Por: Alfredo Herrera Flores
En el, ahora, amplio panorama literario y rica cultura peruanos, la presencia de
José María Arguedas se ha hecho imprescindible, más aun si se quiere
interpretar cualquiera de los espacios en los que el propio ciudadano o
poblador peruano es protagonista, más allá del disfrute estético de sus obras
literarias. A cien años de su nacimiento y a cuarenta y dos de su trágica
muerte, esa presencia ha servido también para observarnos como ciudadanos de un
país por demás extraordinario en historia, tradición, sabiduría y todo lo que
se puede encerrar bajo el general y amplio concepto de cultura.
Basta
repasar la historia literaria de los últimos quinientos años, iniciada por
Garcilaso de la Vega y Guamán Poma de Ayala, que sumada a los más de dos mil
años de tradición literaria oral (cantos, ritos y leyendas) e iconográfica
(textiles, ceramios y tallados) de todas las culturas que se desarrollaron en
este territorio que luego se llamó Perú, para entender que la mirada de José
María Arguedas es una especie de aguijón imposible de no sentir.
Si
bien el escritor andahuaylino es considerado, principalmente, como autor de
novelas y poemas, un artista de la palabra, y los críticos y académicos lo han
encasillado en la corriente del indigenismo o indianismo, hay otras dimensiones
del conocimiento social en el que ha hecho importantísimos aportes, con los que
cada vez entendemos mejor nuestra compleja cultura.
La
antropología peruana, por ejemplo, le debe mucho a José María Arguedas por los
trabajos etnológicos y etnográficos que hizo sobre mitología prehispánica,
música popular, folklore, el idioma quechua, la educación popular, historia y
costumbres de pueblos andinos, hasta entonces ignorados por la visión “costeña”
o centralista de la que el Perú aún no puede despercudirse. Resultado de esas
investigaciones están la revaloración de expresiones artísticas y rituales como
“la danza de las tijeras” o la fiesta patronal en honor a la Virgen de la
Candelaria, de Puno.
Al
mismo tiempo, el país le debe a Arguedas una de las miradas, enfoques, puntos
de vista más interesantes y sinceros que se tienen de la realidad peruana, no
solamente de la etapa que a él le tocó vivir, sino de toda la historia de un
país que ha crecido desgarrado por miradas y percepciones divergentes, por la
permanente y violenta pugna de culturas y por un proceso de mestizaje muy
complejo y de sincretismo cultural único (entendiendo sincretismo cultural como
reinterpretación). Pero, tal vez, sea la emotiva manera de retratar el Perú,
desde la artística contemplación literaria hasta la estricta percepción
científica social, que defendió hasta el último instante de su vida, el mayor
aporte que este sencillo hombre provinciano hizo a un país tan entreverado y
heterogéneo, tan desangrado y humillado, tan rico y opulento, tan diverso y
hermoso, tan sufrido, tan amado.
Sin
embargo, así como fue querido y respetado, Arguedas sufrió el artero ataque de
quienes no comprendieron, o no quisieron hacerlo, el fondo de su obra literaria
y propuesta cultural, lo que terminó sumiéndolo en la depresión, que ya era
parte de su vida íntima desde que, de niño, tuvo que huir de la casa para
refugiarse en una alejada hacienda andina para recibir amor. Su vida personal,
esa historia interna que lo atormentaba, que fue inseparable de su expresión
artística y científica, también tuvo que salir a flote durante su matrimonio,
su desempeño como funcionario público, como docente escolar y universitario,
como escritor y como amigo, para terminar de carcomer su espíritu que, como él
mismo dijo, sobrevivía sólo por amor al Perú.
Pero tal parece que hemos ido leyendo
la obra de Arguedas y comprendiendo, de alguna manera, la forma cómo él vio el
Perú, y no hemos hecho lo que nos ha ido proponiendo en cada una de sus
páginas, ver el Perú.
Seguimos estudiando, y por supuesto disfrutando la obra de Arguedas, pero no
hemos hecho la tarea de percibir al país desde aquellos lados oscuros con los
que se manifiesta, sus canciones, danzas, costumbres, ritos y formas de
convivencia que son, finalmente, los aspectos en los que se reconoce el
espíritu de un país, una nación.
Al
decir “lados oscuros” me refiero a que, a pesar de que conocemos y hemos visto
muchas manifestaciones culturales, tanto de las grandes ciudades o de las
pequeñas comunidades, aún no las hemos hecho nuestras, siguen siendo vistas
como “alejadas” o del “interior”, o de las “provincias”, como si se tratara de
sucesos de un espacio, un mundo, una cultura ajena a la nuestra. No hay un
interés subliminal o subjetivo de presentar los otros rostros del Perú, como
dicen los modernos detractores de Arguedas, sino de recordar que el encargo
intelectual del autor de Todas
las sangres fue hacer que aquellos pueblos olvidados y marginados,
con todo y su cultura, su pobreza y su historia, puedan sobreponerse a su
estado de degradados y continuar su vida al compás de un progreso que no se
traduce en riqueza monetaria, sino en calidad de vida.
Difícil
de comprender para algunos intelectuales, que no han ido más allá de las
páginas de Los ríos
profundos o Agua
para encontrarse con un Perú más rico aun, más allá de las montañas y entre los
cálidos valles andinos, donde habitan, cantan y bailan y siembran la tierra y
saludan a sus dioses y se adornan los sombreros con flores y que esperan tener
su oportunidad para ser, también peruanos. Errónea la forma de pensar aquella
que dice que ver el Perú desde adentro es no avanzar. “Avanzar”. ¿Cómo?, ¿hacia
dónde? Errónea la forma aquella de decir, como muchos “costeños” o “urbanos”
impostados que escuchar huayñitos es atraer la pobreza.
La
obra de José María Arguedas es un moderno y emotivo fresco de la realidad
peruana del siglo veinte, desde donde se puede ver el pasado y proponer el
futuro, como lo han hecho los antiguos peruanos en su visión circular del
mundo. En Agua
(1935), en que reúne sus tres primeros cuentos, se manifiesta el conflicto
social y cultural en una comunidad andina desde los ojos de un niño; éste se
ubica en medio de los “blancos” y los “indios”, abusivos y prepotentes
aquellos, y sufridos pero solidarios los últimos; pero sobre todo aparece, como
protagonista de la literatura peruana, la cultura andina vista como un espacio
en que los hombres viven con los mismos sentimientos y experiencias que en
cualquier otra comunidad, costeña, urbana o “moderna”. Este es el primer aporte
de Arguedas a la literatura peruana, pasar del indigenismo al indianismo y de
ahí al cholismo. Ese niño de los cuentos de Agua
no es un indio, tampoco un misti, es un cholo.
Luego
vendría la novela Yawar
fiesta (1941), en la que, desde el punto de vista de pobladores
mayores de una comunidad, que tienen la cualidad de analizar su propio
contexto, se refleja la realidad y los conflictos culturales en los que se
desenvuelven las comunidades andinas, las que aún se expresan a través de sus
antiguas manifestaciones a pesar de que ya están imbuidas en el ritmo y proceso
impuesto por las culturas foráneas.
En
Los ríos profundos
(1958), su obra estilísticamente superior artística y literariamente, Arguedas
propone, desde una perspectiva más madura, el conflicto que supone el tránsito
de una cultura a otra de un personaje que a la vez transita de la niñez a la
adolescencia. Es además una metáfora del tránsito cultural de los pueblos
andinos, un proceso de siglos que ha terminado por convertirlos en espacios
sociales ambiguos, intermedios, con profundos elementos y manifestaciones
ancestrales y a la vez con extraordinarias asimilaciones de la modernidad. Esto
es ser cholo. En esta novela, es protagonista también el lenguaje, que en voz
de su protagonista, muestra el conflicto del autor por querer expresarse en
quechua y castellano, lo que marcará luego una de sus frustraciones: el no
poder hacerlo.
En
1961 publica El Sexto,
novela también autobiográfica ambientada en una de las prisiones más lúgubres
de Lima, en la que fue recluido Arguedas por asuntos políticos. Nuevamente
aparece el conflicto, el enfrentamiento de clases y grupos sociales, ilustrados
a través de la lucha entre el bien y el mal, la violencia y la solidaridad. Es
la primera obra literaria de ambientación urbana, o limeña, y la primera en la
que Arguedas se expresa totalmente en castellano, sin que esto lo aleje de su
punto de vista andino, o provinciano.
Será
con la novela Todas las
sangres (1964) con la que intentará Arguedas concentrar, presentar
y entender el mundo andino en toda su dimensión, pero sobre todo intentará que
el lector, al que supone leal y solidario, sea quien entienda y asuma ese mundo
como propio. Arguedas intenta hacer entender que el país está conformado por
todas las razas y culturas y que sus habitantes, herederos de esas razas y
culturas, son parte de ese país, por lo tanto se comprenda y asuma esa
identidad, unidad y espíritu, como necesarios para concretar una convivencia
armoniosa y pacífica. Pero “los analistas, sociólogos y críticos” no lo
entienden, por lo tanto los lectores tampoco lo hacen. El mundo de “todas las
sangres” seguirá siendo ajeno, un invento, una ficción, una historia que no
expresa la realidad.
José
María Arguedas escribió más cuentos y recuperó y tradujo leyendas y mitos,
también hizo poesía, excelente poesía, publicó sus estudios antropológicos,
impulsó la investigación desde sus cargos de director de museos, estimuló la
educación en los pueblos andinos, transmitió sus propuestas a través de la
docencia universitaria, debatió con escritores e intelectuales de otros países,
defendió el arte como punto de partida de la expresión literaria sin dejar de
lado la perspectiva personal o autobiográfica, alentó a los jóvenes a estudiar
y escribir sin miedo, protegió las ancestrales manifestaciones culturales, pero
sobre todo buscó que se trabaje por las comunidades postergadas de todo el
país.
Mientras
lo atormentaba la idea del suicidio, para escapar de sus problemas familiares y
deshacerse de los demonios interiores, desprenderse de sus frustraciones como
intelectual y artista, recibió premios y homenajes, fue jurado de premios
literarios como el de Casa de las Américas y escribió entre insomnios,
pastillas y viajes la novela El
zorro de arriba y el zorro de abajo, nueva mirada urbana de la
condición humana a través de su experiencia como escritor, investigador y
profesor. La novela se publicó en 1971.
Dos
años antes, los últimos días de noviembre de 1969, José María Arguedas escribió
las últimas notas de su diario y algunas cartas a sus amigos. Era el fin.
Agradeció a quienes lo acogieron, quisieron y comprendieron; dio
recomendaciones a amigos y alumnos, reflexionó sobre su vida y obra, y dispuso
los asuntos finales sobre su sepelio; luego cogió un arma, se encerró en un
baño de la Universidad La Molina y mirándose al espejo se disparó en la cabeza.
La bala, caprichosa como los dos anteriores intentos de suicidio, y casi como
toda su vida, le hizo una mala jugada y le hizo sufrir aun más. Tras cuatro
días de agonía murió el 2 de diciembre.
Es
decir, se murió pero no. Arguedas se ha mantenido más vivo que nunca. Cuando se
habla del mejor escritor peruano del siglo veinte se habla de Vallejo y
Arguedas, algunos más premiados y conocidos se molestan, pero así no más es.
Arguedas es querido y leído, estudiado y citado, aún no comprendido del todo,
es cierto, pero sigue siendo el maestro, el amauta, el apu, el artista peruano por
excelencia.
1 comentarios:
Creo que el mejor homenaje que se le debe rendir a un intelectual de la talla de José María Arguedas, es leer o reeler sus libros. Ojalá, haciendo un esfuerzo para entenderlos; y por ende, entender al Perú. A esto debe apuntar parte de la acción y labor de los profesores de las escuelas y colegios, para que la niñez y juventud, comprendan la diversidad del Perú desde temprana edad. Así se evitaría el surgimiento de esas grandes grietas, fisuras y heridas sociales; que cuando adquieren niveles de gravedad, son difíciles de reparar y curar.
Felicitamos a quienes con publicaciones como ésta,se suman al merecido homenaje a éste gran hombre que vale mucho más que un Perú.
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