Por: Enrique Ubieta Gomez
Brasil arde, dicen con fruición los noticieros burgueses.
Nada más conveniente para el imperialismo estadounidense, para la derecha
continental y para la brasileña. Pero es peligroso e inoperante que nos
quedemos varados en esa certeza, absolutamente cierta, que nada explica. A
diferencia de lo sucedido en Chile, donde los carabineros salen a reprimir a
los estudiantes, en Brasil la presidenta les ha dado el derecho, y la razón.
Hay algo perverso en el regodeo mediático con que se asume la noticia. Pero el origen
de esas protestas, paradójicamente, es el modelo capitalista. O la
invisibilidad, la indefinición de un horizonte alternativo.
Los ideólogos de la derecha están detrás de la barrera, pero
su función no es explicar, sino abrir zanjas para, donde aparezca, desviar el
torrente humano de vuelta a casa. A la casa del modelo en crisis. Se habla de
la crisis mundial de los partidos políticos históricos, entre los que aparece
el comunista, a pesar de que su existencia en el sistema que ahora se hunde es
casi fantasmal –en parte, el precio de su derrota en el siglo XX, y de su
pérdida de caminos y sus incongruencias vergonzantes en el XXI–, y la
socialdemocracia, que dejó de ser la “alternativa” sistémica que se oponía al
comunismo, para ser la variante populista del neoliberalismo; y no de la crisis
del multipartidismo burgués, de una democracia “representativa” que no
representa más que a un selecto grupo de privilegiados.
Claro que hay muchos indignados en el mundo. La preocupación
de la derecha se presenta como una constatación: “los indignados no buscan un
orden social superior”, “no quieren destruir el orden injusto”, “no enarbolan
una doctrina, o una guía para el pensamiento o un método para la acción”, “no
se afilian a una ideología”. Simplemente están hartos, y no creen. Así describe
Fernando Mires, ideólogo de la derecha, el best seller de Sthefane Hessel con
que el mercado, una vez más, proveyó a quienes luchaban contra sus dictados. Y
sí, en parte tiene razón: desde hace algunos años han salido todos a la calle,
muchos por primera vez, gente descreída y harta, que no comparte los problemas,
sino la ira. Pero la constatación es un exorcismo. La derecha necesita
exorcizar la predecible radicalización del movimiento. Y los intelectuales
progres, tan abundantes, se atacan de los nervios cuando el sistema anuncia el
instante fundacional de algo nuevo. ¿Será que no son lo suficientemente inteligentes
o profundos para verlo?, ¿cómo afrontarían la vergüenza de haber vivido la
época del gran nacimiento sin percibirlo? Creen que ser de izquierda es una
opción teórica y no una toma de posición ética, a favor de la justicia. Desde
Chile, el país de origen de Mires, que vive en Alemania, la joven Camila
Vallejo, una de las líderes más reconocidas de las protestas estudiantiles,
toma distancia de la interpretación burguesa de “los indignados”. Porque sí, en
América Latina, la izquierda –no la de gabinete–, ha abierto caminos. El modelo
multipartidista burgués –que en su cabal funcionamiento no deja la menor brecha
para el triunfo de una opción anti-modelo–, quebró en países como Venezuela o
Bolivia, en el instante en que aparecían líderes carismáticos y, algo raro,
consecuentes. Líderes populares, como Chávez o Evo. Los proyectos burgueses
nacionales de Argentina y de Brasil se reconstruyeron frente a la hegemonía
imperialista, y desacatan las órdenes que emanan de la primera línea del Poder
real.
La situación llega al absurdo. La crisis económica del
capitalismo usufructúa su propia crisis cultural, ante la ausencia o la
indefinición de un proyecto cultural alternativo. Allí donde le conviene, el
imperialismo atiza las contradicciones que él mismo engendra. La cultura del
tener, la del capitalismo, se hunde, pero los ciudadanos reclaman “el tener”
prometido. El mundo simbólico del capitalismo se resquebraja y los indignados,
supuestamente, reclaman que esos símbolos dejen de ser una ficción, quieren su
cuota prometida de capital, quieren un capitalismo en el que las palabras y los
hechos coincidan: que la democracia representativa sea realmente
representativa, que la libertad de información y de palabra sean realmente
plenas y compartidas por todos, que todos puedan ser ricos, y viajar y tener.
Si no existe un modelo alternativo, el pobre que ahora tiene algo, querrá tener
más, y el que ya tiene más, ser rico. Si la cultura sigue siendo la misma, si
los problemas sociales se atenúan desde el asistencialismo burgués, y los
medios convierten en héroes a los mega ricos, a los que tienen, y no a los que
son, a los que más consumen y no a los que aportan más, entonces el horizonte
personal de cada ciudadano será tener más.
Todos los analistas burgueses repiten una y otra vez que los actuales
movimientos sociales nada tienen que ver con los del 68 del pasado siglo, es un
exorcismo rutinario: “¿Quieren lo imposible? No. Al revés de los movimientos
del 68, que querían cambiar el mundo, los brasileños insatisfechos con lo ya
alcanzado quieren que los servicios públicos sean como los del primer mundo.
Quieren un Brasil mejor. Nada más”. Esto lo dice un periodista español en El
País, pero ¿de qué primer mundo habla?, ¿los brasileños querrán ser como los
españoles, que ahora emigran hacia América Latina? Ese mismo autor, entre
muchos “ellos quieren” acertados, desliza un extraño querer: “quieren una
universidad no politizada, ideologizada o burocrática. La quieren moderna,
viva, que les prepare para el trabajo futuro”. Tampoco yo la quiero
burocratizada, pero ¿desideologizada?
El problema es que casi todas las demandas de los brasileños
son justas. Lo sabe Dilma, lo sabe Lula, lo sabe el PT. El problema mayor es
que las consignas del imaginario simbólico capitalista, desde hace mucho tiempo
–siglos incluso–, son irrealizables dentro de ese sistema. Son tan
irrealizables como la vieja equivalencia del dólar y el oro. Desideologizar las
protestas y reciclarlas dentro del sistema, es la primera alternativa de la
derecha; porque la izquierda, ciertamente, va en apariencia por lo poco: la
imprescindible gobernabilidad para la disminución de la pobreza, el
enfrentamiento directo al imperialismo estadounidense y la construcción de la
unidad latinoamericana en un bloque de economías complementarias, lo que no es
poco, porque es el principio del todo.
Envalentonado con la muerte de Chávez y la colaboración de
las fuerzas de derecha en cada país (y a veces, también, con la colaboración de
la extrema izquierda), el imperialismo proyecta la desestabilización del bloque
de las izquierdas y los nacionalismos en su traspatio. A pesar de ello, o por
ello, es urgente que metamos la cabeza bajo el agua, y buceemos en nuestros
anhelos más profundos. Si no hay una propuesta cultural alternativa, si no
superamos las buenas intenciones del asistencialismo y del desarrollismo
burgués, la gente volverá a la calle. Volver a ideologizar las protestas y
conducirlas hacia la victoria del fascismo, es la segunda alternativa por la
que optaría el imperialismo. La izquierda latinoamericana ha abierto caminos en
un mundo donde casi nadie los encuentra. Ahora será imprescindible abrir
horizontes.
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