Por José Luis Aliaga Pereyra
Para muchos de la juventud adulta y no tan adulta, el encanto de Celendín es gozar del carnaval y especialmente, de las fiestas de julio. El carnaval es una fiesta alegre, que dura poco y es barata, donde bailan y se abrazan encopetados y no encopetados; pero la distancia que existe entre esta fiesta y la del mes de julio es enorme. En la fiesta de julio la discriminación camina impune, la gozan sólo los “pitucos”, personajes generalmente frívolos que se la pasan tras la hembrita y luciendo el último grito de la moda. Son ellos a los que no les interesa quién es el alcalde y, si es que les interesa es solo para pasarle la mano, la franela, sin importarles lo que haga; tampoco les preocupa si hay orden en la ciudad o qué problemas tiene. Muchos de los que pueden ir a la fiesta de julio serían unos privilegiados, bacanes, que no les interesa lo que el pueblo sufre.
Uno podría argumentar y decir que ir a la fiesta de julio es relativamente fácil, es ahorrar unos centavos durante el año, comprar su pasaje y a gozar del contacto con la naturaleza, el aire puro, etc., etc. Sin embargo no lo es para el comentario de la gente, ir a la fiesta de julio significa comprar vestuario desde ropa interior hasta la casaca de cuero y porque no la cámara filmadora, el blackBerry, el auto nuevo y los chibilines para las chelas y encerronas bailables.
Para ahorrar durante todo el año primero tienes que gozar de un buen trabajo y si no lo tienes y de todas maneras viajas o estás allí, lo único que te queda es mostrar, durante el día y la noche, una larga sonrisa de oreja a oreja, para que todos crean que ya comiste tu cuy y que la estás pasando regio, de “bomba en bomba”.
En cambio la fiesta del carnaval no cuesta nada, basta con un “par” de soles, integrar un “pachaco” y saber unos cuantos versos para rajar de las autoridades y de aquellos insensibles que poco les importa el progreso de la provincia y que ríen al escuchar las coplas carnavalescas haciéndose los desentendidos.
Sin embrago, dentro de estos monstruosos gastos y ajetreos, las últimas fiestas están teniendo un significado diferente, es decir su verdadero significado, gracias a reducidos grupos de hombres y mujeres que han adquirido compromisos con su pueblo y en uso positivo de su intelecto no desperdician sus noches en los bares y discotecas y tienen otra clase de reuniones donde intercambian ideas acerca de la problemática local y nacional.
Son aquellos a quienes nunca escucharás decir: ¡oe cuñao, anoche me tiré una bomba…!
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