Por Ernesto More
(Conferencia pronunciada en las Universidades del Cuzco y Arequipa, el 15 y 29 de octubre de 1954, respectivamente)
(…)
Para Jean Cassou, el
poeta es el que logra la indivisibilidad
delo individuo. Para Jean Cocteau, el
poeta es el que hace día de su nombre. Para Rilke, según me parece recordar, es
el que vierte siempre las imágenes de su niñez. Estas tres definiciones del
poeta convienen con justeza admirable para definir lo que fue Vallejo como poeta.
En verdad, muy pocos como él, lograron, no solamente la integración del
individuo, sino la totalidad del Hombre. Recuédase aquel verso: “padre y
hombre, marido y hombre, ferroviario y hombre”. Para él no hay nada sin el
hombre. Y no sólo logra esa integración mediante sus poesías, sino mediante la
identificación de su vida con su poesía. El fuerte e irresistible encanto que
ejercía su persona sobre los que le acompañaban, queda explicado por el hecho
de que, viviendo simplemente, les hacía vivir
a todos la poesía. Sin necesidad
de hablar de poesía. Vallejo era un permanente
trovador de vivencias. No necesitaba de la lira ni del laud, ni del
canto para inspirar estados de alma. Su vida era poesía. Un vaso de vino, un
pedazo de pan, un parco resplandor en la
chimenea, un par de francos para tomar un aperitivo en la terraza de un café ,
un mínimo en la vida, el brote de los
árboles en la primavera de París, el aprestarse contra su zorrilla ( o sea su amiguita) en los boulevares, una bujía
enchufada en el gollete de una botella vacía y despidiendo una leve luz de los
ámbitos del inmenso atelier, el
recuerdo de ciertas escenas de sui niñez, de su madre, de sus hermanos, de sus
amigos lejanos, nada más que eso para que Vallejo supiera ambientar vitalmente
una sesión con sus amigos. Vallejo se daba íntegro en la conversación. Era
indígenamente parco en palabras, pero
andinamente expresivo en sus locuciones.
Le gustaba sintetizar y resumir y no era muy afecto a la discusión, sino al
cambio de ideas. Es curioso que nadie supiera insuflar en los demás tanta vida
como este hombre que convivía fraternalmente con la muerte. Después de estar
“con su muerte querida”, Vallejo volcaba su alegría en el corro de sus amigos.
Y la volcaba mortalmente, sin ahorrar un solo
hueso. Ahora bien, esos sus
coloquios con la muerte, con “su” muerte, ¿hacen de él un poeta místico,
cristiano, católico? ¿Es un místico Vallejo por haber sabido
concentrar en su poesía el dolor
humano? ¿Es místico, cristiano y católico, por haber frecuentemente en sus poemas las palabras dios, Cristo, Jesús, Jordán, Hostia, Epifanía, Cruz, madero, Nochebuena, Viernes Santo, Obispo, etc.? Para el crítico
Joisé María de Romaña Gracía, a Vallejo “se le impone su herencia
católica”. También apunta el mismo crítico como dato interesante que Vallejo era un espontáneo
lector del Antiguo Testamento y del Evangelio. Agrega que su regusto bíblico
llega hasta su técnica: dísticos, paralelismos, letanías, contrabalanceos.
Recuérdese La Rueda del Hambriento, Altura y Palos, Trapiés entre dos Estrellas,
Redoble Fúnebre a los escombros de Durango, Epístola a los Transeúntes, Salutación
Agélica, Nómina de Huesos. El
crítico apunta suave y tímidamente la religiosidad de Vallejo, aunque no se atreve a formular un
juicio definitivo. Todo esto no denota —añade— sin embargo, una gran formación
religiosa que se echará de menos en casi toda su obra. “Esta falta de formación
se traducirá en la falta de poética religiosa en muchos aspectos”… No se puede
negar que Vallejo, como
todos los que han sido educados desde
niños en el Perú, tiene en su poesía huellas profundas no sólo del léxico, sino de la fantasía
religiosa. No se puede negar que tiene un
patético acento isaíico y hasta apocalíptico. Sin embargo, está muy
lejos de ser un poeta místico. Primero, porque
ha aceptado el dolor no como pasaporte para el cielo, sino como medio para hacer resaltar en un
claroscuro formidable la precaria condición humana . Y luego, acepta el dolor,
porque es lo único que le queda en propiedad que no excita codicias ni se
basa la injusticia. Y se aferra a él con todas sus fuerzas,
revolucionariamente. Es un acaparador
del dolor. Si cabe algún deísmo en Vallejo, es a través del dolor.
Para Vallejo, sólo merece ser Dios el que ha sufrido, pero Dios no ha conocido
el sufrimiento.
Dios
mío, si tú hubieras sido hombre
Hoy
supieras ser Dios;
Pero
tú, que estuviste siempre bien,
No
sientes nada de tu creación.
Y
el hombre si te sufre: el Dios es él.
Fotografía del Blog: http://hablasonialuz.wordpress.com/
0 comentarios:
Publicar un comentario