Por Mario Peláez
Sin duda, el PAN es el que mejor representa a la conciencia solidaria, y entonces también a la historia en su versión heroica. Realidad que sin embargo podría interpretarse como que el pan siempre preside la mesa familiar; y no es así, pues no todos vienen al mundo “con un pan bajo el brazo”. Pero en cambio sí es verdad que ningún ser humano deja de añorarlo, e inclusive que en el primer bocado del pan (solo en el primero), ricos y pobres son pares. Y seguro que algún devoto sumaría, “y en la Eucaristía”.
Qué bueno es recordar las coplas del cancionero huanca: el pan es el resultado de manos leales, de los fermentos de tierras dadivosas, de la sonrisa del sol, de los sudores ancestrales y del aroma de los dioses. Aquí se refiere a los miste, a las semitas, a las huambles, entre otros.
En efecto, que bien seduce el pan a nuestro olfato. La neurociencia refiere que el sentido del olfato es el más antiguo que tiene el ser humano, y que todas las conexiones olfativas quedan grabadas definitivamente en la corteza prefrontal del cerebro; y solo requiere de un circunstancial estímulo para que retorne integralmente, incluyendo los hechos conexos y el escenario primigenio. Y sin importar el tiempo transcurrido. Extraordinaria vivencia.
Instante mágico que me tocó vivir: caminaba por el pasaje Conococha, en Lince, por donde regularmente suelo ir, cuando de pronto de una de las casas brotaron oleadas de aroma de tierno pan caliente.
“Es el pan de manteca”, me dije.
Entonces inhalé cuanto pude y mi cerebro se colmó de pan de manteca, de pan de agua, de mestizas con fustán, de molletes, de rosquitas, de huanacos y cachangas. De mi niñez en pleno. A pié firme resistí la emoción. Debo precisar que la casa de marras fue, hace cuarenta años, de las hermanas de mi padre, Zoila y Lucrecia. Ignoro quién hoy la habita.
¡De no creerlo, Lima todavía es capaz de obsequiarnos exultantes milagros...!
0 comentarios:
Publicar un comentario