Por Elder Cortéz Oq'as
El labrador, luego de desayunar y acondicionar sus alforjas, partió con su zapapico al hombro. Debía llegar a su parcela llamada “Monte malo”. Berta, desde la esquina de su casa, quiso despedir con venias a su marido; pero al verlo que iba por otra dirección, le dijo:
— ¡Darío! ¿Por ónde te vas?
—Voy por éste lao, hasta la parcela “Los Chuyos”, a poner un mancshache (1). Los pishgos (2) lo acaban a la cebada que yastá madurando. De allí pasaré a piquear en la del “Monte malo” —contestó Darío, indicando con gestos, que rodearía al cerro “Poyo bajo” hasta la dirección norte, y de allí enfilaría hacia el cerro “Los Chuyos”, y parcela del mismo nombre.
—Luego quel Fidel sale de la escuela a almorzar, lo mandas pallá mesmo, a dale agua y pasto a la vaquita. —agregó en seguida.
—Bueno. Lo mandaré apenas almuerce y luego que vuelve, iré llevándote tu almuerzo —dijo Berta. Darío asintió y reanudó su marcha.
El campesino llegó a “Los Chuyos” e hizo lo siguiente para confeccionar el mancshache: Habilitó un horcón de aliso, cuyos brazos invertidos serían sus piernas, y un madero horizontalmente acoplado aparentaría ser sus brazos extendidos. De las alforjas sacó las ropas viejas y zurcidas, calzó en los brazos del horcón el pantalón azulino y las botas de jebe; y en el travesaño amarrado al tronco, puso la camisa roja y el saco celeste. Las mangas del saco quedaron largas, más aún, con los guantes acoplados en su terminal, pero así parecía realmente un espantapájaros. En el otro extremo del horcón, retiró parte de la corteza y con un carbón dibujó allí un rostro: puso patillas, ojos, cejas, nariz, bigotes y boca. Finalmente le colocó el potocho (3), envolviendo su copa con un bejuco; así, el sombrero viejo quedó encintado y bien fijado al tronco.
Seguidamente izó al mancshache sobre una collona (4), cerca al bosque de arbustos, donde solían sombrear los pájaros para atacar desde allí al sembrío.
Darío quedó observando a su creación. Una fuerte carcajada se le escapó, imaginando la figura similar que habrá proyectado él, cuando aún usaba ésas ropas. Le satisfizo ver que cuando el viento agitaba las mangas sueltas del saco, parecía que el mancshache gesticulaba echando a los pájaros del área.
Culminada su primera tarea, recorrió las laderas del cerro “La Púcara" en dirección oeste, llegando al “Monte malo”. Allí completaría su jornada del día, continuando la preparación de la chacra para sembrar las papas.
Al medio día, Fidel salió de la escuela, almorzó escuchando la orden de su madre, y luego partió a toda prisa para cumplirla. Rodeó al “poyo bajo”, cruzó la planicie “Agujeros verdes”, y subió la cuesta hacia “Los Chuyos”. Desde el segundo recodo del camino ascendente, se veía ya, parte del sembrío de cebada, con su color amarillento verdoso, ondeando bajo el agitado viento. Aspirando aire, miró pendiente arriba y, aún lejos, creyó ver a su padre erguido sobre una roca grande, al pie del cebadal. Lo percibió agitando las manos, “haciéndole señas para indicarle que no avanzara más, y más bien que se regresara”.
Fidel, respetuoso y obediente, volvió sobre sus pasos. El día se opacaba, nubes oscuras revoloteaban cubriendo el azul escaso del cielo. Varias golondrinas volaban velozmente hacia el este. Una copiosa y ruidosa lluvia se descolgó del cerro Yanahuma. Pese a su corta edad, sabía que cuando el ambiente se ponía así, la lluvia llegaría muy pronto a su comunidad. Y, como él estaba sin su poncho, aceleró el paso.
Berta se sorprendió por el pronto regreso de su hijo. El niño captó sus gestos, y de inmediato explicó:
—Mi papá está en “Los Chuyos”, seguro él dará agua y pasto a la vaca, porque mirando la lluvia, me hizo señas para que me regrese a la casa —dijo, sofocado.
—Siendo así hijito, tamién yo evito caminata y mojada. Dejuro (5) tu papá no puede trabajar con esta lluvia. Viene a almorzar pacá, voy a esperalo. Anda ya vos a tu escuela —dijo Berta.
La lluvia arreció, tomando rápidamente características de tormenta. Parecía que las nubes, oscuras y pesadas, se abrían dejando caer chorros de agua sobre los accidentes geográficos más altos del distrito El Huauco. Los rayos centelleantes se desprendían del cielo como hilachas de fuego para castigar la tierra. De inmediato, la andanada de truenos parecía dinamitar los cerros para volarlos en pedazos. Los más castigados parecían ser “La Púcara” y “Los Chuyos”, que adicionalmente recibieron el repiqueteo de una granizada, que en pocos minutos cubrió de hielo albo sus laderas y hondonadas. El fenómeno climatológico, cubrió rápidamente a los caseríos Cajén y Calconga; asimismo a parajes, como: La Artesa, Shinshilpunta, Vigasmayo, Santa Rosa, La Quinuilla y Tincat; hasta remontar al cerro Wirawira.
Darío se guarecía de la tormenta al interior de su choza del “Monte malo”. Sentado sobre un tronco de quishuar (6), chacchaba su coca. Con los antebrazos sobre sus rodillas, chufraneaba (7) al checo para alimentar al bolo de coca con el alambre cubierto de cal. Pero, luego que cesaron los rayos y truenos, la coca le sabía muy rara en la boca. El bolo, húmedo y verdoso, que usualmente se endurecía, le adormecía la cara y le calentaba todo el cuerpo; ésta vez, se deshacía en su saliva y amargaba peor que sumo de achicoria. Por la escorrentía, y demás efectos de la tormenta, vistos en caminos, pampas y cerros vecinos, Darío imaginaba, y la coca le confirmaba, que había daños en “Los Chuyos”; además, desde dónde estaba, escuchó claramente la contundencia de la tormenta por ésa zona. “La coca habla, avisa, la coca no engaña”, pensó. El hambre, de modo inusual, también lo inquietó. “Hasta el hambre me está tapiando”, se dijo. Supuso que debido a la tormenta, su mujer no pudo llevarle el almuerzo prometido. Estimó que era hora de cerrar jornada, y tomando el mismo camino de la mañana, emprendió regreso. Pronto, estaría de nuevo en “Los Chuyos”, había poco más de un kilómetro entre ambas parcelas. Al llegar, sintió desvanecerse terriblemente, viendo el cuadro realmente dramático: en una chacra, las plantas de ocas y ollucos yacían con tallos y hojas triturados en el suelo; entre los surcos blanqueaba el granizo almacenado. En la otra, se observaba al extenso cebadal, con tallos quebrados o doblados y espigas desgranadas. Millares de granos verdosos y amarillentos, estaban en el suelo, amontonados y mezclados con las esferillas albas del granizal. En otras zonas, tallos y espigas se habían tendido en masa, apelmazándose contra el suelo, como grandes camas de animales. Sufrió más, al encontrar en el área de pastizales, a su vaca y pequeña cría, tumbadas y sin vida, una muy cerca de la otra. Era obvio que, cuando allí llegó la muerte, la cría estaba arrimada a su madre. El cuerpo de ambas reses mostraba surcos irregulares de sangrantes quemaduras. El suelo también había sido revuelto alrededor de los cadáveres. El ambiente olía intensamente a pelos quemados. Era evidente que un rayo las había fulminado.
Así, el fruto del trabajo sacrificado de la familia de Darío, se malogró en un instante. Él sintió a las pérdidas como el más duro y doloroso castigo que recibía en su vida; pensó que de la pobreza, pasaría a la miseria total.
Tratando de consolarse, solo atinó a recordar algunos dichos de sus ancestros, que ante tales desgracias, invitaban a la resignación: “Él amito sabe por qué nos castiga, asíes su voluntá”, “Dios quita, pero luego devuelve”, “Los pobres sufrimos, pero somos bienaventuraos”.
Darío descendió hacia la cima del “Poyo bajo”, visualizó su casa en la lejanía, y a todo pulmón, llamó a Berta. Luego que la escuchó, le ordenó llevar una acémila, más lo necesario para rescatar la carne de las reses. Mientras, inspeccionó sembríos en parcelas vecinas, comprobando que también tenían daños considerables, pero no como la de él. Cuando el día ya se extinguía, llegó de nuevo a su propiedad. En la tranca de ingreso recibió a su esposa, su hijo y dos familiares que fueron para ayudar. Berta y Fidel, lloraron conmovedoramente, al enterarse de lo sucedido.
Berta, aún llorosa, explicó a su marido, que no fue por miedo a la tormenta que no llevó su almuerzo; que fue porque Fidel creyó haberlo visto a él, parado sobre la roca grande, en la parte baja del cebadal, ordenándole que regresara a casa, y que justamente eso hizo el niño. “Creí que vos tamién ya llegarías por su tras”, agregó. Solo entonces, Darío centró su atención en el espantapájaros, y comprobó asombrado y perplejo, que no estaba dónde él lo dejó. Fue hacia una loma y desde allí lo vio parado, justo en el lugar que su mujer mencionaba. Inspeccionó el lugar dónde él lo instaló, y comprobó que allí estaban aún las astillas y otras evidencias de su trabajo de la mañana. Todos comprobaron que solo desde ésa roca grande, dónde estaba el mancshache, la visibilidad hacia los primeros recodos del camino de acceso a la parcela, era inmejorable. Esto los convenció de que Fidel no mintió al contar lo que vio.
Todos coincidieron en que: de haber llegado Fidel, hacia dónde estaba la vaca y su cría, para cumplir lo encomendado por sus padres, habría muerto también fulminado por el rayo. Además, que el misterioso desplazamiento del mancshache, de un lugar a otro, fue providencial, un milagro que salvó a Fidel.
Tener a su hijo a su lado, vivo y no muerto, fue el más valioso de los consuelos para Berta y Darío, en ese momento angustioso.
Tiempo después, el mancshache renunció a espantar pájaros. Las aves silvestres se le posaban por doquier. Probando su inacción, hasta una pareja de rocoteros anidó en restos del raído saco. El mancshache había muerto definitivamente. Darío recogió sus restos, la cruceta de maderos, que pese a la intemperie, se conservó bien. Berta lo instaló en un lugar especial de su casa. La familia le rezaba diariamente, agradecida por el milagro y solicitándole ayuda para superar las dificultades. En pocos años prosperó, se compró una casa en Cajamarca y se mudó a vivir allí.
La comunidad, animosa, adoptó a la cruz y le construyó su capilla. La gente recuperó la fe; que casi en todos los sentidos, la había perdido por continuas decepciones y frustraciones.
Cada mes de mayo, en que se celebra la “fiesta de las cruces”, hay procesión para la del pueblo. Los cristianos continúan cargando a su enjoyada y pesada cruz.
Glosario:
(1)Manchache: Espantapájaros.
(2)Pisshgo: Pájaros.
(3)Potocho: Sombrero viejo.
(4)Collona: Aglomeración artificial de piedras.
(5)Dejuro: Seguramente.
(6)Quishuar: Especie de árbol (Está en inminente peligro de extinción)
(7)chufranear: Acción de meter y sacar un alambre (chufrán) al interior del checo.
— ¡Darío! ¿Por ónde te vas?
—Voy por éste lao, hasta la parcela “Los Chuyos”, a poner un mancshache (1). Los pishgos (2) lo acaban a la cebada que yastá madurando. De allí pasaré a piquear en la del “Monte malo” —contestó Darío, indicando con gestos, que rodearía al cerro “Poyo bajo” hasta la dirección norte, y de allí enfilaría hacia el cerro “Los Chuyos”, y parcela del mismo nombre.
—Luego quel Fidel sale de la escuela a almorzar, lo mandas pallá mesmo, a dale agua y pasto a la vaquita. —agregó en seguida.
—Bueno. Lo mandaré apenas almuerce y luego que vuelve, iré llevándote tu almuerzo —dijo Berta. Darío asintió y reanudó su marcha.
El campesino llegó a “Los Chuyos” e hizo lo siguiente para confeccionar el mancshache: Habilitó un horcón de aliso, cuyos brazos invertidos serían sus piernas, y un madero horizontalmente acoplado aparentaría ser sus brazos extendidos. De las alforjas sacó las ropas viejas y zurcidas, calzó en los brazos del horcón el pantalón azulino y las botas de jebe; y en el travesaño amarrado al tronco, puso la camisa roja y el saco celeste. Las mangas del saco quedaron largas, más aún, con los guantes acoplados en su terminal, pero así parecía realmente un espantapájaros. En el otro extremo del horcón, retiró parte de la corteza y con un carbón dibujó allí un rostro: puso patillas, ojos, cejas, nariz, bigotes y boca. Finalmente le colocó el potocho (3), envolviendo su copa con un bejuco; así, el sombrero viejo quedó encintado y bien fijado al tronco.
Seguidamente izó al mancshache sobre una collona (4), cerca al bosque de arbustos, donde solían sombrear los pájaros para atacar desde allí al sembrío.
Darío quedó observando a su creación. Una fuerte carcajada se le escapó, imaginando la figura similar que habrá proyectado él, cuando aún usaba ésas ropas. Le satisfizo ver que cuando el viento agitaba las mangas sueltas del saco, parecía que el mancshache gesticulaba echando a los pájaros del área.
Culminada su primera tarea, recorrió las laderas del cerro “La Púcara" en dirección oeste, llegando al “Monte malo”. Allí completaría su jornada del día, continuando la preparación de la chacra para sembrar las papas.
Al medio día, Fidel salió de la escuela, almorzó escuchando la orden de su madre, y luego partió a toda prisa para cumplirla. Rodeó al “poyo bajo”, cruzó la planicie “Agujeros verdes”, y subió la cuesta hacia “Los Chuyos”. Desde el segundo recodo del camino ascendente, se veía ya, parte del sembrío de cebada, con su color amarillento verdoso, ondeando bajo el agitado viento. Aspirando aire, miró pendiente arriba y, aún lejos, creyó ver a su padre erguido sobre una roca grande, al pie del cebadal. Lo percibió agitando las manos, “haciéndole señas para indicarle que no avanzara más, y más bien que se regresara”.
Fidel, respetuoso y obediente, volvió sobre sus pasos. El día se opacaba, nubes oscuras revoloteaban cubriendo el azul escaso del cielo. Varias golondrinas volaban velozmente hacia el este. Una copiosa y ruidosa lluvia se descolgó del cerro Yanahuma. Pese a su corta edad, sabía que cuando el ambiente se ponía así, la lluvia llegaría muy pronto a su comunidad. Y, como él estaba sin su poncho, aceleró el paso.
Berta se sorprendió por el pronto regreso de su hijo. El niño captó sus gestos, y de inmediato explicó:
—Mi papá está en “Los Chuyos”, seguro él dará agua y pasto a la vaca, porque mirando la lluvia, me hizo señas para que me regrese a la casa —dijo, sofocado.
—Siendo así hijito, tamién yo evito caminata y mojada. Dejuro (5) tu papá no puede trabajar con esta lluvia. Viene a almorzar pacá, voy a esperalo. Anda ya vos a tu escuela —dijo Berta.
La lluvia arreció, tomando rápidamente características de tormenta. Parecía que las nubes, oscuras y pesadas, se abrían dejando caer chorros de agua sobre los accidentes geográficos más altos del distrito El Huauco. Los rayos centelleantes se desprendían del cielo como hilachas de fuego para castigar la tierra. De inmediato, la andanada de truenos parecía dinamitar los cerros para volarlos en pedazos. Los más castigados parecían ser “La Púcara” y “Los Chuyos”, que adicionalmente recibieron el repiqueteo de una granizada, que en pocos minutos cubrió de hielo albo sus laderas y hondonadas. El fenómeno climatológico, cubrió rápidamente a los caseríos Cajén y Calconga; asimismo a parajes, como: La Artesa, Shinshilpunta, Vigasmayo, Santa Rosa, La Quinuilla y Tincat; hasta remontar al cerro Wirawira.
Darío se guarecía de la tormenta al interior de su choza del “Monte malo”. Sentado sobre un tronco de quishuar (6), chacchaba su coca. Con los antebrazos sobre sus rodillas, chufraneaba (7) al checo para alimentar al bolo de coca con el alambre cubierto de cal. Pero, luego que cesaron los rayos y truenos, la coca le sabía muy rara en la boca. El bolo, húmedo y verdoso, que usualmente se endurecía, le adormecía la cara y le calentaba todo el cuerpo; ésta vez, se deshacía en su saliva y amargaba peor que sumo de achicoria. Por la escorrentía, y demás efectos de la tormenta, vistos en caminos, pampas y cerros vecinos, Darío imaginaba, y la coca le confirmaba, que había daños en “Los Chuyos”; además, desde dónde estaba, escuchó claramente la contundencia de la tormenta por ésa zona. “La coca habla, avisa, la coca no engaña”, pensó. El hambre, de modo inusual, también lo inquietó. “Hasta el hambre me está tapiando”, se dijo. Supuso que debido a la tormenta, su mujer no pudo llevarle el almuerzo prometido. Estimó que era hora de cerrar jornada, y tomando el mismo camino de la mañana, emprendió regreso. Pronto, estaría de nuevo en “Los Chuyos”, había poco más de un kilómetro entre ambas parcelas. Al llegar, sintió desvanecerse terriblemente, viendo el cuadro realmente dramático: en una chacra, las plantas de ocas y ollucos yacían con tallos y hojas triturados en el suelo; entre los surcos blanqueaba el granizo almacenado. En la otra, se observaba al extenso cebadal, con tallos quebrados o doblados y espigas desgranadas. Millares de granos verdosos y amarillentos, estaban en el suelo, amontonados y mezclados con las esferillas albas del granizal. En otras zonas, tallos y espigas se habían tendido en masa, apelmazándose contra el suelo, como grandes camas de animales. Sufrió más, al encontrar en el área de pastizales, a su vaca y pequeña cría, tumbadas y sin vida, una muy cerca de la otra. Era obvio que, cuando allí llegó la muerte, la cría estaba arrimada a su madre. El cuerpo de ambas reses mostraba surcos irregulares de sangrantes quemaduras. El suelo también había sido revuelto alrededor de los cadáveres. El ambiente olía intensamente a pelos quemados. Era evidente que un rayo las había fulminado.
Así, el fruto del trabajo sacrificado de la familia de Darío, se malogró en un instante. Él sintió a las pérdidas como el más duro y doloroso castigo que recibía en su vida; pensó que de la pobreza, pasaría a la miseria total.
Tratando de consolarse, solo atinó a recordar algunos dichos de sus ancestros, que ante tales desgracias, invitaban a la resignación: “Él amito sabe por qué nos castiga, asíes su voluntá”, “Dios quita, pero luego devuelve”, “Los pobres sufrimos, pero somos bienaventuraos”.
Darío descendió hacia la cima del “Poyo bajo”, visualizó su casa en la lejanía, y a todo pulmón, llamó a Berta. Luego que la escuchó, le ordenó llevar una acémila, más lo necesario para rescatar la carne de las reses. Mientras, inspeccionó sembríos en parcelas vecinas, comprobando que también tenían daños considerables, pero no como la de él. Cuando el día ya se extinguía, llegó de nuevo a su propiedad. En la tranca de ingreso recibió a su esposa, su hijo y dos familiares que fueron para ayudar. Berta y Fidel, lloraron conmovedoramente, al enterarse de lo sucedido.
Berta, aún llorosa, explicó a su marido, que no fue por miedo a la tormenta que no llevó su almuerzo; que fue porque Fidel creyó haberlo visto a él, parado sobre la roca grande, en la parte baja del cebadal, ordenándole que regresara a casa, y que justamente eso hizo el niño. “Creí que vos tamién ya llegarías por su tras”, agregó. Solo entonces, Darío centró su atención en el espantapájaros, y comprobó asombrado y perplejo, que no estaba dónde él lo dejó. Fue hacia una loma y desde allí lo vio parado, justo en el lugar que su mujer mencionaba. Inspeccionó el lugar dónde él lo instaló, y comprobó que allí estaban aún las astillas y otras evidencias de su trabajo de la mañana. Todos comprobaron que solo desde ésa roca grande, dónde estaba el mancshache, la visibilidad hacia los primeros recodos del camino de acceso a la parcela, era inmejorable. Esto los convenció de que Fidel no mintió al contar lo que vio.
Todos coincidieron en que: de haber llegado Fidel, hacia dónde estaba la vaca y su cría, para cumplir lo encomendado por sus padres, habría muerto también fulminado por el rayo. Además, que el misterioso desplazamiento del mancshache, de un lugar a otro, fue providencial, un milagro que salvó a Fidel.
Tener a su hijo a su lado, vivo y no muerto, fue el más valioso de los consuelos para Berta y Darío, en ese momento angustioso.
Tiempo después, el mancshache renunció a espantar pájaros. Las aves silvestres se le posaban por doquier. Probando su inacción, hasta una pareja de rocoteros anidó en restos del raído saco. El mancshache había muerto definitivamente. Darío recogió sus restos, la cruceta de maderos, que pese a la intemperie, se conservó bien. Berta lo instaló en un lugar especial de su casa. La familia le rezaba diariamente, agradecida por el milagro y solicitándole ayuda para superar las dificultades. En pocos años prosperó, se compró una casa en Cajamarca y se mudó a vivir allí.
La comunidad, animosa, adoptó a la cruz y le construyó su capilla. La gente recuperó la fe; que casi en todos los sentidos, la había perdido por continuas decepciones y frustraciones.
Cada mes de mayo, en que se celebra la “fiesta de las cruces”, hay procesión para la del pueblo. Los cristianos continúan cargando a su enjoyada y pesada cruz.
Glosario:
(1)Manchache: Espantapájaros.
(2)Pisshgo: Pájaros.
(3)Potocho: Sombrero viejo.
(4)Collona: Aglomeración artificial de piedras.
(5)Dejuro: Seguramente.
(6)Quishuar: Especie de árbol (Está en inminente peligro de extinción)
(7)chufranear: Acción de meter y sacar un alambre (chufrán) al interior del checo.
9 comentarios:
BUSCABA UN CUENTO ACERCA DE ESPANTAPÁJAROS PARA MI HIJO Y ME ENCUENTRO CON ESTA JOYA.
GRACIAS A TODOS POR FACILITARME EL TEXTO Y ANULARME UNA PREOCUPACIÓN
Me hizo recordar al cuento infantil "EL ESPANTAPÀJAROS" del costarricence Fernando Lujàn, pero creo que èste es mejor, porque es para todas las edades.
El espantapájaros (Mancsh.... no se qué?) es definitivamente el gran personaje de ésta bonita historia.
A modo de reiteración, afirmo que la presencia literaria de Elder Cortéz O, es prueba de que las ciudades no son refugios exclusivos, ni de las buenas historias, ni de los buenos personajes o narradores. La mención de mi natal La Quinuilla y demás parajes conocidos del Huauco, como parte de la ambientación del cuento, me emocionó; pero definitivamente, es su estructura y argumento, los que lo ubican entre los mejores relatos que he leído.
Interesante; cuento netamente regional, donde se utiliza vocablos regionales, como siempre es un cuento escrito en tercera persona con un narrador omnisciente , la trama es lìneal, pero la temàtica es ambigua y eso es importante porque deja al lector imaginar de que tema trata, aparentemente trata de un espantapájaro que salva la vida a un niño, pero en toda la narraciòn incide en la vida de una familia campesina.
Te sugiero que corrijas la tildaciòn diacrìtica y enfàtica, hay palabras que le falta tildar tal es el caso de solo: sòlo se tilda cuando es reemplazado por la palabra solamente y no se tilda cuando es reemplazado por la palabara solito que significa que no hay nadie màs y asì veo tildes en adjetivos demostraivos como si fuera pronombre.
Gracias y hasta pronto.
Rodolfo Salazar (Macaredo)
Indiscutiblemente este es un gran cuento. El personaje estrella es el espantapàjaros. La habilidad del autor està en hacer que otro personaje lo haga nacer, para seguir su sorprendente actuaciòn a lo largo de toda la historia. Al final "lo mata" para reencarnarlo en una " enjoyada y pesada cruz", de las tantas que cargan los pueblos en su devenir històrico de sufrimientos, explotaciones y engaños.
Bien colega Elder, creo que tu imaginaciòn y tu estilo narrativo son dos armas que te ayudaràn a consagrarte.
ESTOY MUY AGRADECIDO AL DIRECTOR DE ESTE BLOG, POR LA PUBLICACIÒN, Y TAMBIÈN A LOS LECTORES POR SUS ALENTADORES COMENTARIOS Y SUGERENCIAS. A LA VEZ, ME SIENTO COMPROMETIDO A ESFORZARME PARA SUPERARME O PERFECCIONARME EN ÈSTA TAREA NO TAN FÀCIL DE NARRAR HISTORIAS QUE NO LAS CREO, SINO LAS RECOJO DE LA SABIDURÌA POPULAR.
REALMENTE UN BUEN CUENTO. ME ATRAPO HASTA SU FINAL
Decidí hacer las consultas del caso, en relación a la sugerencia del lector Rodolfo Salazar (MACAREDO). La conclusión es que la REAL ACADEMIA ESPAÑOLA de la Lengua, considera actualmente que la palabra "solo" ya no se tilda en ningón modo de uso.
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