Por Mario Peláez
En el condominio viven cuarentainueve familias. La alegría se va acumulando de a pocos, a ratos con prosaica sorpresa, desde los últimos días de noviembre. Es un ir y venir de urgencias, de gritos de niños y adolescentes, aunque sin dejar de atender con apremio sus móviles y tabletas, también asoman las primeras coronas de adviento como queriendo mitigar las tensiones de los adultos. Pero adentrado diciembre, los paquetes de regalo, los licores, los pavos sacrificados, los panetones y los árboles de navidad que lucen como pequeñas galaxias definen el espíritu navideño, aunque con algo de empalago.
Entonces todos se saludan, se dispensan lindas sonrisas, se perdonan desatinos vecinales, el tono de su voz se torna confesional y sus brazos prolijos en abrazos. Sin duda todos predispuestos a entrar al cielo. Y no era circunstancial escuchar, aquí y allá, el villancico Noches de Paz.
(“Noche de paz, noches de amor / todo duerme en derededor / entre sus astros que esparcen su luz / bella anunciando al niño Jesús...”)
Frente al condominio despliega su horizonte el Parque Chino, siempre bien cuidado y lleno de sol, jardines y bancas. Precisamente en una de estas soleadas bancas, Enrique Morsé se encontró con el veterano periodista Wiston Velarde conocido como censor de lo convencional, aunque él solía achacarse “un alma fisgona y crítica”. Pero además gustaba de adverbios de cantidad.
- Yo no sé amigo Enrique -dijo mirándome inquisitivamente a los ojos- por qué en estas fechas se me da por meditar sobre el origen del universo, en esa teoría cosmológica del Big Bang que explica el nacimiento del tiempo y del espacio –y acompañado de una sarcásticas sonrisa, agregaba - yo creo que el diablo, ese vulgar sin sexo, quiere tomar posesión de mi alma, a sabiendas de que en estos días estamos a la defensiva.
En el Parque Chino habían armado, en diferentes lugares, tres nacimientos de regular tamaño que congregaba a pequeños grupos que hacían reverentes comentarios, y que con el correr de los minutos crecía la presencia del personal encargado de los jardines, de la baja policía, de los policías municipales y de los huachimanes del sector, más sus esposas y sus pequeños hijos. Los adultos llevaban en las manos una bolsa de panetón y los niños algún juguete.
- El saber y los sentimientos –continuó el periodista-, paradójicamente se distancian, hasta se obvian en estas fechas; y es que ambos esconden su propia soberbia.
Enrique Morsé que tenía algo de continencia asintió con la cabeza y quiso terciar pero el periodista no reparó en su gesto y continuó.
- Así el Árbol de la Vida y el Árbol del Conocimiento de los que habla el Génesis terminan como árboles de la gran oferta y demanda.
Aprovechando un alto del periodista, Morsé intervino parsimo-niosamente.
- Pero también es cierto que en esta fecha es cuando más y mejor se singulariza el espíritu de las personas.
El periodista levantó el mentón y convino que así sucedía, pero que tal singularidad lo determinaban los estímulos materiales, y que cuando no es posible tenerlos se empodera la angustia.
- Sin embargo –añadió Morsé- es la gran oportunidad de mejorar nuestra solidaridad con la vida. De exorcizar lo peor de nosotros, la indiferencia para con los otros.
Cerca de la banca donde dialogaban, unos niños de no más de cuatro años jugaban con un carrito de plástico y otro de pilas. Era fácil leer sus sonrisas y el brillo de sus ojos. Era fácil entonces leer el vaivén de su imaginación: de cómo sus carritos escalaban agrestes carreteras con innumerables curvas, de cómo sorteaban peligros, de cómo matemáticamente retrocedían, aceleraban y competían con otros camiones.
El periodista hizo un gesto efusivo y refirió que la escena de esos niños le recordaba un episodio que vivió hace unos años en la Universidad La Cantuta cuando acompañó a su sobrina de titularse de maestra:
Tuvimos que madrugar, el frio se ensañaba. Mi sobrina tiritaba de frio y de nervios, pues en unas horas debía sustentar su tesis sobre métodos y estímulos de la enseñanza a niños de primer grado. En las paredes de los pabellones había consignas, proclamas y versos. Era el infierno del abecedario, palabras de diferentes tamaños y colores. Ahí se leía: “El Perú, ¿Dónde está el Perú? Lo llevo el Tío Sam”. “Los imbéciles no solo son los gobernantes sino también quienes les creen” “La prostituta es la que mejor representa a la democracia” y otras inscripciones sobre la revolución del campo a la ciudad.
Los miembros del jurado estaban instalados y premunidos del rictus académico. Mi sobrina pudo superar los nervios.
- Dígame titulanda, a su criterio cuál de los niños, del ejemplo que le voy a presentar, se nutre de más estímulos. Un niño que juega con juguetes electrónicos, o un niño que solo dispone de carritos de madera tirados por un cordel.
Entonces todos se saludan, se dispensan lindas sonrisas, se perdonan desatinos vecinales, el tono de su voz se torna confesional y sus brazos prolijos en abrazos. Sin duda todos predispuestos a entrar al cielo. Y no era circunstancial escuchar, aquí y allá, el villancico Noches de Paz.
(“Noche de paz, noches de amor / todo duerme en derededor / entre sus astros que esparcen su luz / bella anunciando al niño Jesús...”)
Frente al condominio despliega su horizonte el Parque Chino, siempre bien cuidado y lleno de sol, jardines y bancas. Precisamente en una de estas soleadas bancas, Enrique Morsé se encontró con el veterano periodista Wiston Velarde conocido como censor de lo convencional, aunque él solía achacarse “un alma fisgona y crítica”. Pero además gustaba de adverbios de cantidad.
- Yo no sé amigo Enrique -dijo mirándome inquisitivamente a los ojos- por qué en estas fechas se me da por meditar sobre el origen del universo, en esa teoría cosmológica del Big Bang que explica el nacimiento del tiempo y del espacio –y acompañado de una sarcásticas sonrisa, agregaba - yo creo que el diablo, ese vulgar sin sexo, quiere tomar posesión de mi alma, a sabiendas de que en estos días estamos a la defensiva.
En el Parque Chino habían armado, en diferentes lugares, tres nacimientos de regular tamaño que congregaba a pequeños grupos que hacían reverentes comentarios, y que con el correr de los minutos crecía la presencia del personal encargado de los jardines, de la baja policía, de los policías municipales y de los huachimanes del sector, más sus esposas y sus pequeños hijos. Los adultos llevaban en las manos una bolsa de panetón y los niños algún juguete.
- El saber y los sentimientos –continuó el periodista-, paradójicamente se distancian, hasta se obvian en estas fechas; y es que ambos esconden su propia soberbia.
Enrique Morsé que tenía algo de continencia asintió con la cabeza y quiso terciar pero el periodista no reparó en su gesto y continuó.
- Así el Árbol de la Vida y el Árbol del Conocimiento de los que habla el Génesis terminan como árboles de la gran oferta y demanda.
Aprovechando un alto del periodista, Morsé intervino parsimo-niosamente.
- Pero también es cierto que en esta fecha es cuando más y mejor se singulariza el espíritu de las personas.
El periodista levantó el mentón y convino que así sucedía, pero que tal singularidad lo determinaban los estímulos materiales, y que cuando no es posible tenerlos se empodera la angustia.
- Sin embargo –añadió Morsé- es la gran oportunidad de mejorar nuestra solidaridad con la vida. De exorcizar lo peor de nosotros, la indiferencia para con los otros.
Cerca de la banca donde dialogaban, unos niños de no más de cuatro años jugaban con un carrito de plástico y otro de pilas. Era fácil leer sus sonrisas y el brillo de sus ojos. Era fácil entonces leer el vaivén de su imaginación: de cómo sus carritos escalaban agrestes carreteras con innumerables curvas, de cómo sorteaban peligros, de cómo matemáticamente retrocedían, aceleraban y competían con otros camiones.
El periodista hizo un gesto efusivo y refirió que la escena de esos niños le recordaba un episodio que vivió hace unos años en la Universidad La Cantuta cuando acompañó a su sobrina de titularse de maestra:
Tuvimos que madrugar, el frio se ensañaba. Mi sobrina tiritaba de frio y de nervios, pues en unas horas debía sustentar su tesis sobre métodos y estímulos de la enseñanza a niños de primer grado. En las paredes de los pabellones había consignas, proclamas y versos. Era el infierno del abecedario, palabras de diferentes tamaños y colores. Ahí se leía: “El Perú, ¿Dónde está el Perú? Lo llevo el Tío Sam”. “Los imbéciles no solo son los gobernantes sino también quienes les creen” “La prostituta es la que mejor representa a la democracia” y otras inscripciones sobre la revolución del campo a la ciudad.
Los miembros del jurado estaban instalados y premunidos del rictus académico. Mi sobrina pudo superar los nervios.
- Dígame titulanda, a su criterio cuál de los niños, del ejemplo que le voy a presentar, se nutre de más estímulos. Un niño que juega con juguetes electrónicos, o un niño que solo dispone de carritos de madera tirados por un cordel.
- Doctor, es el niño que jugaba con el carrito de madera.
- Explique, explique usted por qué –le dijo el presidente del jurado con voz sonora.
- Doctor, el niño que juega con el carrito de madera azuza su imaginación, por tanto crece su estimulación; el otro niño solo disfruta pasivamente, aunque sí hay en él un mayor desarrollo motriz. También me baso en mi propia experiencia, doctor. Yo solita aprendí a los cuatro años a contar contando las estrellas, allá en mi tierra, Sorochuco.
El periodista se internó un instante dentro de sí, relamiendo sus viejos recuerdos y afectos, Morsé se puso de pié.
La noche se habría a paso ligero: la oscuridad espesaba y congregaba sus íntimos secretos. Los trabajadores se dispersaban por las bocacalles del Parque Chino. La esposa del jardinero que llevaba a su pequeño hijo en brazos, hizo un alto para saludar a los amigos del condominio.
- Feliz Navidad y ventura para sus lindas familias- les dijo, al abrigo de una afable sonrisa y una mejor mirada. Sin duda palabras frescas, no enmohecidas por el ruidoso ritual
Los amigos estaban persuadidos; ya no había nada que esperar, la navidad, como mágica escena, se había anticipado.
(Hasta el próximo domingo, amigo lector).
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