Hace poco, y en poco tiempo,
fallecieron estupendos seres humanos: tres hermanos, Edwin, Malena y Alberto;
tres amigos de mi niñez y juventud, los hermanos Juan Cristóbal, César y David;
y tres amigos de la madurez y del quehacer intelectual, Osvaldo, Miguel y
Gregorio.
Sí, dramática paradoja
acompaña a nuestro destino: nacer para morir (aunque no exclusivamente si se
vive para dignificar la vida). Y expectante es saberlo desde muy temprano,
felizmente no cuando somos niños, la edad de la inmortalidad y la dicha.
Sobre la vida, sobre su
significado y valor sabemos lo suficiente. A tiempo aceptamos que ella es la
más extraordinaria presencia en la Tierra (¿o del Universo?); y que hay que
vivirla a plenitud, con entera vocación del espíritu y encarando solidariamente
el futuro (para mejor expresarlo, más como Quijote que como Mac Pato o Tío
Rico). En cambio en relaciona a la trascendencia y la muerte seguimos
interrogándonos, y al final podríamos decir “solo sé que no sé nada” (Sócrates)
. Aunque sí se ha llegado a la conclusión de no saber nada, es porque se logró
un nivel de conocimiento, de lo contrario no sabríamos que no conocemos nada.
La muerte de un ser querido solo es una ausencia física. Bien podríamos
compensarla invocándolos con intensidad, recordándolos singularmente,
imaginándolos con lo mejor de nuestra lírica y sobre todo soñándolos. No se
requiere de un don especial para anidarlos en el sueño.
Aquí están, como nobles
ejemplos.
Mis hermanos: Malena, creyente
fervorosa. Fervor consolidado con solidaridades y afectos y poesía, y no tanto
con liturgias y oraciones. Especial amiga, excelente hermana y mejor hija y
madre. Alberto y Edwin, escépticos, lectores infatigables, maestros
universitarios que han dejado huella. De gran inteligencia emocional, muy
querido por sus amigos. Mi hermano Gardenia solía decir, “son los mejorcitos”.
Los amigos Camacho Sánchez son
parte importante en mi niñez. Difícil pensar en Celendín sin evocarlos. Juan
Cristóbal, de peculiar mansedumbre, contumaz enamorado del amor platónico. David,
de fina ironía y risa arrolladora. César, portador de una seriedad convencional
que invitaba a la alegría. Co-fundadores de una bohemia caracterizada como
fiesta de la fina ironía.
Los amigos Oswaldo Reynoso,
Miguel Gutiérrez y Gregorio Martínez, escritores como pocos; dueños de una
genuina estética; en sus novelas conocí la belleza de la historia. Amigos
entrañables. Tengo recuerdos vivos para todos los días. Jamás vi en ellos
arrogancia alguna.
Entonces depende de uno, que
los seres queridos sigan con nosotros, inclusive que ni siquiera se ausenten…
Sin duda, la vida siempre
saldrá victoriosa. Acaso Miguel Ángel, Bach, Dante, Shakespeare, Vallejo, Marx,
Einstein, Goethe, Tolstoi, Goya, etcétera no han derrotado a la muerte; y más
apoteósico y multitudinario será el triunfo de la vida cuando los seres humanos
dejen de ser valorados como herramientas productivas. Entonces la muerte física
solo será una vulgaridad al alcance de cualquiera generando tristeza histérica;
en tanto la vida es dignidad, dueña de mil aventuras de los mil caminos y
siempre en compañía de la solidaridad asida de la imaginación. (Hasta el
próximo domingo, amigo lector)
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