Marcela Lacub ha escrito otro de sus libros provocadores. Como buena argentina -aunque resida en Francia hace veinte años- era una devoradora de carne. Un día, sin embargo, gracias a un libro clásico, imaginó todo lo que debía suceder con la bestia inocente que se había matado para que ella se diera el gusto de un bife a medio sangrar. El resultado fue un libro que irritará a muchos. L entrevista que aquí publicamos fue hecha por la periodista Renée Kantor (Fuente: Semanario Hildebrant en sus trece del viernes 17 de junio 2011)
ENTREVISTA
¿Qué hace que, de pronto, una carnívora implacable, sucumba a la alimentación verde? De esto trata el libro Confessions d’une mangeuse de viande (Confesiones
de una devoradora de carne) de la jurista franco argentina Marcela
Iacub. Recibida de abogada en Buenos Aires, partió luego a París donde
vive desde hace más de veinte años. Provocadora y libertaria, supo
edificar con cuidado la figura de sus obsesiones y se ha convertido en
una reconocida intelectual en Francia. Estudiosa del Derecho,
especialista de la historia de las costumbres sociales, reflexiona sobre
la prostitución – pide su legalización –; la violación – propone
extraer el término sexual del sistema jurídico –; las leyes bioéticas –
está a favor de las madres portadoras –; o sobre la libertad sexual –
“me gustaría hacer del sexo una libertad como la libertad de comercio”,
clama. Cada uno de estos temas los analiza a través de los dos pilares
que sostienen su universo ético: el libre albedrío y el consentimiento.
Un laisser faire que reivindica como condición esencial de la
libertad individual. Pero a diferencia de muchas de sus obras
anteriores, eruditas y complejas, su último libro es un panfleto, un
grito, una toma de conciencia culpable sobre el desvergonzado consumo de
carne al que se abocó con fervor toda su vida. De manera súbita, un
pedazo de carne se volvió una secuencia de las imágenes revulsivas que
lo habían hecho posible. Un banquete producto del crimen de un animal
que consiente matar a otros de distinta especie sólo para comerlos.
Desde París, donde vive con su perra, responde a Ñ .
-Usted
explica en su libro que un “evento trágico” la modificó por completo.
Sabemos luego que fue la lectura de “Comer carne”, de Plutarco. ¿Qué es
para usted un “evento trágico” y cuál, la particularidad de esa obra de
Plutarco?
-La noción de “evento trágico” que utilizo es muy clásica. El evento trágico es el que nos muestra que hemos cometido un acto terrible, un acto que no estábamos en medida de asumir sin saber que lo habíamos cometido, como Edipo. Es la información que nos permite saber lo que hicimos y sentirnos responsables, sujetos de tales actos. Plutarco me arrancó de mi ceguera. Me mostró que la noción de carne es una impostura, que “carne” es el nombre que le damos a nuestra voluntad de no ver que matamos animales para comerlos sin que tengamos ninguna necesidad de hacerlo, y señala nuestra responsabilidad en este acto. Porque para poder comer “carne” necesitamos disociar el proceso que permite hacerlo. Tenemos que olvidar que tuvimos que matar a un ser que quería vivir. Plutarco utiliza una metáfora que viene de Homero y dice que la vaca muge “todavía” cuando vemos el asado en nuestra mesa.
-¿Coincidiría con Paola Cavalieri en extender los Derechos Humanos a los chimpancés?
-Mi punto de vista es diferente. El proyecto de dar derechos humanos al chimpancé porque es más inteligente que los otros animales, no me parece la manera más interesante de abordar el problema. Yo creo que hay que darles derechos humanos a los animales que viven con nosotros porque podemos establecer con ellos relaciones significantes recíprocas. Lo que me parece formidable en el hecho de vivir con los animales es que tienen otros dones, otros medios de comprender y de conocer el mundo. Los filósofos utilitaristas, de la misma manera que la legislación que protege a los animales, tienen en cuenta el interés del animal a no sufrir pero no a seguir viviendo. Es como si un animal estuviera muy contento de que lo maten sin dolor. Lo paradójico es que para un ser sensible lo más importante, lo más precioso, es el hecho de poder seguir vivo y no el morir sin dolor. Por otra parte, yo propongo que se le den derechos humanos a los animales domésticos o que, sin serlo, viven con nosotros en cautiverio, como dice la legislación francesa. Con estos animales compartimos una cultura, ellos pertenecen a la humanidad pero se los trata como esclavos, como puros instrumentos.
-¿Cuál sería el derecho de aquellos que – como los animales – no pueden comprometerse con ningún deber?
-Para ser sujeto de derecho no es necesario poder directamente ser sujeto de deber. Hay personas jurídicas, como las sociedades que no pueden actuar directamente si no están representadas por seres humanos. Hay incapaces, como los enfermos mentales que no pueden ser directamente sujetos de un deber y estan representados por otras personas. Los animales, como sujetos de derecho, necesitarán mediadores para las cuestiones jurídicas, representantes, pero eso no es un problema en sí.
-Su
madre y su abuela le transmitieron una filosofía humanista a la que
acusa de negar las diferencias entre los hombres para que una clase
biempensante saque provecho de los privilegios de su inteligencia,
estatus social y económico haciéndolos pasar por “méritos” cuando serían
sólo dones tan arbitrarios como la belleza y la salud ¿En qué
perjudicaría este “proyecto político humanista” a los animales?
-Este humanismo no es más que un conjunto de discursos y metáforas. Allí donde muestra su verdadera doctrina, allí donde procede al trazado de fronteras, es en la aprehensión diferenciada del valor de la vida humana y de la vida animal. Es en las reglas de la matanza de los animales que se percibe claramente esta oposición. El humanismo es una forma de racismo. El razonamiento humanista hace que si debemos elegir entre salvar a la perra Lassie o a Hitler salvemos a Hitler porque es un ser humano.
-¿Esta última frase es una provocación o lo piensa realmente? ¿Puede dar un ejemplo real de esta hipótesis?
-Un ser humano que mata a diez a mil personas tiene derecho a un abogado, a unos jueces, a cuidados médicos. Los perros, que son los más privilegiados de los animales, que no comemos, si muerden a alguien se los mata sin tratar de saber lo que sucedió.
-En su libro
presenta un caso real de un hombre condenado por haber sodomizado a su
pony. Y señala el absurdo de que esté prohibido gozar sexualmente de un
animal, al que sin embargo podemos comer. ¿Es lo mismo franquear la
barrera que prohíbe tomar a un animal como objeto sexual y comer un
asado?
-Póngase en el lugar de un pony o de una vaca. Si le dan a elegir entre un acto que no implica para usted ningún dolor y la muerte ¿qué elegiría usted? En cambio, la justicia francesa condenó a un hombre por torturas infligidas a un animal doméstico por haber sodomizado a su pony que se llamaba Junior. Pero si este mismo hombre hubiera matado a Junior para transformarlo en bifes de caballo nadie lo habría condenado por maltrato. Esta paradoja del derecho que protege al animal, me pareció aberrante y me mostró que no es el interés del animal el que está en juego. Que, en el fondo, se trata de controlar los vicios de los seres humanos y no el bienestar del animal.
-¿No es el hecho de comer carne lo que nos recuerda que somos efectivamente animales?
-Los seres humanos no son animales como los otros. Hago alusión a los animales salvajes. Si fuéramos así, no veo por qué prohibiríamos el asesinato, la violación, etcétera. Los seres humanos creamos la humanidad que a su vez nos crea todos los días. La humanidad es un proyecto de control de lo que existe, es una estructura jurídica, científica, técnica, cultural, que no se reduce a la suma de seres humanos inteligentes que existen sobre la tierra. Incluye a muchas personas que no son capaces de comprender el mundo como la gente “normal”. Es por ello que yo postulo que la humanidad debe extender sus fronteras y atribuírle derechos humanos a los animales domésticos.
-¿Cree que la muerte de los animales en los mataderos es equiparable a un genocidio?
-Sí, es un genocidio. De hecho muchos autores judíos, descendientes de víctimas de los nazis, hacen siempre esta comparación. El escritor Bashevis Singer dijo que “para los animales, todos los humanos son nazis”. Y Theodoro Adorno, un filósofo judío alemán, exiliado por los nazis, afirmó que “Auschwitz comienza siempre que alguien mira un matadero y piensa: son sólo animales”
-¿Podría explicar por qué “las relaciones entre el canibalismo y el asesinato volvían poco convincentes las opiniones de los vegetarianos”, como escribe?
-Algunos vegetarianos tienen problemas con el simple hecho de comer cadáveres. Yo no estoy de acuerdo con esto. Si uno comiera carne extraída de animales muertos de muerte natural, yo la comería. Porque el problema es matar para comer y no el hecho de comer cadáveres. Es por esto que en el libro comparo de una manera humorística el asco de comer cadáveres con el canibalismo a partir de un especie de chiste de Voltaire. Voltaire escribió con humor en su Diccionario filosófico que el tabú del canibalismo significa la preferencia de dar nuestros cadáveres a comer a los gusanos en lugar de dárselos a comer a los seres humanos.
-Uno imagina que para un argentino volverse vegetariano es un sacrificio. ¿Cómo se modificó su vida social?
-Es cierto que ser vegetariano para un argentino es como una traición a la patria. Pero yo no vivo en Argentina desde hace 20 años. La gente se mostró gentil conmigo cuando decidí volverme vegetariana. Pero son así porque saben que la carne que ellos comen no está en peligro por mi decisión. Pero creo que cuando los vegetarianos sean más numerosos y que la cuestion de prohibir la “carne” sea una propuesta política posible, esta misma gente será mucho menos comprensiva. Los carnívoros son capaces de todo para que no les arranquen las salchichas y los asados del plato. Quiero decir, capaces de inventar toda clase de cosas para tener la conciencia tranquila.
-¿Qué es comer para usted?
-Comer es también un acto político. Comer animales es una manera de marcar las fronteras de la humanidad, de afirmar nuestra superioridad y nuestra diferencia fundamental respecto de los seres que comemos. Hay quienes dicen que la preocupación ecológica en el comer es también política. Me parece que es darle un sentido muy fragil al carácter político del comer. Quien se preocupa por el comer desde el punto de vista ecológico lo hace como consumidor de cualquier otro producto (nafta, electricidad, etc). En cambio, la preocupación vegetariana por el animal, por el hecho de que se trata de un ser sensible que desea vivir, es política en un sentido específico y fuerte del término. En mi caso, nace de la voluntad de transformar la sociedad gracias a la integración del animal en su seno. Hacer que el animal doméstico pertenezca a la humanidad va a cambiar nuestras relaciones, nuestra manera de ver el mundo y hasta de pensar. Yo creo que, entre otras cosas, en las sociedades de abundancia, el animal puede enseñarnos a ser felices por el solo hecho de estar vivos.
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