-Creo que debemos irnos –le digo a Alicia-, parece que los amigos se han ido ya y mis
primos no se levantarán hasta pasado el mediodía.
-Sí, pero voy contigo, me voy a tu casa –me
dice Alicia en forma resuelta mientras desarruga el abrigo que lleva puesto,
con el que ha pasado la noche.
No le logro entender.
-Fue lindo lo que pasó entre nosotros –me
aclara risueña-. Te he sentido mucho. Yo estoy segura que llenaré tu vida.
¿Lo que pasó? Sólo recuerdo el momento en
que mi primo me está acomodando en el sillón, “descansa aquí con tu amiga, el sillón es
amplio…”, hasta este momento en que he
despertado. He amanecido, como ella, con toda mi ropa puesta (saco sport y
pantalón). Sea como fuere esta chica no se puede adelantar demasiado. Ensayaré
una salida. Una respuesta contundente que suele ahuyentar a algunas, a otras al
contrario las hace más obsesivas.
-No puedes venir a mi casa Alicia, por si no
lo sabías soy un hombre casado, dos meses de casado para serte exacto.
Estaba distanciado en ese periodo de quien,
años después, efectivamente, sería mi compañera. Por eso invité a Alicia, una amiga de la
facultad de psicología que me caía bien. Antes le había dicho para conversar
–pensaba en la invitación- y por primera vez lo hicimos fuera de la Ciudad
Universitaria. Estábamos en los asientos de un parque y ella estuvo de acuerdo
con mi ruego a que me acompañara al matrimonio de mi primo. Me contestó que sí,
muy pícaramente, como si la invitación que le hacía fuera ya una declaratoria
de amor. De ahí en adelante, en la charla y el paseo que siguieron esa tarde,
la muchacha extraía un cigarrillo después de otro, fumaba compulsivamente. No
es que me sorprenda que fumara, lo que me sorprendía era el hecho de descubrir
que lo hiciera a ocultas de la gente. “No quiero que ni mi familia ni ningún
conocido se entere que fumo”, me había
respondido. “Sí, estoy seguro que ningún compañero del grupo siquiera lo
sospecha, pero, ¿por qué sí lo haces ante mí’?”, le había dicho yo. “Contigo ya es distinto”, me había contestado
sonriente y pegándose a mi hombro. Hasta me invitaba un cigarrillo cada vez que
ella quería fumarse el siguiente. Quizá sea por esa lamentable doblez que
comenzara a diluirse la imagen que me había hecho de ella. Y claro, también
cierta conducta posesiva que ya insinuaba.
-Huyamos, nos vamos a cualquier otra parte
–me contesta-. Tú me necesitas, lo sé, a
veces el hombre es muy infeliz en una clase de matrimonios, yo lo sospecho en
tu caso.
De manera que esta muchacha se las traía. Ya
sabía lo que yo necesitaba y también sabía la solución. Cómo salir de esto, me
preguntaba. No podía seguir ensayando respuestas tan inocuas y fácilmente franqueables para tan resoluta
mujer.
-¿Sabes? –le dije- nada de lo que te he
dicho es verdad. Te voy a ser sincero porque me has convencido que eres una
mujer de temple y serías excelente compañera y militante.
-¿Si? .me dice, mirándome por primera vez un
poco perpleja-. Dime.
-Pertenezco a una célula guevarista, aún
estamos en la etapa de confiscación a bancos, tú sabes, eso de apertrecharse de
recursos previos a la acción guerrillera propiamente. Hoy mismo, esta mañana,
tenemos una reunión, te pediría que me acompañaras. Hablaremos también de todo
lo nuestro. Pero lo que me alienta sobre todo, como lo entenderás, es que estoy
seguro que serías excelente compañera y excelente combatiente.
La muchacha me miró incrédula. Como yo la
miraba fija y seriamente, esperando una respuesta suya, sintió que no bromeaba.
Extrajo un cigarrillo de su bolso y se puso a fumar. Mientras exhalaba el segundo cigarrillo, dijo pausadamente:
-Acompáñame a tomar el taxi, voy a mi casa.
Respiré aliviado, sólo mi rostro quería
aparecer ensombrecido y triste.
Salimos hasta el paradero más próximo, ella
se despidió fríamente y abordó el taxi que la llevaría a su casa. Yo también
abordé mi taxi, no me iba a ningún asalto de banco, marché feliz hacia casa,
hacia mi viejo cuarto, hacia el incendiario mundo de mis libros y mis sueños.
Octubre, 2014
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