Por Palujo
Después de haber leído textos
de autores que cuentan de él; visto su imágen en la Internet; de haber asistido a dos tertulias realizadas en
su homenaje y, por supuesto, escuchado los testimonios de algunas personas que conocieron
a don Alfredo Rocha Segarra, imagino a un hombre no tan serio como parecieran querer decir sus biógrafos, de estatura mediana, de
hombros anchos y, principalmente, de personalidad excepcional; un celendino
cuya presencia y argumentos, ante cualquier tema, inspiraba seguridad y
confianza que solo es posible trasmitir, no desde el discurso técnico, florido,
oportunista o politiquero, sino mediante el ejemplo personal.
Alfredo Rocha fue un verdadero
educador que no escatimaba esfuerzo, tiempo, ni espacio cuando se trataba de
enseñar; fue un apóstol de la educación. Sabía que la poesía, por ejemplo, no
era simplemente una manera bonita de decir las cosas sino ritmo, movimiento,
estética, creatividad… Sabía que no sólo hacía falta un desarrollo cognitivo en
los educandos, sino también uno afectivo que propicie el integral con
capacidades.
Como Director promotor y
fundador del Colegio Nacional San José de Sucre su labor fue como la de un
campesino que ama su tierra, incansable.
Dictó charlas permanentes a los padres de familia en experimentales escuelas,
por las noches difundió música clásica, promovió el arte y la cultura con
jóvenes y niños, organizó la pintura de murales y talleres en las aulas, dio
clases de música, cerámica y tallado en madera en los alumnos de primaria, todo
ello, sin afectar su labor como responsable de la institución secundaria a su
cargo.
En el Colegio de Chalán al ver
que no había piezas para jugar al ajedrez con sus alumnos, las moldeó en
arcilla. Don Alfredo estaba convencido que este deporte mejoraba el razonamiento
matemático y no esperaba que alguien le ordene o autorice para practicarlo.
“Te
conocí en el Parque Universitario, unos veinte años atrás, tenías, recuerdo,
una motocicleta y llegabas en las mañanas, la detenías cerca al busto Unanue y
tendías un cordel hasta una palmera. Allí te pasabas el día, explicando tus
acuarelas: Este es tal sitio, este es tal otro…”. Así
escribió, el domingo 15 de setiembre de 1972 en el diario El Comercio, el señor Manuel Jesús Orbegoso, periodista de ese
medio de comunicación, quien también fuera miembro de la Academia de la Lengua
del Perú.
“Un
día vendí a precio de remate todos mis enseres y herramientas de trabajo y
viajé a Europa”, le dijo a su amigo, el poeta Jorge Wilson
Izquierdo.
En el despacho del ex
presidente Manuel Prado y luego de haberle salvado la vida a consecuencia de un
atentado, se desarrolló el siguiente diálogo:
—¿Dígame qué quiere como
agradecimiento por salvarme la vida?
—Doctor —respondió Alfredo
Rocha—. Lo único que quisiera que ordene es que borren mi nombre del escalafón
de la Policía de Investigaciones porque no quiero que más tarde alguien le diga
a mis hijos ¡Eres hijo de un soplón! (*)
“Abrazó con pasión la causa de los humildes” —nos
dice Jorge Antonio Chávez, otro artista celendino, al referirse a don Alfredo
Rocha—. “Arremetiendo con agudo sentido
crítico contra los terratenientes, autoridades abusivas y a los que lucraban
con el sudor de los pobres, fustigándolos desde sus periódicos, impresos en
mimeógrafo e ilustrados por él mismo, como “El Chalán” y “Fuscán”.
Como lo dijeran los autores
del libro “Personajes de la historia
sucrense”: “Se jugó la vida y dio parte de ella al donar 350 libros de su
valiosa biblioteca”. Su actitud de decir las cosas frente a frente, sin
tapujos, en defensa de la verdad, le causó enfrentamientos con sus colegas y familiares
llevándolo a cambiar la “Z” de su apellido Zegarra por la “S”; y así firmaba.
Cada vez que leo los textos en
los que cuentan de Alfredo Rocha tanto los que tuvieron la suerte de estar con
él y de los que escribieron después de su desaparición física; se dibuja en mi
mente a un ser indomable, caminando por el mundo, aprendiendo y enseñando,
enseñando y aprendiendo.
Como comprenderán, de todo
esto no estaban de acuerdo los poderosos por lo que fue perseguido y expulsado
hasta de su propia tierra.
La madrugada del 9 de octubre
de 1972, un delincuente apodado “El Pelao” lo atropelló con una camioneta
robada, en la cuadra 12 del jirón Unanue. Dejó de existir a las 6 am. en el
hospital 2 de Mayo.
Don Alfredo Rocha Segarra por
defender lo justo y a su pueblo fue maltratado por las autoridades, como sucede
en la actualidad con los que siguen, de alguna manera, este camino. Del
asesinato de este celendino, como pasa con el de los defensores de nuestra
Mamapacha, y como lo escuchamos en las noticias, de lo que pasa con otros
líderes del Perú y del mundo, sus asesinatos, ni siquiera se investigan. Por
ello, el homenaje principal que debemos hacer a nuestros hermanos luchadores
como Alfredo Rocha es seguir sus huellas; luchando, coherentemente, como lo
vienen haciendo nuestros profesores, como lo hace el pueblo, con dignidad, como a él le hubiera gustado.
(*) Narrado en reunión de Asociación
Cultural de Cajamarca en noviembre de 2016 por César Silva C. amigo de Alfredo
Rocha.
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