Por Mario Peláez
A primera vista el título de este artículo parece impropio, ilógico. Pero no. Acaso no es cierto que cada día aceptamos explicaciones, definiciones, objetivos y teorías (más sabores, sonidos y modas) sin chistar, sin ningún filtro de análisis de nuestra parte. Y peor ahora que con la sofisticada tecnología todo se simplifica. Así nuestro cerebro termina convirtiéndose en solo alcancía de datos. Y, con suerte, en álbum de soleados recuerdos. Y más aún si sumamos el pragmatismo que gobierna los comportamientos.
EL APRENDIZAJE A NO PENSAR es más patético en el Perú, pues no tenemos reales contrapesos en materia de educación y cultura. Entonces no hay coberturas ni siquiera para dudar y formular preguntas. En consecuencia una especia de anorexia cerebral nos acecha, en clave de réquiem.
Por cierto que la cosificación de nuestro espíritu no es un problema de hoy. El aprendizaje a no pensar viene de antaño. En el Virreinato empieza la siembra de las respuestas dogmáticas en relación al universo. La Biblia era la única fuente de las respuestas absolutas. También enraizaron en nuestros cerebros los roles sociales. Las mujeres a lo suyo (a la vida doméstica). Y los varones a lo propio (al poder…)
Y en relación a la historia republicana ya todo está pensado y explicado. La Independencia, “ratifica la lealtad de los criollos y nos consolida en Occidente. La República (próximo a cumplir 200 años) “cada vez más robusta y democrática”.
Pero ahora el APRENDIZAJE A NO PENSAR ha perfeccionado su pedagogía y didáctica con dos poderosos instrumentos, la televisión y la realizad virtual.
Hoy las grandes plataformas de internet como Google, Amazon, Twiter, Facebook, Instagram, piensan por nosotros. Son nuestros cerebros. Nos dicen todo lo que tenemos de decir sin el esfuerzo de pensar. Inclusive han secuestrado nuestras íntimas imágenes. Ahora entonces nuestro mundo interior pertenecen a estas grandes empresas.
¡Ah!, dirán algún ciudadano, “pero si internet es una maravilla, es la mejor creación del ser humano”. Claro que sí. De acuerdo. En efecto, es una maravillar, a condición e primero desarrollar nuestro espíritu crítico. Cuando menos a dudar y atrevernos a preguntar y preguntar.
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