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"Cuando el ánimo está cargado de todo lo que aprendimos a través de nuestros sentidos, la palabra también se carga de esas materias. ¡Y como vibra!"
José María Arguedas

sábado, 9 de enero de 2016

LA INGENIOSA MUERTE DE MALENA DE WALTER LINGÁN

Arturo Bolívar Barreto

  
Walter Lingán (Cajamarca) es de los mejores exponentes de la narrativa peruana de las últimas décadas, periodo que se inició con la crisis de los 80, la violencia política, la diáspora,  la instauración del neoliberalismo, la globalización, la revolución comunicacional. Ya que la literatura canónica, en ese mismo contexto, devenía literatura de mercado conforme al proceso mundial, lo más auspicioso de la literatura se refugió en las distintas regiones del interior del país. La narrativa de Walter Lingán representa la versión del emigrante, del exiliado, de este proceso emergente de la literatura peruana. Pero ya no la visión del emigrante de la élite, de periodos anteriores, sino el proveniente de los sectores populares o medios bajos. Como sabemos, la migración afectó por primera vez, con carácter masivo, a jóvenes de esos sectores.

   La ingeniosa muerte de Malena es un libro de cuentos publicado en el 2009, contiene elementos representativos de obra general de Walter Lingán, escritor residente en Colonia, Alemania, desde 1982, quien no ha dejado de publicar narrativa desde su primera novela, Por un puñado de sal, de  1993.

   El realismo esencial de sus relatos está consustanciado de recursos vanguardistas (ironía, humor, sesgo introspectivo del narrador protagonista, remates surrealistas), pero, como en los grandes autores, siempre en aras de la develación humana: sus  obsesiones temáticas están muy entonadas de exploraciones vitales y sociales. El lenguaje narrativo por ello, junto a su tersura y libertad literaria, es exponente del habla popular, el limeño, el andino; pero lo andino -cara identidad del autor- subyace entrañable más bien  en espíritu, a través de las evocaciones, o hasta de las  interpolaciones en quechua. Así en Hay algo en el temblor de tu discreto carmín, el relator protagonista dice:   “Quiero escribirte y, en verdad te digo, no sé cómo hacerlo… Podría empezar diciendo que Me gustan tus pechos dulzones, que Me trastorna la densidad enmarañada  de tu motita ensalvajando tu sexo, que Enajena mis sentidos el vibrar de tus caderas… Después decirte munanaycuway sonqochay”.

   Un tema recurrente es la marginalidad del inmigrante de clase media baja, peruano o latinoamericano, en Europa, expresado en sus sentimientos de frustración, de desarraigo, la xenofobia sufrida, que agudiza su nostalgia profunda por la tierra abandonada, el amor, la familia, la cultura. El otro tema de su obsesión, que es refugio de esa marginalidad de sus personajes, es el amor, el amor  en su más amplia acepción: desde el amor romántico, nostálgico, hasta el erotismo más liberado, a veces con desenfado, matizado por el carácter lúdico de su estilo. La narrativa de Walter Lingán es también, en definitiva, tributaria de la posmodernidad, haciéndonos recordar que es contemporánea de ella, pero por su progresismo ideológico, fundamental y matriz, lo posmoderno diluye sus fundamentos espirituales; constituye en cambio un aporte más a su literatura abarcadora.

   La obra de Walter Lingán es, en suma, como lo es el arte auténtico, un acto furioso de liberación, revela Walter Lingán, a través de su literatura, que ama con intensidad el amor, el sexo, la vida, pero ama asimismo con intensidad a su pueblo y a  sus luchas libertarias.
   Repasemos algunos relatos. En El Colombiano infestado de esperanza,  a través del sentimiento de frustración del inmigrante  latinoamericano  -denunciado entre alcohol y bohemia, “Entre cerveza y cerveza me he ido quedando, la borrachera es mi exilio. No falta quien me dice: scheifs Ausländer <extranjero de mierda>...” –  se representa el súmmum de la nostalgia por  la patria lejana, la familia, el amor, tanto que en la metáfora empleada, Jacinto, El Colombiano, muere al pie del casillero postal, donde una vez más no había llegado carta para él,  la carta del amor frustrado dejado en su país, esperada con fe pero inútilmente.
   Pero esos cuadros se dan, como se palpita en los relatos de Walter Lingán, con un fondo de crítica social. Sigue diciendo El Colombiano, en una charlatanería que discurre casi como un monólogo interior, “Alemania es un país envejecido, repleto de viejos inútiles. La falta de niños es una enfermedad crónica y el exceso de perros y gatos, que viven mejor que la gente de nuestros países, se agudiza. Tercer Mundo le llaman, ¿acaso nuestra pobreza viene de otra galaxia”. Y desmitificando el “desarrollo” del país al que ha fugado y en general de cualquier país del sistema actual dice:   “Aquí estoy jodido, pero allá en mi país estaría peor… Sí, estaría peor. No sé cómo pero estaría peor”.

   En cada uno de sus relatos confluyen generalmente todas sus obsesiones temáticas: los sentimientos del marginado, así como el amor, el erotismo, no libre de ironía. En Los ojos de la luna, Eristof, inmigrante enamorado de Gabriela, muchacha alemana, tras el ansiado casamiento con ésta, escucha el rezo y lamento de la xenofóbica abuela Theresa König, quien siempre se opuso prejuiciosamente a esa relación: “Señor que estás en los cielos, hágase tu voluntad y perdónanos nuestras deudas, Eristof Eristof hasta su nombre es extranjero así como nosotros perdonamos a nuestros deudores y de dónde diablos vendrá y no nos hagas caer en la tentación de alguna familia muertadehambre de uno de esos países pobres más líbranos de todo mal…”

   El desenlace surrealista es, a veces, explícito como en este mismo relato. El erotismo, a fin de exponerlo con todo su carga de explosión y liberación, es presentado a través de la metáfora, de lo fantástico, seguramente para superar la valla de lo socialmente incorrecto, de la infidelidad, o acaso de la atracción por lo prohibido.  Eso representa la relación pasional que Eristof establece con Jacki, la engreída gata de la abuela Theresa König, que queda a cargo de Eristof, Gabriela e hijos, tras la muerte de ésta. Eristof había aceptado a regañadientes en principio hacerse cargo de Jacki. Cuando fueron a traerla de la casa de la abuela, “Jacki dormitaba sobre uno  de los sofás… Marion se acercó a Jacki con la intención de acariciarla, pero ésta se levantó y abandonó la habitación. Por primera vez me fijé en el esbelto cuerpo de Jacki y olvidé, por un instante, mi odio hacia la abuela. Me deslumbró su caminar mesurado y abúlico ritmo. No podía entender cómo mis ojos no habían descubierto antes tanta belleza”. Y no obstante, la imagen surrealista para exponer  su regalado erotismo, su catártico erotismo, está cargado siempre, a su estilo,  de la ironía, del desenfado, del sarcasmo feraz, “Casi todas las noches Jacki y yo nos amábamos en secreto… Ronroneando pegaba su cuerpo al mío… Sentía sus redondos y fascinantes muslos y el cosquilleo de su alborotado pelaje. Saboreaba las delicadas frutas que colgaban en sus pezones y luego, mientras ella lamía los dedos de mis pies, yo la penetraba sin tregua hasta terminar extenuado tendido largo a largo junto a ella (…) Una mañana Gabriela observó detenidamente a Jacki y luego me comentó: ‘Creo que está preñada’ (…) Finalmente llegó la hora de la verdad, como sentenciaba mi padre. Jacki parió una sola cría inerte con el rostro inconfundible de un ser humano. Sus ojos eran inmensos y redondos como dos platos de luz. ‘Esos son los ojos de la luna –pensé-, son los ojos relumbrantes de la luna despidiéndose de la vida’. Jacki me fulminó con los afilados cuchillos de su mirada”.

   En Un ángel en la puerta del infierno confluye el tema del choque cultural, de ese sentimiento de fragilidad cultural  del inmigrante  ante la fría y liberal cultura del mundo desarrollado, y, por otro lado, la forma, el remate audaz como se grafica la venganza de éste, del protagonista del relato, un inmigrante peruano, quien asesina a Bárbara, su amante alemana, que representaba esa cultura demoledora que tenía que sufrir diariamente. “Ella representaba esa cultura que enfrentaba a diario y estaba a punto de vencerme. Bárbara buscaba la comunión de la belleza física y la capacidad intelectual y esa búsqueda lo llevaba a ciertas libertades que yo no estaba dispuesto a tolerar…”

   Y el desenlace, el asesinato planeado -descuartiza a Bárbara y cocina y prepara platos peruanos con los órganos de ésta para sus invitados en la fiesta de su cumpleaños-, que para cualquier narrativa clásica hubiera constituido un relato de lo macabro, en la literatura de Walter Lingán, lúdica, vanguardista, se constituye más bien en una metáfora, en una recreación, aunque ciertamente significativa, de ese rechazo que guarda el inmigrante ante la inclemente  cultura del mundo desarrollado europeo.

   Los raptos de humor, sin embargo, como dijimos, ratifican el carácter lúdico de la literatura de Walter Lingán, antes que dramático o trágico. “Thomas, Manuel y Félix recibieron los primeros anticuchos  y a continuación me congratularon por lo riquísimos que estaban. ‘Los anticuchos preparados con el corazón de la mujer amada siempre son los más sabrosos’, les dije, y nos reímos…”  
   Finalizamos este repaso salteado comentando precisamente el relato que da nombre al libro, La ingeniosa muerte de Malena, quizás el más bello o uno de los más bellos (por la forma y la profundidad), un texto que representa en forma esencial sus temáticas recurrentes, la marginalidad, el erotismo, el amor. Pero también sintetiza en muy alto grado el estilo característico del autor: la tersura del lenguaje y la delicada valla que separa realismo y surrealismo, en el que se interfieren, cruzan y confunden.  Malena, una muchacha sordo-mudo-ciega que vive con su madre -a quienes el protagonista, un joven inmigrante peruano, visita frecuentemente- representa el súmmum de la marginalidad. “Para comunicarse con ella –dice el relator  protagonista- hay que tener mucha paciencia. El papel, la pluma, la escritura le son conceptos abstractos, no sirven de nada… Para “conversar” con Malena hay que recurrir al “lormen”. Y el lormen es un método para poder dialogar con los sordo-mudo-ciegos que lo inventó Gerónimo Lormen hace más de cien años atrás. Para describir una letra hay que golpear levemente o tocar una determinada parte de la palma de la mano”.  Y éste muestra una profunda identificación y solidaridad con Malena, “desde que conocí a Malena me encierro en mi habitación, me vendo los ojos y gozo penetrando en esa mansión oscura, en ese vacío insondable… Aún no llega a cumplir los veinte años pero toda su vida la lleva atada a una silla de ruedas…”. Y entonces pide permiso a la madre de ésta para sacarla a pasear, la lleva en su silla y entonces la observa y medita: “Ella nunca ha visto algo bonito ni ha expresado un deseo. Casi todo el tiempo la pasa en su habitación ordenando y desordenando cosas, quitando algo aquí y poniendo algo allá, hasta que su madre viene y la llevan a comer, a realizar algunas labores y pasear. Malena generalmente asiente con un afirmativo movimiento de cabeza (…) Cuando la veo mecerse horas y horas, adelante, atrás, adelante, atrás. Cuando parece gritar y desesperarse. Cuando se golpea la cabeza en el respaldar de la silla de ruedas. En todo eso me parece ver que el cuerpo de Malena se reduce a lo más interno de su ‘No Mundo’…” 

   La representación de la marginalidad extrema está personificada en Malena,  descritas hasta allí en un  realismo sutil, elaborado, pero sobrio y lozano,  el desenlace surrealista vendrá sorprendente pero significativo. Ya cuando el protagonista quiere, en una entrega efectiva de solidaridad -tras sacarla a pasear y tomar con ella “un refresco en el agradable Café-Bar-Compás donde sirven unos combinados estupendos”-  darle con ansia las mayores  satisfacciones a Malena, entre ellas, por qué no la del amor, en el que el protagonista complace su propia pasión,  entonces se va prefigurando la otra metáfora explotable en la imagen de Malena:  “Por eso hoy le tomé de las manos, la acaricié largo rato; le besé los labios, el rostro, mis manos se hundieron en toda su piel con el mensaje de mi mundo. El ardor de mis deseos  se prendió a las ramas secas que se acumulaban en el fondo de sus entrañas. Sus manos enternecidas se encendieron con la luz de una lámpara que crecía segundo a segundo. Todos mis lugares, mi norte y mi sur, mi oriente y occidente, fueron para ella descubrimientos dotados de aventuras impredecibles…”

   Y acaso Malena, reducida a sólo ese lado de las sensaciones táctiles, ¿no podía también representar el súmmum del sensualismo, del erotismo -esa otra obsesión temática del autor- en su estado más puro y abstracto? Si dentro del discurso realista, Malena es el súmmum de la marginalidad, en un estiramiento más simbólico, metafórico o de sugerencia abierta,  ¿por qué Malena no podía representar el sensualismo, el erotismo más radical y puro? 

   Esto parece estar corroborado en el final sorprendente, que orienta el mensaje del relato hacia otras aristas, abiertas, sugerentes:

   Silvia –la novia del protagonista, quien conoce a Malena por referencias de éste, y siente entre simpatía por ella y celos- lo acusa de haber asesinado a la muchacha y se burla de éste simulando ser Malena, “cansado de tanta jodedera de que ella es Malena, una noche la empujé por la ventana”.  Ya en el hospital psiquiátrico donde es recluido, el fantasma de Silvia lo sigue acosando, entonces  el protagonista le dice: “Todo he consentido, Silvia, pero no podía permitirte el lujo de suplantar a Malena… Malena fue mi creación perfecta, única…” Aclarada la cosa, Silvia se levanta y se va.  Malena, cuyo espectro, con su silla de ruedas, también lo visita, le dice que Silvia ya no va a regresar más, y ella misma desaparece para siempre volando por la ventana, “cantando feliz, como un jilguero que escapa de su jaula, de su prisión”.

    Así, puede perfectamente especularse que Malena siendo la abstracción sensualista, el lado exclusivamente erótico de la mujer, de Silvia, no podía ser una mujer real, “fue mi creación perfecta, única” había revelado el protagonista; Silvia al entenderlo, aplaca sus celos y deja de acosar a aquél. Pero desaparecida Silvia, Malena, ese lado erótico de Silvia, esa pura abstracción imaginada por su creador, queda liberada también y desaparece  definitivamente. Pero la desaparición de Malena tiene otra lectura, paralela, desde la primera parte racional y realista del relato: sólo la muerte libera a Malena de su prisión, de tan fatal y trágica limitación física que sufrió en vida.

   Walter Lingán, un escritor que no tiene, injustamente, el reconocimiento suficiente, hace realidad el valor de esta nueva literatura peruana, popular en su raíz -por su identidad nacional y por el origen social de sus creadores- pero ya universal por su elevación literaria y visión cultural, y por eso mismo, innovadora y épica. Literatura que cumple lo que quería José Carlos Mariátegui cuando hablaba que llegará el tiempo cuando los mismos habitantes de nuestro país profundo comiencen a crear sus propias expresiones artísticas, literarias, culturales, y, por tanto, estén  anunciando la hora de su liberación social.


                                                                                                               Lima, Enero del 2016

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