Flores Galindo, ensayista y pensador peruano, considerado por la crítica como el continuador de Mariátegui, cumple, este 26 de marzo, 20 años de su desaparición física; Chungo y batán, en homenaje al autor de Buscando un Inca y otros escritos de mucha importancia para la cultura peruana, presenta la primera parte de una entrevista publicada en la Revista Dominical UNICORNIO, el 09 de agosto de 1987.
Antes quisiéramos recordar algunas palabras de este gran escritor:
“La mayoría de los intelectuales y demasiados dirigentes políticos de izquierda, hemos perdido la capacidad de vivir y sentir la indignación”.
“El socialismo no debe ser confundido con una sola vía. Tampoco es un camino trazado. Después de los fracasos del estalinismo es un desafío para la creatividad. Estábamos demasiado acostumbrados a leer y repetir. Saber citar. Pero se si quiere tener futuro, ahora más que antes, es necesario desprenderse del temor a la creatividad. Reencontremos la dimensión utópica”. (…)
A continuación la entrevista:
Por Carlos Arroyo
EL SOCIALISMO DEBE FUSIONARSE CON LA CULTURA POPULAR
Generalmente, te sentíamos muy vinculado al estudio del movimiento obrero de los años 30, la obra de Mariátegui, o la sociedad colonial. ¿Por qué tu cambio de temática?
- Yo empecé realizando una monografía referida, de una manera específica, a la formación del proletariado minero y a las huelgas más radicales que protagonizaron en los años 30. Este trabajo fue una puerta de ingreso al pensamiento de Mariátegui, dadas sus vinculaciones con el proletariado minero. Mi interés por su pensamiento, me llevó a interesarme en el entorno de Mariátegui, cómo había sido el Perú de ese entonces. Fue con ese motivo que aunamos esfuerzos, investigaciones, fichas y materiales Manuel Burga y yo, y elaboramos un libro donde se trataba de presentar los diversos aspectos de la sociedad peruana de principios de siglo, desde los personajes de la oligarquía y los gamonales más tradicionales, hasta las rebeliones campesinas y, desde luego, las luchas obreras y estudiantiles.
En este derrotero siempre me interesó los aspectos sociales, pero también la forma cómo los personajes vivían la historia y cómo sentían. Esta preocupación por acercarme a la perspectiva de los mismos actores sociales, me llevó a interesarme por un aspecto de la cultura: esta construcción mitificada acerca del pasado prehispánico, a la que Burga y yo denominamos la “Utopía andina”.
Creo que en esos temas, que yo he indicado anteriormente, siempre ha estado de por medio, además, una preocupación por el problema nacional en el Perú, por discutir qué cosa es esta sociedad, y siempre ha habido un interés por los movimientos sociales, es decir, por pensar no sólo cómo es esta sociedad, sino cómo han sido los esfuerzos que han buscado cambiar esta sociedad y tratar de construir un mundo diferente: rebeliones campesinas o alternativas políticas como las de Mariátegui o las rebeliones sociales que suceden en los años 20.
¿Cómo explicas el hecho de que todavía sobrevivan en el país determinados elementos de lo que tú denominas cultura andina o utopía andina?
- He querido, sin olvidar la existencia de permanencias y continuismos en el mundo andino, insistir en que una parte considerable de lo que nosotros llamamos cultura andina es una creación posterior. Es una creación que, en parte, es una respuesta a la conquista y, en parte, es una reelaboración a partir de elementos traídos por los propios europeos. Lo que nosotros llamamos la cultura andina es producto de este choque entre el mundo andino prehispánico y el mundo occidental.
Pero, claro, no se trata sólo de una suma de elementos o de una fusión armónica de estos elementos. Es, más bien, un proceso en el que, a partir de los conflictos, se va elaborando una manera diferente de pensar las cosas, que no es un calco de Occidente, ni tampoco una mera prolongación del mundo prehispánico.
Pero, claro, no se trata sólo de una suma de elementos o de una fusión armónica de estos elementos. Es, más bien, un proceso en el que, a partir de los conflictos, se va elaborando una manera diferente de pensar las cosas, que no es un calco de Occidente, ni tampoco una mera prolongación del mundo prehispánico.
La misma utopía andina, es decir, esta recreación imaginaria del imperio incaico es en parte eso. El imperio incaico fue visto precisamente de una manera muy benevolente por quienes soportaron su dominio y su opresión, hasta antes de la llegada de los europeos. Pero, es después que es reconstruido en la imaginación y es repensado como una sociedad justa e igualitaria, donde se termina identificando todo el pasado prehispánico con el tiempo corto que los incas gobernaron estos territorios.
Yo he querido insistir, más bien, en lo original y lo creativo de la cultura andina a partir de la invasión europea. Esta creatividad muchas veces ha trascendido a la propia cultura popular y al mundo de la expresión oral y ha llegado a los medios intelectuales y a la escritura. Lo fue así en el pasado con el Inca Gracilazo, o con Huamán Poma y lo es, en fechas más recientes, con José María Arguedas.
¿Cuáles serían los elementos centrales de estas supervivencias a las que te refieres?
- Insistiría en que me parece que hay, evidentemente, supervivencias. Pero, existen muchos otros elementos creados, nuevos, a partir de la respuesta de los hombres andinos a la invasión europea.
Ahora, ¿qué elementos encontramos allí? Podríamos mencionar, por ejemplo, la idea de la vuelta del inca, la idea del cambio como inversión de la realidad y como realización de un Pachacutec. Podríamos, también, mencionar la idea de que la historia funciona en tiempos, que estos tiempos son tres, y que el paso de uno a otro es un proceso en el que se combina los esfuerzos de los hombres con elementos mágicos y religiosos.
Ahora, ¿qué elementos encontramos allí? Podríamos mencionar, por ejemplo, la idea de la vuelta del inca, la idea del cambio como inversión de la realidad y como realización de un Pachacutec. Podríamos, también, mencionar la idea de que la historia funciona en tiempos, que estos tiempos son tres, y que el paso de uno a otro es un proceso en el que se combina los esfuerzos de los hombres con elementos mágicos y religiosos.
Creo que todo este mundo que configuraría lo que podríamos llamar el mesianismo andino, es uno de los rasgos más importantes de esta utopía andina en relación a los movimientos sociales.
Ideas de este estilo sustentaron, por ejemplo, la peregrinación de Juan Santos Atahualpa hacia la selva del Perú. Juan santos abandonó el Cusco y marchó hacia la selva, probablemente convencido de que iba a encontrar el reino del Gran Paititi, este doble del Cusco en la selva. Esta idea de la existencia de un doble del Cusco en la selva es una creación posterior a la invasión europea en el que se combinaron tradiciones andinas prehispánicas, por ejemplo, con tradiciones europeas: la búsqueda de El Dorado e, incluso, con elementos que venían de otras áreas culturales: la búsqueda de la tierra sin mal de los guaraníes. Todo esto se fusionó y, ya en el siglo XVII, comienza a circular la idea de la existencia de un reino mítico en la selva y, en el siglo XVIII, gran parte de los hombres andinos están convencidos de eso, hasta el punto que, después de Juan Santos Atahualpa, Túpac Amaru se va a proclamar rey del Perú y del Gran Paititi.
Juan Santos Atahualpa, como muchos hombres del siglo XVII, pensaba que existía el Gran Paititi. No lo halló, pero sí encontró grupos étnicos que compartían sus concepciones milenarias y mesiánicas. Juntos hicieron una de las mayores sublevaciones contra el orden colonial, convencidos de que ya llegaba a su fin el tiempo de los españoles y se iniciaba una tercera: la edad del Espíritu Santo, que era también: la edad del regreso de los incas.
Ideas de este estilo sustentaron, por ejemplo, la peregrinación de Juan Santos Atahualpa hacia la selva del Perú. Juan santos abandonó el Cusco y marchó hacia la selva, probablemente convencido de que iba a encontrar el reino del Gran Paititi, este doble del Cusco en la selva. Esta idea de la existencia de un doble del Cusco en la selva es una creación posterior a la invasión europea en el que se combinaron tradiciones andinas prehispánicas, por ejemplo, con tradiciones europeas: la búsqueda de El Dorado e, incluso, con elementos que venían de otras áreas culturales: la búsqueda de la tierra sin mal de los guaraníes. Todo esto se fusionó y, ya en el siglo XVII, comienza a circular la idea de la existencia de un reino mítico en la selva y, en el siglo XVIII, gran parte de los hombres andinos están convencidos de eso, hasta el punto que, después de Juan Santos Atahualpa, Túpac Amaru se va a proclamar rey del Perú y del Gran Paititi.
Juan Santos Atahualpa, como muchos hombres del siglo XVII, pensaba que existía el Gran Paititi. No lo halló, pero sí encontró grupos étnicos que compartían sus concepciones milenarias y mesiánicas. Juntos hicieron una de las mayores sublevaciones contra el orden colonial, convencidos de que ya llegaba a su fin el tiempo de los españoles y se iniciaba una tercera: la edad del Espíritu Santo, que era también: la edad del regreso de los incas.
De allí –como más de uno ha anotado- esta peculiar fusión de nombres que utiliza: Juan Santos Atahualpa, y que su prédica en la selva va a estar llena de estos contenidos mesiánicos y milenaristas, que no sólo son evidentemente cristianos, sino que son también andinos en el sentido prehispánico de la palabra.
Dentro de un proyecto de transformación de nuestra sociedad, ¿consideras que deben tomarse en cuenta estos elementos?
- Me parece que, cualquiera que piense cambiar la sociedad peruana, tiene que considerar la existencia de este trasfondo de carácter religioso y político que existe en nuestra cultura popular. Así lo pensaron en su momento, por ejemplo, Haya y Mariátegui. Ambos, cada uno a su manera, tuvieron en cuenta la existencia de estas concepciones populares, de esta cultura popular.
Así lo pensaron en su momento, por ejemplo, Haya y Mariátegui. Ambos, cada uno a su manera, tuvieron la existencia de estas concepciones populares, de esta cultura popular. Mariátegui lo va a tener en cuenta de una manera milenarista y colectiva, mientras Haya lo va a percibir de una manera más mesiánica e individual.
Me explico: La concepción del socialismo de Mariátegui va a prestar atención a la necesidad de elaborar o construir lo que él mismo llamaba un mito colectivo, es decir, un conjunto de creencias, de convicciones que sustentara, que justificara, que impulsara las luchas colectivas. El pensaba que este mito debería construirse como resultado de una amalgama entre el socialismo moderno y las viejas tradiciones culturales, y esa tradición –que era tan heterodoxa en el Perú- nos remontaba al incario y al colectivismo milenario del imperio incaico. Por su lado Haya, pensaba más bien en una opción mesiánica personal. Se sentía encarnado al país, como el profeta que debería indicar el camino de la salvación del Perú, y recogió o inventó símbolos atribuidos al mundo prehispánico como la bandera del Tahuantinsuyo o el cóndor de Chapín, empleó el seudónimo de Pachacutec, y dio nombres andinos a los refugios a donde huía en los momentos de clandestinidad.
Claro, hay que tener en cuenta que con el transcurrir del tiempo, Haya se va alejando de su fuerte carga indigenista. A medida que se convierte en un movimiento admitido en mayor o menor medida por el orden establecido y que apuesta todo a la vía electoral, el APRA se va olvidando de esto por una razón muy elemental: en el grueso de votantes, no estaban precisamente concentrados los departamentos andinos del sur; allí estaba, más bien, el grueso de la población analfabeta excluida hasta fechas recientes de los procesos electorales.
Así lo pensaron en su momento, por ejemplo, Haya y Mariátegui. Ambos, cada uno a su manera, tuvieron la existencia de estas concepciones populares, de esta cultura popular. Mariátegui lo va a tener en cuenta de una manera milenarista y colectiva, mientras Haya lo va a percibir de una manera más mesiánica e individual.
Me explico: La concepción del socialismo de Mariátegui va a prestar atención a la necesidad de elaborar o construir lo que él mismo llamaba un mito colectivo, es decir, un conjunto de creencias, de convicciones que sustentara, que justificara, que impulsara las luchas colectivas. El pensaba que este mito debería construirse como resultado de una amalgama entre el socialismo moderno y las viejas tradiciones culturales, y esa tradición –que era tan heterodoxa en el Perú- nos remontaba al incario y al colectivismo milenario del imperio incaico. Por su lado Haya, pensaba más bien en una opción mesiánica personal. Se sentía encarnado al país, como el profeta que debería indicar el camino de la salvación del Perú, y recogió o inventó símbolos atribuidos al mundo prehispánico como la bandera del Tahuantinsuyo o el cóndor de Chapín, empleó el seudónimo de Pachacutec, y dio nombres andinos a los refugios a donde huía en los momentos de clandestinidad.
Claro, hay que tener en cuenta que con el transcurrir del tiempo, Haya se va alejando de su fuerte carga indigenista. A medida que se convierte en un movimiento admitido en mayor o menor medida por el orden establecido y que apuesta todo a la vía electoral, el APRA se va olvidando de esto por una razón muy elemental: en el grueso de votantes, no estaban precisamente concentrados los departamentos andinos del sur; allí estaba, más bien, el grueso de la población analfabeta excluida hasta fechas recientes de los procesos electorales.
Haya y Mariátegui trataron de incorporar estos elementos en las concepciones que ambos tenían de la política de manera diferente y hasta claramente contrapuestas, pero ambos intentaron hacerlo. Esto ha sucedido en el pasado y me parece que, en el presente y el futuro del país, hay que seguir considerando esto, para pensar el cambio en el Perú y pensar la política en el Perú.
Hay que considerar aquí que las personas, los grupos y las clases, para embarcarse en alguna empresa, necesitan no sólo tener algunas ideas, algunos proyectos específicos, sino necesitan además tener convicciones morales de que tienen la razón de que así las cosas están bien hechas, etc. En el caso de otros países, esto tiene otros nombres y otras formas. En Nicaragua, por ejemplo, sería difícil imaginar a la revolución sin el reencuentro entre los sandinistas y su pasado y su historia y que los lleva incluso a recordar ese nombre –el nombre de Sandino- y redescubrir una historia que el somocismo negaba y ocultaba. En el Perú, creo que no hace falta calcar a la revolución sandinista y sustituir el nombre de Sandino por el nombre de Mariátegui. Lo que hace falta es reencontrarse con las tradiciones culturales tan ricas en el país y retomar aquello que Mariátegui apenas logró indicar o señalar: el proyecto de fusionar al socialismo con la cultura popular del país.
Continuará…
(*) Alberto Flores Galindo (Bellavista, Callao, 28 de Mayo de 1949 - Lima, 26 de marzo de 1990), estudió en la Universidad Católica de Lima y en la Ecole de Hautes Etudes de París, inició su vasta y diversa producción historiográfica con la publicación del libro Los mineros de la Cerro de Pasco. Luego Publicaría Arequipa y el sur andino, Apogeo y crisis de la República Aristocrática, La agonía de Mariátegui, La polémica con la Komintern y Aristocracia y plebe.
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