para Juan; y las noches sombrías, en ese paraje...
Solo los fines de semana, Vigasmayo se torna bullicioso. Desde las
zonas altas de Oxamarca y otras de la comarca, bajan campesinos arriando
su ganado y acémilas; y pasan por allí, hacia la feria dominical del Huauco. Allá venden sus productos y
animales, también compran artículos y baratijas útiles para su vida
campestre...
Juan está en la noche del martes y, como la semana recién ha iniciado, se encuentra solo, como abandonado, en el fondo del cañón. Recostado en su barbacoa chaccha su coca. Recuenta las labores del día y planifica las del siguiente. Piensa en más lluvias, bueyes y aperos; en yerbas malas y semillas; en su socio y la pronta siembra. Aspira el olor que emanan los tallos chancados de cebada, que le sirven de colchón. Escucha el sonar del torrente de agua que discurre por la gran quebrada; es un ruido permanente, infinito y penetrante. La llovizna se acopla a esta especie de música de la naturaleza. Con la ventisca, árboles y arbustos oscilan; sus copas hacen vaivenes, crujen sus ramas y se agitan sus hojas; el viento nocturno ulula en las pajas frescas del techo de la choza. El ambiente se torna como si amenazara una ulterior tormenta. La especial melodía natural arrulla a Juan hasta que se le manifiesta el sueño. Entonces, él decide expulsar el bolo de coca, enjuagarse la boca y disponerse a dormir. Ya acostado, la naturaleza lo sigue arrullando por un momento más, hasta obligarlo a cerrar los ojos. Luego, como salido de las profundidades de una dimensión desconocida, se le manifiesta un sueño nítido, de “vivencias terrenales” y también raras. Sueña así:
«Se le
aparece su hermana menor, ´La negra fea', como llaman a Guillermina. Lo ve
elegante, hermosa, blanca y rubia; parece de otro mundo. Viene desde la
tranquera de ingreso y avanza por el camino, hacia la puerta de la choza».
El
subconsciente de Juan exige una explicación:
«En la vida real Guillermina es trigueña; pero, aunque no es fea, no es blanca
ni bonita como la mujer que se acerca. ¡Qué raro! Pretextando darle la
bienvenida, quiere hablarle y salir de dudas, pero siente que la lengua se le
traba y no puede hacerlo. Quiso ir a su encuentro, verla de cerca y entender
cómo es que se había vuelto tan bonita, pero siente que no puede dar paso. La
mujer bella continua acercándose, gesticulando y tapándose el rostro con un
velo de seda».
Por
instantes, Juan no puede tomar conciencia de sí mismo; está como preguntándose:
«¿Estoy dormido o despierto?». Luego,
por acción de su subconsciente mismo, siente que el miedo lo invade. A la vez,
en ese límite entre el sueño y la realidad, recuerda los consejos de su
experimentado socio, quien le había dicho: «En
esa quebrada, donde trabajarás hasta que te hartes, no debes tener miedo a nada».
Controlando su subconsciente, piensa, toma valor y dice para sí: «! Este es un sueño!». Se concentra y
abre sus ojos. Se despierta; y ya consciente de la realidad, siente a su cuerpo
vibrar sobre la barbacoa. « ¡Carajo!»,
exclama. A continuación se pregunta: «
¿tuve una pesadilla?, ¿por qué soñar a `la negra fea'?, ¿me visitará?, ¿se
habrá enfermao acaso?»
Afuera la
llovizna continua. Algunos esporádicos relámpagos aclaran la luz de la luna, ya
casi llena. Gracias a las pronunciadas aberturas entre los palos rollizos de la
puerta, Juan tiene un buen registro visual hacia afuera. De pronto, en el vano
de la misma, ve aparecer una imagen oscura, de forma humana y estatura baja. La
imagen rara se sobrepara y como como una sombra, cruza rengueando frente a la
choza y se pierde por uno de sus costados. Luego, el relativo silencio de la
noche se rompe con tres gritos también raros: ¡Couguoooo!, ¡couguooooo!,
¡couguoooooo! Juan reacciona y grita: « ¡Carajoooo! ¡Duenda jijunagramputaaaaa!»
Coge la funda del machete, desenfunda la hoja metálica y blandiéndola, sale
resuelto. Sigue la dirección del paso de la imagen; otea en el paisaje, pero no
ve nada extraño. Al instante resuenan tres gritos más, ya en la lejanía. Las
ovejas balan asustadas y aglomeradas, en uno de los ángulos de la empalizada.
Más allá, los bueyes indiferentes rumian echados. La vaca mulata se para, se
estira, bufa y defeca; y su pequeña cría se altera, casi a su lado, intentando
amamantarse...
Juan recuerda que una de las historias de duendes que escuchó decía: «si el cristiano es hombre, el duende que lo persiga será hembra; y si fuera mujer, será macho». Se pregunta, entonces, asustado y confundido: « ¿Por qué la duenda no entró a la choza, si por sus poderes, sabía que estoy aquí?». Finge hablar con alguien, machetea en cruz sobre unos leños, se persigna y reingresa a la choza. Queda con el sueño trunco y cavilando concluyó: «Los gritos raros que se escuchaban lejos, desde hace días, eran de´sta duenda jijunagramputa (3). Hasta que llegó a mi lado y se dejó ver. Esa mesma es…»
Luego de casi tres horas del suceso, aclaró la aurora previa al amanecer.
Juan se levantó a esa hora y fue a dar pasto
a los bueyes, con los que iba a trabajar ese día. Luego abrió la empalizada y
soltó las ovejas a pastar. Decide no contar a su mujer nada de lo que vio esa
noche. Opta por que a ella deba parecerle que todo sigue de lo más normal. Cree
que no es conveniente infundirle miedos, y que él debía ignorarlos por completo
y para siempre.
Aquella mañana Victoria llegó presurosa, como
si algo malo hubiese presagiado. Él lo recibe tranquilo y, alegres, se saludan frente
la choza. Ella, deja su equipaje al costado del fogón y a su hijo sobre la paja
de la barbacoa y, se dirige a ordeñar la vaca. Juan se queda cuidando a su
primogénito, ya acostumbrado a las caminatas madrugadoras de su madre. Victoria
regresa con el balde leche fresca y Juan, exagerando su amor de padre, le
recomienda: “no dejes al niño solo, ni un
instante y por nada”. Victoria obedece. Con una “lliclia” (4), ata bien al
niño a sus espaldas y sigue con sus quehaceres. Juan sale a dar una mirada a
los animales…
En ese momento llega el viejo Presbítero, montado
en su caballo negro; en cuyas ancas se balancean alforjas repletas de semillas
de “coyo” (5) y frijoles. El maíz
llega en el lomo de otra acémila. Luego, uno tras otro, llegan los peones...
Victoria ordena la choza y llama a todos a
desayunar...
Salen, reciben su ración de coca y se dirigen
hacia la chacra cultivada. Presbítero la observa animoso, recuerda sus mejores
tiempos de chacarero allí, en su propio fundo. Elogia el trabajo de su socio y
dice que todo está listo como para surcar. Se lamenta por el peso de sus años y
por no ayudar como él quisiera. «Comprenderás
hijo que los viejos ya no valemos pa´nada», dice. «No diga eso don Presbítero. Todos vamos a llegar a su edá», lo consuela Juan.
Llega el
mediodía. Victoria llama a todos para almorzar... Después de éste, también hay reposo
para “armarse” chacchando coca. Juan
se aparta de sus ocasionales peones y aborda a su socio. El viejo, ya reclinado
al tronco de un frondoso “campanillo” (6),
sombrea, chufranea (7) su checo de
cal y mastica su coca. Juan le cuenta con detalles su sueño y visión de la
noche anterior… Mientras avanza con su relato, el viejo entra en un estado de
preocupación y ensimismamiento totales… Dentro de sí, teme que luego de ese
sueño y visión, su socio se acobarde; rompa el trato y abandone la hondonada. A
él, que ya se considera un viejo achacoso y
limitado; no le conviene perder un socio tan bueno, honrado y trabajador como
Juan...
En un brevísimo
instante en que dejó de atender al relato de su socio, recuerda para sí, un
pasaje de su vida en esa hondonada... Decidió no contarlo jamás, menos ahora.
Solo lo recuerda con amargura:
Sucedió en
días de abril, varios años atrás. En Vigasmayo estaba con su esposa y sus dos
hijas. Anochecía y garuaba allí. La familia, al interior de la choza, se
abrigaba junto al fogón. Enma, su hija menor, entonces de seis años, dijo
querer ir sola al campo para hacer sus necesidades; a lo que los padres
accedieron confiados en la tranquilidad del lugar. Enma salió y fue por la
esquina posterior de la choza. Demoró mucho, media hora, una hora, demasiado
tiempo. Eran como las siete de la noche y no regresaba, entonces la
desesperación cundió en los padres. Salieron en su búsqueda, don Presbítero
buscó por entre árboles y arbustos de los alrededores de la choza: «puacá no’hay
mi’hija», pensó. Se dirigió a la quebrada, su mujer lo siguió portando una
linterna a kerosene. «Quizá vino puacá, se resbaló, cayó y la corriente que’stá
dea’bote lo llevó», murmuró la madre.
Los padres
pasaron la noche en vilo, peinando la quebrada en toda su longitud, hasta su
desembocadura en el río La quesera. Uno por cada margen, registraban sus
orillas, esperanzados en que la corriente haya expulsado el cuerpo de su hija,
si esta se hubiera ahogado. No hallaron nada. Lo llamaban por su nombre; nadie
respondió, solo el eco desde el Ventanillas y Shinshilpunta, y el lejano
ladrido de tres perros. Resignados, volvieron a la choza. Su otra hija estaba
allí durmiendo, ignorando la angustia familiar y la desaparición de su hermana.
Presbítero, sin dormir ni una pestañada y en los primeros
instantes del amanecer, llegó a Calconga a comunicar su desagracia, y pedir
ayuda a familiares y vecinos. Él vivía allí. La solidaridad de tres cuadrillas
de hombres provistos de sogas y machetes, no se hizo esperar. Chacchando su
coca se dispersaron, atentos y poco habladores, a lo largo de la hondonada.
Desde antes del mediodía, “peinaron” de nuevo sus casi dos kilómetros de la
longitud, más dos del río Laquesera. Nadie reportó ningún hallazgo; y al morir
la tarde, regresaron a sus casas cansados y desanimados.
Anochecía de nuevo y solo dos vecinos compadecidos, cenaban en la
choza, acompañando a la familia. Debían reiniciar la búsqueda de la niña, por
segunda noche. Se cumplían ya veinticuatro desde su angustiante desaparición.
De pronto un llanto conocido estalló afuera, detrás de la choza. «¡Mi'hija!»,
gritó Presbítero y salió disparado... Era Enma, vestida con sus mismas ropas,
salió llorando de entre unos arbustos que se erguían detrás de la choza. Estaba
mojada, afónica, y con la falda y calzones ensuciados con sus propias heces.
Desorientada, asustada y en brazos de su padre, empezaba a calmarse poco a
poco. Con la ayuda de su mujer, don presbítero lo limpió y lo cambió. La niña
no quiso comer, daba signos de estar alterada y tener sueño; solo pudieron
darle de beber una infusión de manzanilla tibia, filtrándola con una porción de
lana de oveja; pues no quería abrir la boca, ajustaba y hacía rechinar los
dientes de puro nerviosismo...
Al día siguiente,
la niña amaneció mejor, comió algo, pero no dejaba de mostrarse extraña. Tenía
los ojos desorbitados y una mirada perdida. Hablaba sola y pronunciaba
incongruencias. Presbítero le preguntó por el lugar dónde estuvo. Ella, dando
muestras esperanzadoras de recuperación, relató así:
«Estuve
durmiendo. Tuve un sueño, entre bonito y feo: Un señor gringo, bajito y cojo,
me llevó a su casa que es linda como un palacio. Yo no hallé el lugar para
ocuparme, y me hice la caca dentro de su casa. Él se molestó mucho, me insultó;
me ordenó que con mi ropa limpiara su piso, luego me enseñó la puerta de salida
y me botó. Estando ya afuera acabó mi sueño, me desperté asustada y lloré»…
Presbítero recuerda que, preocupado por la salud de su hija, trajo a casa a «don Sheque», el afamado curandero del caserío Porvenir. El curandero hizo algunas preguntas y concluyó de modo categórico: « ¡El duende llevó a tu hija! Ella hizo sus necesidades dentro de su casa y los duendes no toleran suciedad ni mal olor en los humanos. Por eso lo botó, de lo contrario no lo volvías a ver». Presbítero lo escuchó y quedó perplejo. « ¡Nunca más lleves allí a tus hijas! Esa quebrada es pesada, es morada de duendes», concluyó el curandero.
Los recuerdos
del viejo Presbítero cesan, sale de su ensimismamiento, su pensamiento vuelve a
la actualidad, y acepta que su hija Enma no quedó cuerda. Es chifladita y medio
locumbeta. Así quedó y por eso le dicen «la
tronada».
Resignado y
calmado, mira a Juan y le dice: «No temas
Juancito, la duenda quiso sorprenderte anoche, presentándose en la figura de tu
hermana. No logró llevarte gracias a que te despertaste y lo perseguiste. Ahora
sabe que eres un hombre muy valiente, y tenlo por seguro, que jamás volverá a
molestarte».
Cajamarca-Perú, febrero de 2009
GLOSARIO:
(1)
Caña con médula llena, de grosor y textura similar al carrizo
(2) Paja gramínea
(3) Interjección
de insulto, utilizado en la zona.
(4) Paño de lana,
prenda femenina de la zona.
(5) Grano o
cereal también llamado Kiwicha
(6) Árbol nativo.
(7) Meter y
sacar el chufrán (alambre delgado) al checo.
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