Por Enrique Chávez
Debo confesarlo: cuando leo a Manuel Sánchez Aliaga, “Mime”, me entran irresistibles ganas de encender un cigarrillo y compartirlo con él en cualquier esquina de las calles celendinas.
Mi amistad con este ilustre escritor celendino, la heredé de mi padre, cuando yo era apenas un niño. Recuerdo que a veces – junto a mi hermano – huíamos de él, que de lejos nos gritaba “¡Faisánidos!”, apelativo que no nos gustaba, quizá porque desconocíamos que era más bien un elogio: hacía alusión al faisán y su elegancia.
Los años pasaron sin que a veces lo sintiera el tiempo, y, lejos de huirle, andaba buscando un casual encuentro con él.
El profesor “Mime”, como cariñosamente lo llamamos, nunca andaba solo. Tenía dos fieles compañeros: un cigarrillo agonizante y Pipo, su entrañable mascota, que murió hace poco más de dos años, sin que tampoco lo supiera el tiempo.
Pero abandonando lo anecdótico y personal, he decido escribir esta columna dedicada al profesor Manuel Sánchez Aliaga, porque valoro su poesía, casi con igual intensidad con la que valoro su amistad y su calidad humana; porque la sensibilidad humanista y la belleza literaria que pueblan sus versos cautivan incluso al espíritu más indolente; porque esa destreza de amalgamar la filosofía y la literatura que lo caracteriza merece mil y un reconocimientos. ¿Cómo no brindarle el nuestro, por insuficiente que sea?
Luzmán Salas, renombrado crítico, al referirse a Manuel Sánchez Aliaga y su poesía ha dicho: “sin duda estamos ante un poeta esperanzado, sideral, mítico y onírico. Son visibles los ingredientes románticos de su poesía: confesión amorosa, ausencia, lejanía, tristeza, esperanza, dolor, reencuentro, soledad, nostalgia, orfandad, despedida y añoranza”.
Y en efecto, ¿quién no ha sentido alguna vez que “se acurruca el espíritu en elocuente tristeza”? Cómo no temblar y entrar en inefable éxtasis al leer sus versos, que denotan fielmente la condición del hombre y la sensibilidad del poeta ante este drama humano que, dado el camino que recorre el mundo, sólo en los versos nacidos de un alma llena de esperanza, parece encontrar un final feliz.
Para usted, amable y ocasional lector, dejo estos versos de Manuel Sánchez, “Mime”, pertenecientes al poema llamado “Imploración”, de su poemario “Resplandores en la Bruma”:
Hace frio / en el corazón del pobre / esta tarde. / Hace años / que esta tarde / no se mueve de este cielo./ ¡Hace tanta tarde / y tanto frío! / Por casualidad / ¿no habéis encontrado / un cincel para modelar / un nuevo astro/de otros cielos / de otras tardes / de otros aires/calientitos?
Para usted, profesor, esta modesta columna, reconocimiento por demás insuficiente de este asiduo lector vuestro.
Pero abandonando lo anecdótico y personal, he decido escribir esta columna dedicada al profesor Manuel Sánchez Aliaga, porque valoro su poesía, casi con igual intensidad con la que valoro su amistad y su calidad humana; porque la sensibilidad humanista y la belleza literaria que pueblan sus versos cautivan incluso al espíritu más indolente; porque esa destreza de amalgamar la filosofía y la literatura que lo caracteriza merece mil y un reconocimientos. ¿Cómo no brindarle el nuestro, por insuficiente que sea?
Luzmán Salas, renombrado crítico, al referirse a Manuel Sánchez Aliaga y su poesía ha dicho: “sin duda estamos ante un poeta esperanzado, sideral, mítico y onírico. Son visibles los ingredientes románticos de su poesía: confesión amorosa, ausencia, lejanía, tristeza, esperanza, dolor, reencuentro, soledad, nostalgia, orfandad, despedida y añoranza”.
Y en efecto, ¿quién no ha sentido alguna vez que “se acurruca el espíritu en elocuente tristeza”? Cómo no temblar y entrar en inefable éxtasis al leer sus versos, que denotan fielmente la condición del hombre y la sensibilidad del poeta ante este drama humano que, dado el camino que recorre el mundo, sólo en los versos nacidos de un alma llena de esperanza, parece encontrar un final feliz.
Para usted, amable y ocasional lector, dejo estos versos de Manuel Sánchez, “Mime”, pertenecientes al poema llamado “Imploración”, de su poemario “Resplandores en la Bruma”:
Hace frio / en el corazón del pobre / esta tarde. / Hace años / que esta tarde / no se mueve de este cielo./ ¡Hace tanta tarde / y tanto frío! / Por casualidad / ¿no habéis encontrado / un cincel para modelar / un nuevo astro/de otros cielos / de otras tardes / de otros aires/calientitos?
Para usted, profesor, esta modesta columna, reconocimiento por demás insuficiente de este asiduo lector vuestro.
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