Por: Tito Zegarra
Marín
Breve y singular nombre, Jerez, con el que se conoce a un
pequeño pueblo altoandino ubicado en el distrito Huasmín, provincia Celendín, otrora,
sede de la hacienda de ese nombre, una
de las más grandes e importantes de esta provincia. Pero, el término Jerez también alude a una floreciente
ciudad española y a la marca de reconocidos vinos, de allí procedentes.
Cuando los españoles
tomaron posesión del reino de los incas y se distribuyeron tierras que no les
pertenecieron, adjudicaron a uno de esos aventureros de apellido Jerez (de allí el nombre), esa
inmensa hacienda (encomienda en lo formal). Fuentes escritas, caso el Informe
de 1785, da cuenta que llegó a ser parte de la estancia de Yanayacu y, hacia 1814, en pleno coloniaje
todavía, formó parte de Sorochuco. Así mismo, y de acuerdo a la primitiva
demarcación eclesiástica de Cajamarca, dicha hacienda formaba parte
de la 14ª. Doctrina, dependiendo de Celendín que era cabeza de dicha
doctrina. En 1862, al pasar Celendín a la categoría de provincia, la ley
determinó que Jerez pertenecería a ella.
A comienzos del siglo
pasado, la mencionada hacienda aparece
como propiedad de Pedro de Orbegoso, quien la vende a Victorino Agusti y Carmen Cabada; estos
últimos, poco después, lo transfieren a sus progenitoras: hermanas Clara y
Amanda Agustí. Más adelante, un sector de esta extensa propiedad fue arrendado a Mario Miranda, que intentó sin éxito quedarse como dueño; otro sector, cae en manos de Víctor Rabanal, a
raíz de las nupcias que contrae con Clara Agusti, sus descendientes Guido y Juan Rabanal, continuaron
como propietarios hasta los años 70, en que
es afectada por la reforma agraria. Pero para ese entonces, ya había sufrido
algunas desmembraciones: las extensas pampas de Jadibamba llegaron a
manos de Juan Publisevich y de
comuneros de Chota y Bambamarca que ocuparon algunos lotes, respaldados por la
injerencia política.
Por su magnitud territorial
y algunos hechos de trascendencia histórica, la antigua hacienda Jerez requiere ser revalorada: destacar la
cría intensiva de ganado ovino, las toneladas de lana de oveja que se esquilaron,
el duro sistema de obrajes que como consecuencia se implantó y los pañetes de lana que de allí salieron para el vestuario del
ejército libertador. También, haber sido
el único lugar de la zona al que
llegaron esclavos de raza negra y donde se realizaron las primeras corridas de toros. En
la antigua capilla de la casa hacienda, aún permanece parte importante del
hermoso retablo de bronce fundido.
El Dr. Carlos Burga
Larrea y moradores antiguos de esta hacienda, caso del profesor Alamiro Vásquez Villanueva y
la familia Prado Quijano, informan que
la hacienda, siendo tan grande, limitó por el norte con Pallán y Chala; por el
oeste con Llaucán y Chanta; por el sur con Combayo y Sorochuco y por el este
con Namo y Sendamal: en varios de esos espacios se instauró el servicio del
yanaconaje, que perduró hasta mediados del siglo pasado. Formaron parte de dicha
comprensión, entre otros, las importantes lagunas Azul,
Namococha y Cortada, y los ríos Jadibamba, Sendamal y Quengorío; tan igual, como dos recursos
hídricos privilegiados: las encantadoras cataratas El Cornelio surtidas por aguas del Jadibamba y las
termales de La Viña, a orillas del río Sendamal.
Actualmente, Jerez, ocupa
una fresca planicie andina. Vive de la agricultura, ganadería y de la pluriactividad de sus
pobladores. Cuenta con casi todos los servicios básicos y da señales de ser un
pueblo que brega por su crecimiento, con ganas de convertirse en distrito.
Allí, aún hay gotas de sangre de los Agusti (caso del actual alcalde José Marín
Agusti), también de la familia Prado,
cuyas raíces van ligadas a la administración de esa gran hacienda. La historia
de Celendín se nutre, en mucho, de ella y
su pasado.
(*) Artìculo publicado el martes 17 de diciembre en Panorama Cajamarquino.
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